El artista que somete al cuarzo con la delicadeza de un orfebre

Cordobeses en la historia

Aurelio Teno Teno nació entre las cicatrices mineras del Calatraveño, cruzó las fronteras de múltiples materiales y disciplinas artísticas, creó un sello propio y lo donó a sus orígenes

El artista que somete al cuarzo con la delicadeza de un orfebre
El artista que somete al cuarzo con la delicadeza de un orfebre
Matilde Cabello

25 de marzo 2012 - 01:00

LA provincia de Córdoba lo era de la Hispania en la época Imperial, cuando las centurias romanas descubrían y extraían la riqueza del subsuelo del Norte de Córdoba, bautizando algunas de estas zonas con el nombre de Minas del Soldado; fue el mismo sustantivo que mantuvo cuando la explotación llegó con firma francesa dejando su impronta en la cuenca minera del Guadiato y en aquel poblado, en la frontera con Los Pedroches, que a principios del siglo pasado llegaría a alcanzar el millar de habitantes.

Las Minas del Soldado seguían generando plomo y jornales durante el primer tercio del siglo XX y, como ocurriera con Peñarroya, Belmez o Espiel, aquel rincón bimilenario, junto a Villanueva del Duque, fue tierra de acogida de numerosas familias del entorno. Hasta aquel poblado, ahora en manos de la Sociedad Minero-Metalúrgica de Peñarroya, se trasladaron José Teno González e Isabel Teno Cañuelo, naturales de El Viso. El 7 de septiembre de 1927 nació su hijo Aurelio, el tercero de los cuatro hermanos que llegarían a ser, con Manolo, Ángela y Pepe, el más pequeño de todos.

Los primeros recuerdos de Aurelio Teno son de encinas, castilletes de hierro, granito y de una bocamina por la que alguna vez descendía junto a su padre, en las antiguas vagonetas de madera que volcaban luego las vísceras de la tierra tras las máquinas de vapor sobre vías estrechas. El niño se nutrió a la par de los pechos de Isabel y de la esencia de esta Tierra Madre, pegada ya por siempre a sus genes.

En 1932, el cierre de las minas fue el preámbulo de la desolación absoluta que hoy presenta. Aurelio tenía nueve años cuando aquel primer exilio que le hizo no saber muy bien de dónde era. Aunque su partida de nacimiento estuviera en el pueblo de los padres, la cercanía geográfica lo ubicaba en Villanueva del Duque. Pero su verdadera cuna, las Minas del Soldado, se había convertido irremediablemente en el paraíso perdido que buscará sin cesar: en El Viso, donde vivieron en un principio, en las calles de Córdoba, en la Puerta de Almodóvar, en el refugio antiaéreo de la Comandancia de Ingenieros, en la calle Sánchez de Feria o en la taberna del Rubio, junto a Amadeo Ruiz Olmos.

Habían llegado a la capital en 1936, y aquí entró a cursar sus primeros estudios en el Colegio de los Salesianos. Allí comienza a rentabilizar sus dotes para el dibujo, regalándoselos a los compañeros menos diestros en ese arte. Por razones de vecindad conoció a Ruiz Olmos, su primer maestro, quien lo contrató como aprendiz "por una peseta al día menos los domingos que no trabajaba ni cobraba", recuerda ahora. Andaba por los 14 años y estuvo hasta los 16 de forma continuada, mientras cursaba Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de la calle Santiago.

Cuando Aurelio Teno desentrañó los misterios de la escultura, buscó en la joyería un camino nuevo de creación, o quizá el mismo, entrando ahora como aprendiz en un taller de orfebrería. Y con todos los secretos ancestrales del arte y la artesanía cordobeses en la maleta, se marchó a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Pronto entró en contacto con aquel ambiente de La Colmena que tan bien describieran tantos escritores anónimos de la post-guerra, y con la "vanguardia" asfixiante de aquel Madrid de los 40 que le empujó a seguir el camino hacia el Norte, "en un tren que tardaba una jartá" en llegar a París, dice. La capital del Sena le encandiló; no era "el corral de vacas" que se le antojaba Madrid.

En la Escuela Superior de Bellas Artes francesa se abrió a otra nueva especialidad: el grabado y la litografía. Ya había surgido en él ese modo peculiar de crear desde la mezcolanza de materias y formas dispares, como arrastradas por la Teoría del Caos, cuyo comportamiento final sólo es predecible por el artista que alcanzó la máxima disciplina para verterla en sus materias de origen: el mineral (el plomo del soldado) se ha convertido en plata y la nostalgia en alas de bronce, garras de cuarzo, profundidad de tierra, troncos retorcidos entre encinas, jara, tomillo, piedra y cal. Y el éxito llega en París y se extiende de nuevo hacia el Norte, ahora de Europa, en aviones y galerías de renombre. Es cuando vuelve a mirar al Sur y a sus cerros de origen. Corre el año 1965 y se instala en Gredos y rapta troncos en la Sierra, que se convierten en santos, monjes, crucificados o pájaros con dientes blanquísimos y zarpas tan delicadas como la filigrana de plata de un paso andaluz.

Un incontable número de joyas y monumentos se expanden por todo el mundo, desde Washington al Calatraveño, con la firma de este hombre que volvió a sus raíces cargado de premios y reconocimientos. Y allí se instaló, y aquí sigue, muy cerca de aquel poblado del Soldado, hoy vencido por el abandono y la ruina, que podría encajar como en un puzzle, con las últimas casas hoy reconstruidas de la aldea minera de Peñarroya o su Cerco. Es la estética de un tiempo perdido hace cien años, que Aurelio Teno busca incesantemente en cada uno de los espacios en donde habita. El que halló en el que hoy es su hogar del Pedrique, el santuario mozárabe donde confluyen todos los credos y todas sus disciplinas; personalísimas.

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