Asociación Kala, 20 años acompañando a jóvenes migrantes en Córdoba: "Llegué sin familia ni ayuda"

Solidaridad

La institución, fundada en 2005, ha asesorado a más de 100 personas que carecen de hogar y apoyo en la ciudad para conseguirles una vida digna

Una noche en la calle con la Cruz Roja de Córdoba en plena ola de frío

Foto de familia de la Asociación Kala en Córdoba.
Foto de familia de la Asociación Kala en Córdoba. / Miguel Ángel Salas

Córdoba/Mansur Corpas Santiago llegó a Córdoba en el 2001 con tan solo 15 años y tuvo la suerte de ser acogido por una familia cordobesa que le brindó todas las oportunidades que cualquier niño debería tener. Sus primeros contactos en la ciudad fueron con otros jóvenes marroquíes, la mayoría alojados en centros de menores hasta el día en el que cumplían los 18 años. Mansur se dio cuenta de que muchos de ellos, sobre todo si entraban con 16 o 17 años, salían de estos centros con el periodo formativo totalmente interrumpido, incluso sin tener sus papeles en regla o no dominar el español.

"Con 18 años, muchos de estos jóvenes se veían de la noche a la mañana en la calle y acababan durmiendo en sucursales bancarias o debajo de puentes. Fue ahí cuando empecé a ver la necesidad de estas personas tan vulnerable y le planteé el problema a mi familia cordobesa. Ellos, que vienen del mundo social, no podían dejar pasar ese tema que se repetía todas las semanas y entonces creamos esta asociación para dar acogida a los jóvenes", explica Mansur, actual presidente de la Asociación Kala, que desde su fundación en el 2005, ha prestado atención a más de 100 jóvenes migrantes sin compañía en Córdoba.

La Asociación Kala, que en árabe significa fortaleza (de ahí viene el nombre de la torre de la Calahorra) y que es el nombre del pueblo natal de Mansur en Marruecos, empezó hace 20 años para cubrir una necesidad y a día de hoy se ha convertido "en una familia". Desde su fundación ha mantenido un piso-hogar para acoger a las personas migrantes que no tenían nada ni nadie mientras que también organizaba actividades de encuentro y aprendizaje. Y, por supuesto, apoyo en la educación, el idioma y acompañamiento en los estudios, en el ámbito sanitario y en el aspecto jurídico.

Jóvenes migrantes de la Asociación Kala, en la sede junto a los voluntarios.
Jóvenes migrantes de la Asociación Kala, en la sede junto a los voluntarios. / Miguel Ángel Salas

La entidad tiene varias piedras angulares. Una de ellas es el piso-hogar disponible para los jóvenes, que en los inicios estuvo ubicado en el barrio de San Pedro. Actualmente, ha sido trasladado al barrio de Sector Sur y, aunque su capacidad es para ocho personas (tiene cuatro habitaciones), residen en él diez (dos en el salón duermen). Allí la asociación les proporciona un techo y alimentación con el objetivo de que, en un tiempo determinado, consigan acceder al mercado laboral y puedan independizarse con dignidad.

Otra piedra angular es la sede, ubicada en el Sector Sur y facilitada por la asociación Encuentro en la Calle. Allí, cinco de los 10 actuales integrantes han compartido con el Día de Córdoba sus relatos de vida y sueños por cumplir. Hassim Sowe nació y se crio en Gambia, donde trabajaba como profesor de matemáticas. En el 2023, en busca de una vida mejor, lo arriesgó todo en un viaje por el Atlántico de siete días para llegar sin nada a las Islas Canarias. Más tarde lo trasladaron a Madrid, donde, en pleno invierno, lo único que tuvo para protegerse fue el techo de la estación de Atocha.

Fue en la estación donde la vida le dio un giro completo: Mubarak, que reside actualmente en la capital y había sido uno de los jóvenes migrantes de la Asociación Kala, encontró a Hassim y le recomendó que fuese a Córdoba. "Kala nos proporciona todo lo necesario y estoy muy feliz y tranquilo de tener todo lo que necesito", recalca Hassim, quien, a sus 25 años, actualmente trabaja en una empresa de limpieza y estudia segundo de la Educación Secundaria de Adultos. Es el camino a conseguir su sueño: ser agrónomo.

Adama Touré es de Senegal y lleva en España un año. En un largo y "muy duro" viaje llegó a El Hierro, y pasó por Tenerife, Barcelona y Alcalá de Henares hasta que Córdoba fue su destino. Su petición de asilo fue denegada mientras estaba en otra asociación y, sin embargo, Kala evitó que pasara la noche en la calle: "En España no tengo familia, pero me gustaría seguir aquí trabajando. Ahora estoy estudiando y estoy muy bien", confiesa Adama, quien en el futuro piensa ser profesor de inglés.

Babacar Gueye hizo el mismo recorrido que Adama hace también un año, empezando por El Hierro y acabando en Córdoba. Este joven senegalés tampoco logró el asilo ni los papeles y se quedó "sin oportunidad de hacer nada". Su queja es clara: solo opta a trabajos de hostelería en negro porque, para tener papeles, debe llevar dos años en España. Pese a ello, admite que está "trabajando duro" para alcanzar su meta: "Me encanta la gente la de la asociación y me esfuerzo para que en el futuro pueda trabajar legalmente y volver a mi país para ver a mi familia", destaca el joven.

Hassim (derecha) y Babacar (izquierda).
Hassim (derecha) y Babacar (izquierda). / Miguel Ángel Salas

En la asociación hay otro Babacar Gueye, ambos comparten nombre, pero no tienen relación. Este tiene 25 años y también lleva un año en territorio español, ocho meses en la asociación Kala: "Yo viví en la casa de un amigo dos semanas, pero fue una persona a la que le expliqué mi situación la que me acercó a la asociación Kala. En mi país, Senegal, no he podido estudiar nada, pero ahora lo estoy haciendo para conseguir un trabajo y tener un buen futuro", recalca el joven senegalés, quien tiene en mente lograr su propósito para reunirse en el futuro con su familia, "lo más importante" para él.

También Ibrahima Faty llegó desde Gambia a España en busca de una vida digna y se encontró con la asociación Kala en Córdoba, donde lleva ya tres meses: "Me han ayudado mucho porque llegué aquí sin familia ni ayuda", recalca el joven gambiano, quien, a sus 33 años, está feliz de continuar con su aprendizaje de español y su formación en la educación secundaria española.

Integración para vivir dignamente

Los dos Babacar, Hassim, Adama e Ibrahima luchan con mucho esfuerzo por ser independientes y alcanzar sus sueños de vida. Seguro que lo logran, pues, como asegura Mansur, "la mayoría se integran con éxito y acaban formando su propia familia, muchos incluso con una cordobesa o en su país de origen y han traído a sus hijos a España". Uno de los casos más admirables es el de Clemente, el primer subsahariano que llegó a Kala. En Córdoba se formó como soldador y actualmente reside en Madrid y trabaja como soldador en la empresa Talgo, referente internacional en la fabricación de trenes.

Otro caso es Karim, quien recientemente ha anunciado a la asociación que va a volver a su país para ver a su hija, a quien no visita desde hace 12 años cuando emigró a España en busca de una vida digna. No todo es alegría. También hay casos de jóvenes que, como dice Mansur, caen en las drogas y en "trampas" en busca de dinero fácil, aunque "son casos minoritarios". Eso sí, mujeres jóvenes migrantes solo han pasado una por la asociación. Además de porque hay pocas, las administraciones tienen recursos específicos para su situación de vulnerabilidad y acuden a otros programas de acogida.

La integración es la clave para que esta población que llega sin ningún tipo de ayuda a España tenga un futuro. Por eso, como destaca la asociación Kala, en su sede forman a los jóvenes en "idioma y alfabetización" como algo imprescindible. "Algunos no saben leer ni escribir y con ellos toca empezar desde cero", destaca la vicepresidenta, Raquel Melero, quien explica que "Cada uno tiene un nivel, unos saben inglés, otros idiomas natales; unos tienes la secundaria, otros ningún estudio", pero lo "obligatorio" es que "aprovechen al máximo el tiempo para formarse". Con ese objetivo están todos matriculados a la Educación Secundaria de Adultos (ESA) en el instituto Averroes.

Mansur (izquierda), junto a Adama y Babacar.
Mansur (izquierda), junto a Adama y Babacar. / Miguel Ángel Salas

"Nuestra filosofía es que no tenemos plazo. Hay muchas asociaciones que ofrecen el mismo servicio, pero, como están amarrados a las subvenciones de las administraciones, tienen un plazo de inicio y de final para cada persona y están entre los seis u ocho meses. No le podemos pedir a cada joven que alcance muchas cosas en ese periodo de tiempo. Pasa igual en los centros de menores, que muchos salen sin haber alcanzado el objetivo de formación", señala Mansur, quien explica que Kala se "desmarca" de ponerle fecha a sus jóvenes, pues "hay quien necesita cinco meses y hay quien está tres o cuatro años".

Esto significa que apenas recibe ayudas públicas (ahora mismo solo una del Ayuntamiento). Como explica el director de la entidad, su subsistencia se basa en las aportaciones de los socios. También tiene abierto un programa de teaming por el que cualquier persona puede donar un euro a la causa social y, además, venden merchandising de la asociación con camisetas y bolígrafos. Con esta ayuda, espera continuar al menos 20 años más prestando un servicio fundamental a estos jóvenes migrantes que llegan a Córdoba con la esperanza de formar una vida digna y romper los prejuicios de la sociedad.

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