Tribuna de Opinión

Es comprensible el miedo, la duda

  • Hay que hacer frente a los peligros, pero de modo inteligente y sin perder la dignidad

  • ¿Demasiado amor?

Un grupo camina por el campo.

Un grupo camina por el campo. / El Día

No podemos vivir con miedo ni del miedo, pero eso no significa que a veces lo tengamos. Ver las noticias da miedo, también el panorama actual: el paro, la crisis, el covid, la violencia familiar. Vamos viendo las orejas al lobo con el “Gran Reset” que quieren hacer para lograr el control del Nuevo Orden Mundial, véase la España 2050. Surge el miedo cuando nos vemos amenazados, instintivamente nos ponemos en estado de alerta. Fisiológicamente aumenta la tensión arterial, la adrenalina, la tensión muscular… En ocasiones se puede retroalimentar hasta llegar al pánico perdiendo incluso el control de uno mismo.

Entiendo que hay motivos para recelar, para alarmarse. Personalmente me sobresalta el futuro incierto de la familia, la superficialidad en la que vive gran parte de la sociedad, véase la última edición de Eurovisión o la ingenua aceptación de modelos de vida alternativos sin considerar los daños colaterales que llevan consigo. Veo que se utiliza la bandera de la libertad para quitarla convirtiéndonos en manada. Por eso creo que un poco de miedo es bueno tener. Se huele el peligro; de hecho, hay desconfianza en el ambiente: las inversiones están muy paralizadas, cuesta asumir compromisos duraderos, muchos no quieren tener hijos. Son señas de temor.

En ocasiones he sufrido pesadillas, una recurrente ha sido verme en caída libre al vacío, no es nada agradable. También he podido acompañar y consolar a otros que las han tenido. Despertar, encender la luz, coger a alguien de la mano, ver que solo se trata de un sueño, volver a la realidad es un consuelo. Cuando los niños tienen miedo, buscan el auxilio de los padres, les ayuda estar acompañados, tener la lámpara encendida. La luz de la verdad y la buena compañía son los mejores antídotos para superar el pánico.

El miedo es humano y lo sufrimos todos, pero hay quien lo utiliza para controlarnos. Hay que hacer frente a los peligros, pero de modo inteligente y siempre sin perder la dignidad ni permitiendo que nos la quiten. El covid-19 ha sido y es una amenaza, también el peligro de la desertización de la tierra, la contaminación, el descuido de la naturaleza. En otro orden, el miedo a que fracase el matrimonio, o que un hijo se líe con la droga no nos puede llevar a vivir como mera pareja de hecho, o a conformarme con la compañía de un perrito. No se puede utilizar la pandemia para recortar libertades o la contaminación para prohibir viajar o comer carne de vaca para evitar emisiones de metano. La parte oscura siempre ha sabido sembrar la duda, el miedo para controlar, y lado oscuro son las ideologías, las tiranías, el demonio y sus secuaces. El regusto amargo de mis decisiones equivocadas no me puede llevar a dejar de hacer elecciones importantes, sería renunciar a la libertad.

“Y en cuanto le vieron le adoraron; pero otros dudaron” relata el Evangelio que les sucedió a los discípulos de Jesús al verle. En otras ocasiones se nos habla del miedo que tienen a la tempestad, a los judíos, a la cruz. Y eso que estaban con Él: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” les dice. El Maestro pone el origen del miedo en la falta de fe: estar privados de la confianza y de la luz. Cuando no hay una mano amiga y poderosa a la que agarrarme, cuando vamos por caminos oscuros, es lógico que el desasosiego y el sobresalto sean nuestros compañeros.

En ocasiones somos nosotros mismos los que nos podemos dar miedo. Nuestras bajezas y egoísmos, en ocasiones la indolencia y apatía. La dureza y frialdad del corazón. Nuestra historia particular con las heridas sufridas ¿Se puede vivir así, lo podemos superar? ¡Qué peligrosas son esas cicatrices no cauterizadas! Nos hacen vivir en un ¡ay! perenne. No se pueden juzgar a la ligera las actuaciones de los demás, pueden estar muy heridos, muy mal. Hay que procurar curar las viejas heridas, quitarse los miedos.

Dice san Juan que el que tiene miedo es porque no sabe amar. La falta de amor y la poca fe alimentan los miedos, las dudas. Tener fe no es simplemente ser religioso, persona de iglesia, es enfocar la vida desde Dios: “La fe es cuando te haces a ti mismo a la medida de Dios” dice Turoldo. La solemnidad de la Santísima Trinidad, día en que celebramos que Dios es Familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos recuerda que formamos parte de ese estupendo linaje. Somos queridos de un modo infinito. Si enfocamos nuestra vida desde esa convicción, si nos hacemos a la medida de Dios, superaremos nuestras dudas y temores. La luz de la verdad y la buena compañía serán la mejor vacuna que nos inmunizará de tantos miedos.

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