Cordobeses en la historia

Un costumbrista cordobés a la vuelta de Roma y París

  • Tomás Muñoz Lucena nació en una familia de comerciantes; apostó por el Arte, encontró a Romero Barros y a Madrazo, y regresó de Roma para recrear las costumbres y paisajes del Sur.

EL comerciante pozoalbense Tomás Muñoz vino a instalarse en el barrio de San Pedro y a casarse con María Dolores Lucena. La familia de industriales y toreros alumbraría un niño, nacido un 4 de junio de 1860 y bautizado un día más tarde en aquella parroquia que, como una premonición, acristianara a los mejores artistas plásticos que diera, y sigue dando, Córdoba desde Juan de Mesa a José Manuel Belmonte, pasando por éste, Tomás Muñoz Lucena, considerado uno de los pintores costumbristas más destacados de la Generación del 98.

Las aptitudes que desde muy temprana edad mostró el chiquillo animaron al padre a matricularle en la Escuela de Artes de Córdoba. Tras su paso por aquí, obtiene una beca de la Diputación cordobesa que le permite ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en 1879, donde de nuevo la suerte le acompaña al encontrar como profesor a Federico Madrazo, después de haber dejado en Córdoba al gran Romero Barros.

La primera participación conocida en las exposiciones nacionales se fecha en 1881, o, lo que es lo mismo, cuando contaba veintiún años, con Testamento de Isabel La Católica; a los veintisiete, y de vuelta ya de Roma, adonde había marchado becado igualmente por la Diputación, obtiene el primer reconocimiento en la Exposición Nacional de Bellas Artes con una segunda medalla en 1887. La obra ganadora llevaba el título de El cadáver de Álvarez de Castro. Repite suerte y galardón en 1890 con una segunda medalla, y al año siguiente logra, por fin, la de oro con En las ermitas de Córdoba.

Compañero en el tiempo y el sentimiento de Lozano Sidro, en 1891 casó con Virtudes Molina y, aunque hay fuentes que apuntan a la condición granadina de la mujer y a que la conoció allí, coinciden otras muchas en que todavía en 1894 ejercía cátedra de dibujo en un instituto de Córdoba, que casi con toda certeza sería el Góngora de Las Tendillas dado que no existía otro en aquel tiempo. Seis años más tarde aparece en Granada y luego en Sevilla, ejerciendo también la docencia y obteniendo premios de forma intermitente en diversas exposiciones nacionales hasta 1915. Ya en 1900, sus obras Idilio y Pastora de pavos le habían supuesto un segundo premio en París. Esta última acabaría formando parte de la Colección de Pintura Preciosista Española del museo Thyssen.

Tras el éxito francés, presentó al año siguiente el cuadro sobre los frailes de las ermitas que luce la escalera principal del patio barroco de la Diputación. Destaca desde el primer momento en la Exposición de Bellas Artes de Madrid y es recogido, con 35 artistas más, en la revista gráfica y cultural Nuestro Tiempo, entre otras publicaciones no cordobesas. Obtendría el primer premio.

En 1925 su vida se había asentado en la capital hispalense. Dos grandes amantes de Córdoba, desde perspectivas dispares, Ricardo de Montis y Antonio Jaén Morente, echaban de menos la presencia de Muñoz Lucena en una ciudad, Córdoba, cuyos dirigentes anhelaban convertir de nuevo en foco cultural. En un intento de aunar pensamiento y arte, reivindicaban la figura del pintor desde las páginas de la dispar prensa local, animando a los lectores hacia el sentimiento del regreso de los hijos de la ciudad autoexiliados, y a los poderes públicos a acercar su obra mediante una exposición que nunca llegó a cuajar. Así, el profesor, conocido ya también como ilustrador de prestigiosas revistas nacionales, Blanco y Negro o La Ilustración Española, no volvió a fijar su residencia en la ciudad que le vio nacer. Pero nunca dejó de inspirarle; y toda su obra está salpicada de paisajes y celebraciones puramente cordobesas como Domingo de Ramos en la Catedral de Córdoba, el famoso de las ermitas u otro deliciosamente evocador, titulado Fuente de la Mezquita, que recoge el rincón de la Virgen de los Faroles y el Caño Gordo.

La misma crítica aparece, quizá solapada, en la reseña de Palencia Cerezo al decir que "Expuso igualmente con éxito en Buenos Aires en 1912 y 1913, aunque, por razones que ignoramos, no llegaría a ser miembro de la Real Academia de Córdoba". Salvo por la reivindicación de Montis y Jaén Morente, en la prensa del primer tercio del siglo pasado apenas hallamos referencias al autor, ocultado tal vez por el clan, a todas luces oficialista, de los Romero de Torres. Esta pasividad cordobesa debía venir de antiguo. Ya en mayo de 1901, con motivo del éxito del cuadro luego premiado en Madrid, el diario El Defensor de Córdoba se limitaba a transcribir una crítica de El Imparcial firmada por otro cordobés, Francisco Alcántara, en los siguientes términos: "En las ermitas de Córdoba, de Muñoz Lucena, es un cuadro de gran tamaño. Los monjes hacen su oración matinal sobre las tumbas de sus muertos…". La extensa y descriptiva crítica, jalonada de sensaciones, reservaba un segundo espacio a Cercanías de Córdoba de Enrique Romero de Torres, si bien destilaba la predilección por la obra de Muñoz Lucena, a quien dedica la mayor parte de su trabajo; el de Tomás estaba ya incluido en la Historia del Arte en 1930, cuando jubilado ya, se marchó a Madrid, donde murió un 10 de febrero de 1943, sin abandonar su trabajo de ilustrador ni aún en los momentos finales de su vida.

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