Crónica negra El asesinato de Manuel Bustos

25 años de un crimen que conmovió a la ciudad

  • Un ex músico pop asesinó a su padre, catedrático de violín, clavándole una estaca de madera en el corazón tras practicar un ritual de magia negra el 4 de enero de 1987.

El 4 de enero de 1987 está escrito con tinta roja en la crónica negra de la ciudad. Aquella noche, una vivienda ubicada en la calle San Eulogio, junto al arco del Portillo, se convirtió en el escenario de un crimen atroz que conmovió no sólo a la ciudad, sino a la opinión pública nacional e internacional, que se interesó por el suceso. Álvaro Bustos, un exmúsico pop que triunfó en la radiofórmula como componente del grupo Trébol, acaparó todos los focos después de matar a su padre clavándole una estaca de madera en el corazón tras someterlo a un ritual para exorcisarlo.

Álvaro Bustos, de 33 años, era un juguete roto. Con sólo 18 años, había probado las mieles del éxito con canciones como Carmen, que lo llevaron a recorrer todo el país en la década de los 60. Regresó a Córdoba y se aficionó a la hechicería. La enfermedad mental que padecía -una psicosis paranoide crónica- hizo el resto.

Sumido en un delirio, aquella noche creyó que en su padre se había encarnado Satanás. Según la declaración que hizo en su momento, Álvaro se decidió a matar a su progenitor para liberar, de esta manera, a la humanidad de este mal. Lector de libros de magia negra y alquimia, el joven se preparó concienzudamente para llevar a cabo su acción. Sorprendió a su progenitor cuando estaba en la cama y, tras levantarlo y hablar con él unos veinte minutos, volcó un espejo que había en el dormitorio y lo atacó con un palo y una piedra. Por último, le hundió en el pecho una estaca que él mismo se había molestado en afilar y que, según se dijo entonces, había impregnado con ajo y sal. La herida le causó la muerte inmediata a Manuel Bustos, de 70 años, un reputado catedrático de violín del Conservatorio Superior de música de la ciudad, del que llegó a ser director, y miembro de la Real Academia.

Una vez cometido el crimen, el hijo permaneció junto al cadáver las siguientes 24 horas para evitar que el mal se reencarnara. El joven viajó en un vehículo Seat 127 a la Sierra de Córdoba con la intención de quemar el cadáver y esparcir sus cenizas por el Guadalquivir, pero fue sorprendido por un vigilante y desistió. Con el cadáver en el asiento trasero del coche, condujo de nuevo a la ciudad. Aparcó en el centro y permaneció vigilante. Varios testigos aseguraron haberlo visto con síntomas de gran nerviosismo cerca del citado vehículo. Finalmente, decidió acudir a la Comisaría para entregarse.

La familia ya estaba sobre la pista, alertada por la desaparición de la víctima y de su hijo. Fue un hermano del parricida quien, la víspera del Día de Reyes, acudió a la vivienda. Pese a las reiteradas llamadas al timbre, e incluso golpes en la puerta, nadie contestó. El familiar decidió utilizar entonces una llave que guardaba, y advirtió la falta del vehículo en el garaje. Intuyó que algo pasaba y acudió al dormitorio de su padre, donde encontró la prueba más escalofriante: una enorme mancha de sangre sobre la cama. Cuando se hizo público, el crimen abrió las secciones de sucesos de todos los diarios nacionales y tuvo su hueco correspondiente en la prensa internacional.

El desaparecido diario El Caso fue el más prolijo en detalles. El periódico narró con minuciosidad cómo Álvaro Bustos, al llegar la noche de autos a su casa, fue a su habitación y descolgó la barra de madera de las cortinas, la partió sobre sus rodillas y comenzó a sacar punta con un alicate a uno de los extremos. Después, creyendo que el arma aún no tenía la perfección requerida, lo redondeó y afiló aun más con ayuda de una lima. Escondió la estaca entre el jersey y la cintura del pantalón y bajó al dormitorio de su padre, que solía descansar con la llave echada. Forzó la cerradura e irrumpió en la estancia. Ahí empezó el ritual, arrojando sal por el suelo y los muebles, un elemento que, según los libros de brujería, purifica el ambiente y debilita los demonios. Luego retiró un espejo: "Mi padre tenía capacidad de atravesarlo", llegó a excusarse. En pocos momentos, dio una fuerte patada a su padre y lo arrojó con violencia de la cama: "Vade retro Satanás, vade retro", gritó. La víctima quedó con medio cuerpo fuera de la cama, momento que aprovechó su hijo para sacar la estaba que llevaba escondida en el chaleco y hundirla con gran fuerza en el pecho.

La instrucción del caso fue fugaz y el juicio se celebró el 1 de julio. Tanto el fiscal jefe de la Audiencia Provincial como la defensa del parricida solicitaron la absolución del detenido y pidieron su internamiento en un centro psiquiátrico. Los forenses que lo habían asistido estimaron que el delito era inimputable debido a la grave enfermedad mental que padecía.

Durante el juicio, Álvaro Bustos declaró que había hecho un bien a la humanidad dando muerte a Satanás, aunque dijo que había llorado la muerte de su progenitor. El psiquiatra Carlos Castilla del Pino, que lo atendió tras su detención, dijo durante el juicio que el procesado padecía una psicosis paranoica crónica, de la que -apuntó- es imposible que se recupere. "En la mente de Álvaro Bustos existía la necesidad de matar a Satanás y, sumido en este delirio, cometió el parricidio", explicó.

El suceso conmovió a los ciudadanos y fue seguido con gran interés por la popularidad del acusado, que finalmente fue absuelto por la Sección Segunda de la Audiencia Provincial. El parricida ingresó en un centro especializado.

El mismo día de su jubilación el pasado 10 de noviembre, el exteniente fiscal, Baldomero Casado, hacía un repaso por los casos que más le habían marcado durante su larga carrera en la Justicia. Sólo la casa del chaval demostraba que era alguien alucinado. El padre vivía en la planta baja y él en la de arriba, y todo estaba pintado de negro. Las paredes eran negras, las ventanas estaban tapadas con trapos negros. "Era horroroso entrar allí, me impresionó", recordó el fiscal.

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