Córdoba

Las dos caras de Chernobyl

  • El desastre nuclear deja cientos de historias de luz y de sombras que sus protagonistas desvelan La población cordobesa se vuelca con los niños de la catástrofe ucraniana

Madrugada del 26 de abril de 1986, Central eléctrica nuclear Vladímir Ilích Lenin, Prípyat, (Ucrania). Los operarios de la central se disponen a realizar una prueba en la unidad número cuatro, la más nueva de la planta. Trabajan para comprobar la capacidad de refrigeración del núcleo en caso de pérdida de suministro de energía eléctrica. Un fallo en el simulacro provoca la concentración de gas xenón que desestabiliza el reactor, el cual alcanza los 2.500 grados. Una explosión de hidrógeno hace que parte del reactor se desintegre y provoca que la historia de millones de personas cambie de curso.

Este es un breve resumen de la tragedia de la que ahora se cumplen 30 años y que, aunque parezca muy lejana, tuvo también sus consecuencias en Córdoba de la mano de algunas historias que ahora se relatan. Antes, se hace necesario recordar las magnitudes del desastre. El área contaminada alcanzó, sólo en la Unión Soviética, más de 130.000 kilómetros cuadrados y cerca de 4,9 millones de personas fueron evacuados en un radio de 30 kilómetros a la redonda y reubicadas en diferentes zonas. Las consecuencias médicas de miles de personas son a, día de hoy, incalculables. El padecimiento ocasionado por los efectos de la radiactividad en la salud del Este de Europa ha quedado dibujado en un amplio abanico de biografías e historias humanas. Miles de niños nacieron con deformaciones, además del incremento de personas que sufren cáncer y otras enfermedades.

Sin embargo, la catástrofe se transformó en la solidaridad entre pueblos y España fue uno de los países que más se emocionó con la tragedia eslava. Muchas son las asociaciones que surgieron en las décadas siguientes a la catástrofe de Chernobyl y miles son los niños -rusos, bielorrusos y ucranianos- que participaron y participan en los programas de acogida. La realidad sufrida por estos pueblos la ha narrado para el Día Inna Pliu, una de esas tantas madres bielorrusas que recurrieron a estos programas para que su hijo (nacido dos semanas más tarde de la explosión) tuviese la oportunidad de pasar unos meses al año alejado de "tanta muerte". Ella era profesora de música en Vitebsk, Bielorusia, cuando descubrió que Córdoba "abrazaba la llegada de los niños eslavos". Y es que la situación "era muy dura", explica Pliu.

"Por entonces, yo estaba embarazada y salía todos los días a pasear, en la calle los charcos tenían un color extraño, pero nadie sabía nada". Esta madre recuerda que su hijo nació en mayo de 1986 y fue "en los pasillos de maternidad" donde se enteró de la noticia. "Todo el mundo tenía miedo". "Los niños hablaban de los amigos que iban muriendo a diario como si fuese algo natural", explica Pliu. Además, durante los primeros meses de la catástrofe, la gente compraba los productos "con la lista de la compra en una mano y un contador Geiger en la otra", para medir la radiación. "Esto es lo que llevó a cientos de familias a apuntar a sus hijos a estos programas, dejándoles en manos de desconocidos", relata. "Y fue lo mejor que les pudo pasar", explica esta madre. Gracias a las acogidas, los niños volvían visiblemente con mejor salud, física y psicológica, además de haber disfrutado de un mundo nuevo y de conocer nuevas personas que les quieren. "Estamos agradecidos a Andalucía por su sol y la salud que le ha devuelto a nuestros hijos", asegura. "Los corazones de los andaluces tienen tanto cariño que sólo podemos darles las gracias", concluye esta mujer que hoy día vive en la capital cordobesa. Su hijo, en cambio, decidió regresar a su país.

La realidad contada por las palabras de una madre presenta una crudeza de la que muchos chicos de acogida no son partícipes. O eso afirma Ivan Románovich, un joven nacido en Vitebsk (Bielorrusia) también en 1986. "A los niños no nos preocupaba lo que estaba ocurriendo, aunque algunos éramos más conscientes que otros", destaca Románavich. Este joven bielorruso llegó a Pozoblanco en 1998, con 13 años, y estuvo viniendo durante cuatro veranos más. En la actualidad, trabaja y vive en Barcelona y comenta que no podría olvidar sus primeros días en su "segunda casa". "Muchos niños en mi colegio estudiábamos español", recuerda el joven ya que el interés por la alfabetización en la Unión Soviética llevó a "la implantación de la enseñanza de lenguas extranjeras en todas las escuelas, incluso en las más inaccesibles de Siberia". Sin embargo, "aunque hablaba español, pronto entendí que el castellano no se parece a lo que nos enseñaron en el colegio" comenta Románavich. Gracias a su familia cordobesa, que son como sus "propios abuelos", este chico conoció un país nuevo. "Ahora soy una persona muy diferente a la que podría haber sido si no hubiese venido a España". Durante su estancia aquí Románavich visitó muchas partes de España. "Siempre estaba con ellos, una vez incluso me llevaron a comprar un camión", destaca con melancolía. "Yo no quería irme nunca y me pasaba la primera semana después en Bielorrusia hablando en español", comenta Iván con una sonrisa. "Estoy muy agradecido por todo lo que me enseñó Andalucía y ahora soy muy feliz", insiste Iván Románavich. "Gracias al programa de acogida, yo tengo otra familia", manifiesta.

Una historia muy parecida es la que rescata Veronika Melnikava, otra joven que nació varios días después de la explosión de la central de Chernobyl. Natural de Kámeniets- Podólsky en Ucrania, su padre era militar y su familia se veía obligada a trasladarse continuamente por Rusia y Ucrania hasta acabar en la ciudad bielorrusa de Vitebsk, con la que Córdoba viene manteniendo el programa de acogida. Iván Románavich y ella fueron compañeros de clase y como él, Melnikava estudió español en el colegio. Un buen día, esta joven recibió la sorpresa de que viajaría a España. "Yo no sabía nada, me apuntaron al programa y fue toda una sorpresa", comenta. Ella describe a su familia de acogida como la suya propia. "Es más, ya todos nos consideramos como una gran familia y nos queremos mucho", explica. Melnikava considera que su historia es "para contarla en un libro" porque el día del encuentro entre los niños y padres cordobeses, antes de que le asignasen a una familia, ya "sabía quienes serían sus padres". "Tenía un presentimiento y en cuanto les vi, supe que serían mi nueva familia", comenta convencida de que su destino parecía estar escrito. Como tantos niños, pasó los veranos visitando ese nuevo país junto a nuevos primos y hermanos, yendo a la piscina y disfrutando de Córdoba. En el caso de Melnikava, recibió además revisiones médicas. Pero lo que más le gustaba "era la comida", dice la joven, aunque "no podía entender que las personas pudieran pasarse dos horas durmiendo después de la comida". Ahora la siesta es una más de sus costumbres. El espíritu abierto de los cordobeses le encandiló y ya desde pequeña comprendió que su sitio estaba en la ciudad que le cambió la vida. Y es que esta joven vino durante dos años seguidos y al tercero se quedó para siempre. En la actualidad, Veronika Melnikava va a casarse con un joven cordobés y está disfrutando de una vida plena, con trabajo y una gran familia en los dos extremos de Europa.

Sonia González cierra este círculo de ejemplos solidaridad. Es secretaria de la asociación de Acogida Infantil Los Pedroches y madre de acogida. Ella aporta la visión final de esta historia y narra su experiencia desde la perspectiva andaluza. Y es que, como afirma, "un verano sin bielorrusos no es verano". "La realidad de estos pueblos es muy difícil", explica, "pero son niños muy cariñosos". Sonia González reconoce la dificultad que conlleva hacerse cargo de un chico de acogida. Sin embargo, destaca que "es algo que les cambia la vida a todos" y que permite la conexión de dos culturas y de dos formas distintas de comprender la realidad. Lo que hace que "la experiencia sea maravillosa" es que estos programas "giran entorno a la felicidad de un niño".

Este tipo de medidas de acogida ha cambiado la vida de los miles de niños que empezaron a llegar a España a mediados y finales de los 90 y son estos chicos los que ahora animan a los hogares españoles a que se atrevan a recibir a un "niño de Chernobyl". No sólo la salud de estos pequeños está en juego. Las familias descubren un mundo nuevo, cuya unión suele durar para siempre. A pesar de todo, la historia continúa y aún son muchos los niños que necesitan "ese respiro", y por desgracia cada vez son menos las familias españolas que se atreven a dar este hermoso paso. Desde la asociación de Acogida de Los Pedroches informan que este año llega a España una pequeña muy especial: la primera hija de una de esas niñas que nació durante la catástrofe de Chernobyl y que, como tantas madres, envía a su pequeña a Córdoba, en este caso a la misma familia con la que ella convivió.

Esta semana se cumplen 30 años de la catástrofe que unió dos mundos hermanados en la solidaridad.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios