Cenar poco, una reflexión cervantina

Humanidades en la Medicina

La ciencia confirma que no solo importa qué comemos, sino también cuándo lo hacemos, y que la noche no es el mejor momento para hacerlo en abundancia

La Navidad de los más frágiles

Fernando Rey y Alfredo Landa como Don Quijote y Sancho Panza en la serie de televisión de 1992.

El mes de diciembre concentra fiestas caracterizadas por mayores excesos alimentarios, con cenas tardías, copiosas y prolongadas, que se han convertido en norma cultural. Esta costumbre entra en conflicto con nuestro reloj biológico y con la forma en que el organismo regula el metabolismo.

La tensión entre mesura y demasía fue observada y narrada hace cuatro siglos por Miguel de Cervantes. Lo que parece un simple rasgo de don Quijote, “cenaba poco, y bebía menos”, encierra una sorprendente actualidad.

Cervantes, heredero de la medicina humorista (basada en el equilibrio de los cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y negra) del Renacimiento, dibuja a un hidalgo que regula su cuerpo con la misma disciplina con la que persigue sus ideales.

Los ritmos circadianos

Esa frugalidad nocturna, que en su tiempo podía entenderse como virtud moral o como prescripción médica, hoy encuentra eco en los hallazgos de la cronobiología. La ciencia confirma que no solo importa qué comemos, sino también cuándo lo hacemos, y que la noche no es el mejor momento para la abundancia.

En el siglo XVI, médicos como Juan Huarte de San Juan sostenían que el equilibrio del cuerpo era inseparable de la claridad del entendimiento. Comer demasiado tarde, advertían, enturbiaba el juicio y perturbaba el ingenio.

El Don Quijote de Terry Gilliam, encarnado por Jonathan Pryce.

Cervantes, atento a estas corrientes, construyó un don Quijote que, con cenas ligeras y disciplina alimentaria, se mostraba dispuesto a la reflexión y a la contemplación. Su escudero, Sancho Panza, representaba lo opuesto: el apetito generoso, el cuerpo desbordado y la rendición ante el deseo. Entre ambos se escenifica la tensión de dos maneras de gobernar el cuerpo.

Cuatro siglos después, la investigación científica llega a una conclusión semejante. En 2025, un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, realizado sobre adolescentes, demostró que la ingesta calórica está regulada por un reloj circadiano independiente del sueño o de la voluntad consciente.

 La disciplina en el tiempo importa tanto como la calidad de los alimentos

De esta tesis, extraemos que estos jóvenes tienden a consumir más calorías en horarios vespertinos y, quienes padecen obesidad, muestran un desajuste mayor en este ritmo, lo que los lleva a comer más por la noche.

En otras palabras, cenar tarde trastorna el metabolismo por desajuste de las hormonas grelina (estimula el apetito) y leptina (inhibe el apetito), necesarias para la autorregulación del deseo de comer.

Esta evidencia científica, con su anacronismo, podemos elevarla a la fantasía de don Quijote, ante la cual deja de ser una excentricidad. Su cordura nocturna gastronómica podría leerse como una antesala de lo que en un futuro sería el ayuno intermitente, que además estaría en sintonía con el biorritmo circadiano.

Respeto a nuestro reloj interno

El antecedente literario que vemos en la austeridad del caballero de la triste figura podemos adoptarlo en pro de la mejora de nuestro metabolismo que, aunque de otra época, no puede ser más actual. Cuando estamos en un período en el que la obesidad infantil y la de los adolescentes preocupa a médicos y educadores, la disciplina en el tiempo importa tanto como la calidad de los alimentos.

No se trata solo de contar calorías, sino de respetar el reloj interno que regula nuestra fisiología. La literatura cervantina, unida a la ciencia moderna, nos ofrece un recordatorio oportuno: la noche no está hecha para la saciedad. En este sentido, don Quijote aparece como un ejemplo de disciplina corporal que trasciende su tiempo, mientras Sancho Panza sigue recordándonos las consecuencias del colmo y el desorden.

Entre ambos personajes se establece una lección que no pierde vigencia: gobernar el cuerpo es también gobernar la mente. Quizá, en medio de pantallas encendidas y refrigeradores abiertos a deshoras, convenga escuchar de nuevo la voz de Cervantes. Su caballero, que cenaba poco y bebía menos, estaba adelantado varios siglos a lo que hoy aconseja la ciencia.

Tenemos más ejemplos que podríamos tomar de la literatura, como eran los estragos de banquetes opíparos y cenas desmesuradas que inquietaron a pensadores del Siglo de Oro. En el libro Pícaros, ollas, inquisidores y monjes, el investigador José Carlos Capel recoge tales preocupaciones y cuenta cómo moralistas, juristas y médicos de la época predicaban en aras de la salud, la religión y la moral, mesura y ponderación en el yantar. ¿Y de qué modo en los demás temas que interesaban al pueblo echaban mano al recurso refranero como código de comportamiento? Como, por ejemplo: “De grandes cenas están las sepulturas llenas”.

En el Capítulo XLIII, de los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza: “Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”.

De los últimos estudios realizados, podemos afirmar: Que consumir comidas principales en períodos matutinos está relacionado con una mejora del perfil lipídico, una reducción de la resistencia a la insulina y un menor porcentaje de grasa corporal, lo que respalda el concepto emergente de alimentación alineada con la circadiana. Aunque esta evidencia es actual, sigue limitada por la corta duración de los estudios, el tamaño reducido de las muestras y la disparidad en los ensayos.

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