Aniversario de la muerte de Manolete: lluvia de claveles en la tumba del Monstruo
76 años del fallecimiento del torero
La Tertulia Taurina La Montera conmemora la pérdida del IV Califa en el Cementerio de La Salud por 33 vez consecutiva
La ofrenda floral en el 76 aniversario de la muerte de Manolete, en imágenes
El emotivo homenaje de Roca Rey a Manolete en la casa de El Monstruo
El tiempo no ha vencido a Manolete setenta y seis años después de su muerte. La dimensión del Monstruo cobra más épica cada vez que se le invoca un 28 de agosto, recordando el día en que Islero, un toro de Miura, le arrancó la vida en el bis a bis definitivo en Linares.
Todo el mundo homenajea a Manolete en este día, pero solo en Córdoba se puede rendir tributo a la tumba del Monstruo, como lo apodó Ricardo García K-Hito en una de sus crónicas. Casi un centenar de personas rodeaban el mausoleo en el Cementerio de la Salud con claveles rojos en la mano: lo más seguro es que la mayoría de los que han participado en el ritual hubieran nacido cuando de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez solo quedaba ya el mito de Manolete.
De todos los presentes había uno, Ladislao Rodríguez Ladis, que abraza orgulloso su estrecho lazo con el torero como si fuera el destino hubiera trazado en él, el relevo natural para perpetuar el legado del mito: "Nací justo el día y a la hora en que moría Manolete, el 29 de agosto de 1947 a las 5 de la mañana", reconocía a este periódico, mientras cierra nuevas fechas para dar conferencias sobre el Monstruo.
En el tradicional acto que organiza la Tertulia Taurina La Montera ininterrumpidamente desde 1991, y que ha cumplido este año su 33 edición, no han faltado peñas taurinas de la provincia ni representación institucional del Ayuntamiento, la Diputación de Córdoba o la Fundación Toro de Lidia, además de periodistas taurinos, familiares y testigos inherentes a la vida del diestro, como Romi González, hijo de Guillermo González, el mozo de espadas y amigo confidente de Manolete.
También ha asistido el decano de los toreros cordobeses, José María Montilla, encargado de colocar las primeras flores en el mausoleo, junto a Ana Segado, miembro de la Tertulia y primera mujer en presidir un festejo en los 58 años de vida de la plaza de toros de Los Califas.
José Luis Prieto Garrido, veterinario del Coso de Los Califas durante 25 años, ha sido el exaltador de la figura de Manolete en el 76 aniversario de su muerte. "Un torero prodigioso, arquitecto de la faena de muleta. Paradigma del héroe natural, silencioso, inconsciente de su diferencia; encarnó el mito del toreo, rompió el molde", ha definido en elogios al IV Califa del toreo.
"Manolete da una respuesta exacta al toro de su tiempo: los lances son versos cortos en la cara del toro, porque sus embestidas son cortas y poco humilladas", ha analizado Prieto Garrido, para concluir expresando que el de Santa Marina alcanzó "la fama de ningún otro torero".
Tras la locución se ha seguido el orden ya habitual del acto, con la ofrenda floral y la posterior lluvia de claveles rojos sobre la estatua del torero, repartidos previamente por Ladis a los asistentes. Solo los disparos de los fotógrafos rompían el escrupuloso silencio de un momento íntimo entre cordobeses y aficionados taurinos, alejado de excentricidades y de rutas turísticas.
Esta vez no ha estado acompañado por los sones del pasodoble Manolete, a diferencia del año pasado cuando se conmemoraba el 75 aniversario de su muerte. Un año después se han cumplido los 100 años de la muerte de su padre, Manuel Rodríguez, también torero y también con el mismo apodo. Manolete padre está enterrado en el mismo camposanto, pero no con su hijo. Con Manolete, el Monstruo, solo descansa Doña Angustias, fallecida en 1980, con 99 años.
Características del toreo de Manolete
Cuentan los libros de Tauromaquia que el toreo de Manolete fue serio y sobrio, hecho con gran maestría y finura, con especial relevancia en el manejo de la muleta, a la que imprimía carácter personal. Contribuyó a divulgar la manoletina, pase de muleta al que dio su nombre. Fue escueto en los adornos, sobre todo con el capote, que dominaba con elegancia, pero sólo hacía aquello que necesitaba el toro para ser bien lidiado. Los pases mirando al público eran únicos, nada de charlotadas, sino aguantando la embestida de su enemigo con temple. Los pases de pecho y por alto, espléndidos, realizados con toda la elegancia, de forma que exaltaban al público por su postura elegante mayestática. La maestría en la suerte suprema era magistral, entregándose totalmente cada tarde a este menester, lo que le permitió llegar a ser uno de los mejores estoqueadores de la historia taurina. La prueba de esta entrega a la suerte suprema la ratificó en la tarde funesta de Linares frente a Islero.
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