El científico-intelectual de la rebotica de San Antonio
Cordobeses en la historia
Francisco de Borja Pavón y López nació junto a la balanza de metal y los componentes químicos de una botica, descubrió la magia de las letras en diversas lenguas y consagró su vida a transmitir su sabiduría



EL farmacéutico Rafael Mariano Pavón y Encarnación López, habitaban una casa de la calle del Pozo, en el barrio de la Magdalena. Allí nació su hijo Francisco, un 10 de octubre del año 1814.
Su primer contacto con la escuela lo tuvo en la Compañía, por breve tiempo, pues dice Enrique Redel en una sentida biografía a pocas fechas de su muerte, que aprendió sus primeras letras en la Escuela Lancasteriana que el maestro don Rodrigo Cabello había instalado en el convento de la Merced, antes de ser hospicio.
El centro fue pionero en el transporte escolar, pues disponía de una tartana que pasaba a recoger a los alumnos, ante la sorpresa y jolgorio de los transeúntes de la Córdoba de principios del XVIII. Pero lo fue además en los métodos de enseñanza de la lengua francesa, la única con la que Cabello permitía comunicarse durante el transcurso de las clases. Gracias al, entonces, nuevo método, Francisco de Borja Pavón y López, llegó a hablar el francés con perfección siendo todavía un muchacho.
Cuenta también Redel que de la Escuela Lancasteriana pasaría a otra en la calle Santa Marina y, cumplidos los veinte años, dedicó casi tres al estudio del latín, de la mano de don Agustín Belmonte, en la calle Candelaria. De ahí, fue al seminario de San Pelagio, como alumno externo, durante dos años, estudiando Teología y Filosofía, interesándose especialmente por las matemáticas y el italiano. Todo ello, mientras elaboraba su primer ensayo de filosofía y una serie de poemas eróticos que tuvieron su más firme defensor en un fraile, amigo de la familia.
Tras una crisis de fe, abandona San Pelagio y en 1833 se marcha a Madrid, recomendado por Muñoz Capilla y Bartolomé Gallardo, para iniciar sus estudios de farmacia. Allí contacta con personajes ilustres del momento como Espronceda o José Amador de los Ríos.
Seguidor de Mariano José de Larra, asistió a su entierro en 1837, junto a José Zorrilla y otros literatos de la época, en el mismo año en que vuelve a Córdoba, con el título obtenido. Es entonces cuando se hace cargo de la Botica de San Antonio, titularidad de su padre, desde 1828.
Instalado ya en Córdoba, comienza su labor como columnista, con el peso de la crítica local que encontraba en sus artículos demasiado parecido con Jovellanos. Además. prepara el doctorado que obtiene en 1845. Un año más tarde, con 35 años de edad, contrajo matrimonio con una prima suya, Carolina Alzate, con la que tuvo dos hijos varones, uno de los cuales, Francisco, acabaría sus días en Cuba.
Fue impulsor de publicaciones y coleccionista involuntario de títulos y reconocimientos que nunca colgó en sus paredes: Presidente de la Real Academia de Córdoba, de las Arqueológica y de la Buenas Letras de Sevilla, del Círculo Científico y Literario de Málaga, de las entonces academias de San Fernando y de la Real de Madrid, de Barcelona, Aragón, Valencia, Murcia, Málaga, Montilla y Cádiz, además de cronista de Córdoba y Comendador de la Orden Civil de Alfonso XII, entre otros cargos, como el de director del Museo Arqueológico de Córdoba.
Gran viajero, reunió importantes colecciones traídas de acá y allá que alcanzaron los casi 4.000 volúmenes, todos disponibles para los escritores y conocidos que ya no dejaban de frecuentar su rebotica, antes y después de su pequeño exilió voluntario entre París y Versalles. Era una trastienda "llena de libros y de papeles", recuerda Ricardo de Montis, donde pasaba horas escribiendo "sus maravillosas necrologías de personas ilustres, su magistral estudio acerca de don Luis de Góngora y Argote y su notable serie de artículos de la prensa cordobesa o sus fidelísimas y gallardas traducciones de poetas latinos, franceses e italianos".
Amigo de la noche y de tertulias de café que duraban hasta la madrugada, gustaba también del flamenco y de visitar mercados y baratillos, en donde encontró auténticas joyas de la Literatura y la edición, como un ejemplar de Las Lágrimas de Angélica que acabó regalándole a Cánovas. Entre sus donaciones al Ayuntamiento hubo valiosísimas colecciones, desde el Catálogo de los Obispos de Córdoba a los Anales del Reinado de Isabel II pasando por las obras traducidas de Ludovico Brosio o los ocho tomos de las obras completas de Jovellanos.
Aquel hombre que conoció a Víctor Hugo y a Alejandro Dumas, recibió en su rebotica a todos los visitantes ilustres, sin dolerles prendas en interrumpir el protocolo si solicitaban una fórmula al mancebo o tenía que dar la orden de no cobrar a quién no pudiera pagarla. Y sin dejar de perderse ninguna de sus pasiones, el ya hijo predilecto de la cuidad, murió repentinamente un 21 de septiembre de 1904 su casa-botica de La Magdalena.
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