La tele más real: la de los 9 minutos del discurso de Felipe VI
El cámara del NODO y de la biografía gráfica de Cántico
José Jiménez Poyato bebió del barroco y la Subbética rural, se impregnó de la Córdoba monumental y de sus poetas y los llevó a las pantallas del cine y los festivales de Nueva York
ERA la Semana Santa de 1928. Rafael Cruz Conde viajaba a Madrid llevando entre sus peticiones "una carretera de turismo" que enlazara Medina Azahara y las Ermitas con Villaviciosa y Almadén por Cerro Muriano, y se pavimentaba el entorno de la Mezquita. Los periódicos de la época reflejaban el contraste de aquella Córdoba: automóviles Dodge Brothers que alcanzaban los 100 kilómetros por hora del concesionario de Gran Capitán 27, y la joven que ofrecía su "leche fresca" como ama de cría desde el chozo número 14 del Campo de la Verdad.
Al otro extremo, en las lindes de la Subbética, las calles y los campos de Priego eran el retrato ya perenne que dejara Lozano Sidro. Allí se había instalado la familia Navas, bodegueros y labradores procedentes de Doña Mencía. Uno de sus miembros, Manuel Jiménez, casó con la zuhereña Carmen Poyato y se dedicó profesionalmente a promocionar los productos familiares. Allí nacerían Pedro, Manola, Lola, Antonio y, el domingo 8 de abril de 1928, el más pequeño de todos, Pepe Jiménez Poyato. Aquellos paisajes barrocos se cambiaron por el blanco escalonado de Zuheros con el estallido del 36, cuando el padre fue reclutado y Carmen y los cinco hijos marcharon al amparo de la abuela materna, Emperatriz.
Quizá fueran esos años en comunión con la caliza, los campos y la cal de Zuheros lo que desencadenó la pasión de Pepe Jiménez por la imagen. De entre todas las que guardaba de aquel tiempo en la finca de la abuela, la figura de Emperatriz vestida de luto riguroso sobre una jaca blanca, sería tan definitiva como su amor por aquel pueblo. Lo abandonaron con el regreso del padre y el traslado de toda la familia a Córdoba.
Manuel adquirió una casa en San Zoilo y añadió a su actividad profesional la de tratante de ganado. Su hijo Pepe había optado ya, con 13 ó 14 años, por la fotografía, al entrar como aprendiz en la mítica Foto Linares junto a la Puerta de Gallegos. En casa, la profesión del padre le procuró la cercanía con el mundo taurino que siempre le interesó, al igual que a su hermano Antonio, que marchó a "hacer las Américas", triunfó como locutor en Radio Caracol y a quien Rafael Soria Lagartijo consideró su interlocutor más válido y entendido. Antonio, junto con el hijo de Linares, sería también su primer socio en el Studio 52 que Pepe montó en Gran Capitán, junto a la cafetería Dvnia, diseñado por Rafael de La-Hoz y decorado por Jorge Oteiza; un hito vanguardista en la Córdoba de los 50. Fueron los años de Cántico, de sus primeras series en catálogos y publicaciones: retablos de Córdoba y provincia que enriquecieron el libro Barroco Andaluz; trabajos para Félix Hernández desde Córdoba a Toledo, para el Instituto Arqueológico Alemán o las excavaciones de Medina Azahara. Ya ilustraba las portadas de Ricardo Molina, autor del primer corto que realizó Pepe, y representando a Córdoba, fue seleccionado y proyectado en el Festival Internacional de Nueva York en 1954.
Implicado de lleno en el ambiente cultural de la ciudad, fundó en 1959 el Cine Club Liceo, inaugurado por Carlos Saura en el Círculo de la Amistad, junto a Rafael Mir y Martínez Bjorkman. Fue el germen de los inicios de Josefina Molina en el Teatro Medea. Eran tiempos difíciles para el compromiso, marcados por la censura constante, el boicot y las amenazas. El cine europeo no gustaba en aquella España folclórica de cintas en blanco y negro que manipulaban el sentimiento del Sur, su copla, sus toreros, sus pasiones y su religiosidad.
Comenzaba a triunfar Manuel Benítez y Pepe Jiménez fue el elegido para las primeras fotos que del diestro encargara El Pipo, inventor del marketing más agresivo. Así, la mayoría de las imágenes que de El Cordobés se tienen proceden de su cámara. Protagonizaron una exposición auspiciada por Jesús Hermida en Madrid, negocio nefasto para Jiménez por cuanto nunca vio el dinero de las fotos vendidas. Por el contrario, el éxito le acompañó como cámara y director de imagen del corto dirigido por Bardem, protagonizado asimismo por el diestro de Palma del Río.
En el 60 ya era corresponsal de TVE, colaborador del noticiario NODO y reportero taurino a nivel nacional, incluidos los sanfermines, en donde coincidió y grabó a Hemingway y Picasso, entre otros. A la par, iba cosechando premios nacionales e internacionales en Japón, Italia, Francia, Inglaterra y en su ciudad; la eterna musa de su inspiración. Su trabajo llamó la atención de grandes profesionales como Félix Rodríguez de la Fuente, que allá por los 70 lo solicitó para su célebre serie El Hombre y la Tierra. Rechazó la oferta. A partir de 1980, tras el accidente de Alaska, Pepe se preguntaría si aquel podría haber sido también su fin. Pero estaba ya anclado a Angelina Arévalo Madueño, una joven diez años menor que él, con quien se casó en el 60. Se instalaron en la avenida de los Mozárabes y tuvieron cinco hijos: Manuel Ángel, José María, Jesús Javier, Pedro Julián y Pablo Antonio. Tocados todos por los dioses de las artes, son los receptores de su legado.
En los 70 trasladó su estudio a Cruz Conde esquina con Tejares, y tras la muerte de su gran amigo Bernier, bautizó la galería con ese nombre. A la sombra de Foto Studio Jiménez convirtió el bar Siroco en punto de encuentro de poetas y artistas.
Aquel hombre inquieto, vital y extrovertido, buscaba diariamente su soledad en San Hipólito. Allí fue la despedida el 23 de febrero de 2001.
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