El último barbero de la Judería o la memoria de la Puerta de Almodóvar

Cordobeses en la historia

Antonio Giménez Camargo nació y creció en la Puerta de Almodóvar, renunció a su carrera deportiva para convertirse en el peluquero del barrio y acabó siendo su cronista sentimental

El último barbero de la Judería o la memoria de la Puerta de Almodóvar
El último barbero de la Judería o la memoria de la Puerta de Almodóvar
Matilde Cabello

23 de septiembre 2012 - 01:00

EN marzo de 1938 se daba a conocer el Fuero del Trabajo y sus premisas: "Devolver a los españoles, de una vez para siempre, la Patria, el pan y la justicia" contra "el capitalismo liberal". Ya se prometía a la ciudadanía "amparo en el infortunio" y prestaciones sociales a viejos, madres, enfermos y trabajadores, por una "vida moral y digna"; se lamentaba el hundimiento del Baleares, y el acontecimiento más destacado en Córdoba era la actuación en el Duque de Rivas de Estrellita Castro con la Orquesta Orozco.

La Puerta de Almodóvar no era ya punto de arranque de manifestaciones. Políticos y sindicalistas pasaron a la historia de sus tabernas, como los parroquianos anónimos, los bandoleros, feriantes, artistas y delincuentes que, por varios días, protagonizaban las páginas de los periodistas y escritores, cronistas del día a día del XIX y el XX. La casa de Jaén Morente albergaba la conocida taberna de El Rubio, perteneciente a una familia dedicada también al cultivo y venta de verduras en el mercado de la Judería y en la tienda de ultramarinos de la Puerta de Almodóvar, abierta hasta el XXI. La regentaba Ana Camargo Relaño, una bujalanceña casada con Antonio Giménez Carretero, hijo de El Rubio. La pareja llegó a tener cinco hijos: José María, Tomás, Antonio, Rafael y Rosario. El tercero de ellos nació un viernes 11 de marzo de 1938 en la calleja de la calle Almanzor, conocida como la de "los enterraores".

A Antonio Giménez Camargo lo llevaron a vivir a los pocos meses al número 6 (hoy 4) de la Puerta de Almodóvar, en la planta alta de la tienda, una casa de vecinos que tuvo hasta 24 personas en el padrón de 1945. Los niños iban a la "miga" de pizarra, silla y babero, en la calle Madera Baja (Tejón y Marín), y los más afortunados pasaban a la escuela. Antonio fue a la calle Saravia y tuvo de maestro al poeta Juan Bernier; le dejó la impronta de un buen docente, aunque de carácter demasiado rígido. La huella de 1947 es de duelo y luto, de tragedia en Linares y en casa de Ana Camargo. La muerte accidental de su marido a la salida de "La Letro", en donde trabajaba, la dejó con cinco chiquillos y sin las prestaciones sociales que propugnaba el Fuero del Trabajo el día en que nació su tercer hijo. Por entonces Antonio Giménez Camargo tenía nueve años y el amparo de su tío Paco, el ya tabernero de Casa Rubio. Pertenecía al club infantil El Estrella de la Puerta de Almodóvar, el primero que le fichó, sin merma para su expediente en el Colegio San Eulogio frente a la Puerta del Perdón. Pero el nerviosismo de los exámenes orales finales le hicieron tirar la toalla.

Ana compatibilizaba la tienda con la venta de leche desde las seis de la mañana, y el hermano mayor, José María, regentaba una "sultana" hasta que su progresión en el San Álvaro le exigió dedicación exclusiva. El tío Paco propuso entonces adaptar el puesto de chucherías e intercambio de tebeos por una barbería. Pablo Ramos Maroto fue el maestro con Antonio de aprendiz. Así fue como con 13 años comenzó a ser el barbero de la Puerta de Almodóvar.

Los dos años de aprendizaje le enseñaron la importancia de la discreción: "Llegó el cliente y le pregunté: '¿Cómo lo pelo?'. Y me respondió: '¡Callao!". Aprendió también el difícil arte de tratar cada barba de forma diferente; el secreto del afilado, la importancia del pulso e incluso del oído para no incurrir en anécdotas o pequeños accidentes que ahora le hacen sonreír: "Un cliente me dijo, o yo creí entender, que le cortara al doble cero -rasurado-, y bastante extrañado me puse a ello. Cuando el hombre se vio con media cabeza como una bombilla, no veas. Arreglé aquello como pude; pero tenía poco arreglo". El cliente no volvió más. Por contra, siguieron leales la mayoría de los del inicio allá por 1951: los del afeitado a navaja dos veces por semana, el corte de pelo mensual o el "arreglo de cuello" cada quince días; niños, viejos y nuevos parroquianos del barrio, profesores de la Facultad de Filosofía, Roger Garaudy u Ortí Belmonte, el artista de la calle Judíos que intercambiaba los servicios mensuales por alguna de sus obras. De Ruiz Olmos, autor de la estatua de Séneca, tiene la imagen del abuelo José María Giménez Márquez, El Rubio, sirviéndole de modelo en el rincón de la entrada a la taberna (desde donde controlaba el negocio), junto al brasero o en el patio: "Íbamos a verlo esculpir y no se molestaba, al contrario, hablaba con todo el mundo. ¡Quién me lo iba a decir, con las broncas que nos había echado de chicos! No quería niños jugando en su calle", refiriéndose a la cercana Sánchez de Feria, donde tuvo su estudio.

Antonio se casó en julio de 1962 con Juana Torres Reyes, madre de Antonio José, Juan Carlos (también peluquero) y Francisco Javier, heredero de la institución que es ya la peluquería de la Puerta de Almodóvar. Ni los seis nietos, ni los biznietos, ni la profesión alejaron a Antonio del fútbol. Fue centrocampista en el San Lorenzo, el Alcázar, el Cultural de la Electromecánicas, La Rambla, Montalbán, Baena o Hinojosa, entre otros, hasta que horario laboral y entrenamientos fueron incompatibles. Renunció a su pasión pero no a los compañeros: Miguel Reina, Juanín, Navarro o Manuel Oviedo son amigos dentro y fuera del punto de encuentro: la barbería, ágora, lugar de lectura de prensa y puesta al corriente de lo último del Córdoba. Es su socio número 44 y ostenta la insignia de oro del club junto a múltiples reconocimientos del gremio de peluqueros de la ciudad.

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