La crisis crónica de los 'sin techo'
Chabolas, soportales, parques y los cajeros automáticos son algunos de los principales puntos que eligen los transeúntes para resguardarse de la lluvia y el intenso frío del invierno
El impacto de la crisis económica en la sociedad y, en particular, el incremento del número de parados que se ha registrado en España -Córdoba ha sido una de las provincias más azotadas con cerca de un 28% de desempleados- han dejado a centenares de personas literalmente en la calle. Cada vez son más las personas que carecen de ingresos con los que poder afrontar el pago de la hipoteca o simplemente el alquiler de un piso o incluso una habitación. Muchos de ellos carecen hasta de familiares que les puedan echar una mano en estos momentos tan duros aunque sólo sea para comer caliente o dormir bajo un techo, de ahí que se vean abocados a recurrir a la calle para pernoctar y a la caridad de los ciudadanos para poder alimentarse. Las dos casas de transeúntes, tanto la que gestiona el Ayuntamiento en Campo Madre de Dios como la de Cáritas Diocesana, llevan algunos meses al completo y hasta tienen listas de espera.
El drama está en la calle, en solares abandonados o en el interior de un cajero automático. Son los lugares a los que suelen acudir los indigentes -cada vez más- para buscar un lugar en el que resguardarse de la lluvia y el frío que empieza a registrarse con mayor intensidad en la ciudad. Son los propios transeúntes quienes aseguran que la indigencia "es cada día más heterogénea", como así lo afirma Daniel, un uruguayo de 43 años que se ha visto obligado a recurrir a la caridad desde hace algunos meses. Para él, la crisis de la que tanto se habla en los medios de comunicación y convertida en caballo de batalla de los políticos "se ha cebado" con los débiles hasta convertirse en una especie de problema "crónico".
Mari Carmen es una de las víctimas que se ha cobrado la actual situación económica. Es cierto que nunca nadó en la abundancia, como ella misma reconoce, pero el dinero que llevaba a casa le permitía mantener un modesto piso en Gerona y responder a las necesidades básicas. De aquella vivienda en la comunidad catalana ha pasado a compartir chabola con su hijo Cristian, de 20 años, y un indigente madrileña que lleva algunos meses en la ciudad. "Estuve algún tiempo en la Casa de Acogida de Campo Madre de Dios, pero tuve que dejarla y levantar una especie de chabola con las maderas que pillamos y unas mantas", declara esta ciudada de 50 años de edad y cocinera de profesión.
Para Mari Carmen, "vivir se ha convertido en una pesadilla bastante dura". Sus pertenencias se reducen a lo poco que cabe en una maleta mediana -mantas, algo de ropa y los útiles para la higiene personal- y la rutina diaria invita "poco a la esperanza". Para ella, salir de esta situación es poco menos que una quimera y su objetivo va poco más allá de que no le roben lo poco que guarda en la maleta y que no entre agua en su chabola. "El otro día hasta me quitaron los medicamentos para el resfriado", detalla.
Estos temores hacen que Mari Carmen se lleve casi todo el día pendiente de la seguridad de su chabola. Apenas si sale un par de veces de allí, pero siempre trata de que ella o su hijo se queden en el interior velando por los objetos que tienen. "Cuando me levanto voy a un centro comercial cercano para lavarme y después desayuno y almuerzo en el comedor social de Trinitarios", detalla una cordobesa que se ha pasado prácticamente toda su vida en Cataluña. La tarde la vive "íntegramente" en la chabola, "protegiéndome del frío y el agua y descansando".
Entre los transeúntes que buscan a diario acomodo en un cajero o un parque para pasar la noche, los hay también los que afrontan la realidad con "algo" de optimismo. Es el caso de Leonardo, un argentino que llegó a España hace alrededor de un año en busca de esa oportunidad que se le negaba en su país de origen, pero que reconoce que el intento "ha llegado en el peor momento". No sólo no ha encontrado un empleo al otro lado del Atlántico, sino que se ha visto obligado a malvivir en la calle. Su visión más vitalista le permite imaginar un "futuro más claro" que el actual, pero la realidad es que tiene que dormir cada noche en un cajero automático de la avenida de las Ollerías.
Leonardo, al igual que Mari Carmen, también acude cada día al comedor social para desayunar y comer. También allí se le ofrece la posibilidad de ducharse e incluso de hacerse con ropa limpia que los propios voluntarios de esta entidad benéfica se encargan de seleccionar de lo que les llega de la calle. El plato de sopa, la carne, el pescado y hasta el bocadillo que le facilitan en este punto de la Ronda del Marrubial le permiten reponer fuerzas y levantarse cada mañana en que "el futuro puede ser mejor", como él mismo puntualiza.
Pendientes de resover las necesidades básicas, estos ciudadanos casi se olvidan de que en tiempos pasados les fue mejor e incluso tenían la posibilidad de dedicar su tiempo libre a sus aficiones. Leonardo dice que su "mayor hobby" es el ciclismo: "He montado mucho en bicicleta, pero ahora como no tengo ni para comer, no me puedo permitir lógicamente contar con una bicicleta". El cine y la lectura son otras de las aficiones que ha tenido que "aparcar" este argentino afincado en Córdoba. "En general me gusta todo lo que tenga que ver con la cultura, pero habrá que esperar a que las cosas vayan saliendo bien", recalca con moderado optimismo.
En una situación muy parecida a la de Leonardo -al menos en lo que al "optimismo" se refiere- se encuentra Santos, un vallisoletano que lleva muchos años de recurso en recurso y pendiente de lo que le puedan ofrecer las entidades benéficas. En la actualidad vive en una habitación, pero sabe que pronto tendrá que volver a la calle, bien a un parque o al interior de un cajero automático. "La calle es peligrosa, así que tienes que saber con quien estás", señala esta persona de 58 años de edad, que recuerda que "ha pasado de todo", desde robos a los intentos de agresión. Aunque no reconoce que sea un bebedor sí admite, sin embargo, que "hay que hacerlo para soportar el intenso frío con el que nos encontramos cada día". Santos sabe que para acceder a los recursos de los colectivos benéficos "no puedo ni llegar borracho ni nada por el estilo".
Prueba de esa heterogeneidad es que cada vez son más los inmigrantes que se ven obligados a vivir en la calle. Hace sólo un par de años eran poco menos que imprescindibles para el desarrollo de las campañas agrícolas, la hostelería o la propia construcción de edificios, pero la situación ha empeorado radicalmente. Es el caso de Rajeev, un indio al que le cuesta asumir su nueva posición: "Al hablar con mi familia les oculto que vivo así para que no se preocupen". Su caso es algo más alentador ya que está pendiente de un puesto de trabajo. Puede ser la salida a una crisis crónica que padece desde hace años.
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