El abuelo que quiso sentir la Universidad y se convirtió en historiador y humanista

Cordobeses en la historia

José Orgaz Tirado soñó su futuro en un mundo que se sumergió bajo las aguas de Iznájar, rehízo el presente en la ladera de la Sierra de Córdoba y cumplió sus sueños en el Alma Máter

El abuelo que quiso sentir la Universidad y se convirtió en historiador y humanista
El abuelo que quiso sentir la Universidad y se convirtió en historiador y humanista
Matilde Cabello

03 de marzo 2013 - 01:00

Aunos días de la navidad de 1934, los almacenes Hierro Aragón ofertaban gabanes a 25 pesetas y "mantas de cuna buenas a 1,25". Los vecinos del barrio de Ciudad Jardín lloraban la muerte de un grupo de chavales de entre 9 y 17 años, víctimas de la caída de un muro y del temporal; las mismas lluvias que inundaban el Campo de la Verdad en un invierno aciago. El Comedor de Caridad y la Cabalgata de Reyes pedían ayuda a los cordobeses mientras el Jefe del Gobierno y sus ministros paseaban por Andalucía a bordo del Graff Zeppelín. Alejandro Lerroux daba plantón, una vez más, a sus paisanos.

El agua y las decisiones políticas que marcaban ese martes 18 de diciembre de 1934, eran una premonición para el niño que llegaba al mundo en la barriada de San José, en la carretera antigua de Iznájar a Loja, junto al Genil. Le pusieron de nombre José. Era el segundo de los seis hijos de Carmen Tirado Cantero y Francisco Orgaz Morales, conocido como Frasquito, el de Ricardo. El mayor, Ricardo, murió muy joven y Ana sólo cumplió unos meses; José, Juana, Carmen y Francisco crecieron en la casona anexa a la tienda-colmado del barrio de San José.

Los chiquillos comenzaron pronto a ayudar en aquel negocio que nutría por igual a los vecinos de hoces y otros aperos de labranza, como de ropa, semillas y comestibles. Con ocho o nueve años, José Orgaz caminaba diariamente los casi dos kilómetros que lo separaban de Iznájar para ir a su primera escuela. Se sentía afortunado en un aula con 50 ó 60 alumnos de todas las edades, en donde los más mayores se ocupaban de enseñar a los recién llegados, bajo la supervisión del maestro Antonio. Otros niños trabajaban durante todo el día, no iban a la escuela y era algún vecino, el mejor preparado, el que les daba la cartilla de noche cuando no contaban con maestros pedáneos, que iban de casa en casa una o dos veces a la semana. En los últimos años de escuela las clases dejaron de ser exclusivamente de niños y aparecieron varias chiquillas. La hija del maestro, la del médico y poco más, las únicas que estudiaban en aquellos años 40.

Cuando José aprendió las primeras reglas se incorporó de lleno al negocio familiar, sin renunciar a sus estudios. Aprovechaba los "claros que había en el trabajo" para seguir formándose. El hermano pequeño, Francisco, fue el único al que se le dio estudios y llegó a terminar Magisterio. Corrían los años 60 y para José la vida estaba ya marcada: "Vivíamos con la abuela, con mis padres y mis hermanas, con el tío Agustín, que quedó viudo, y con su hija Ana que crió mi abuela. Antes era así; la gente se moría donde nacía y todos alrededor de sus mayores". Él salió de su barriada de San José para cumplir el Servicio Militar Obligatorio, en donde su interés por los libros le procuró un destino tranquilo, si bien la estancia en Algeciras le hizo vivir "una época corrupta en un sistema corrupto".

En Iznájar conoció a Benita Rosúa y allí se casaron. Ella tenía 22 años y él, con 25, mantenía su afán por estudiar. Comenzó el Bachiller a Distancia a través de la radio, que emitía de madrugada, hasta que un cambio de horario lo hizo incompatible con su trabajo y hubo de esperar a su llegada a Córdoba para concluirlo, asistiendo a clase una vez por semana, y tomando apuntes a través de la emisora. Pero antes, el agua y las decisiones políticas que eran titulares el día de su nacimiento, dieron un giro a su vida. Desde mediados de los 60 se había empezado a hablar de la construcción del pantano de Iznájar, que inquietaba a todos menos a la abuela: "En la II República -aseguraba ella-, ya se decía y nunca se hizo". Pero las aguas empezaron a amenazar las lindes de San José y los vecinos no tuvieron más remedio que aceptar las condiciones y decisiones de la Administración de la época.

José tanteó un futuro en la siempre cercana Granada y en Córdoba. Finalmente se instaló en un Parque Figueroa a estreno, en donde mantuvo su profesión de comerciante autónomo y reanudó su pasión por el Saber. En el Instituto Góngora, y de noche, hizo varios cursos en uno y terminó el Bachiller en 1996. Luego se animó con la selectividad y sacó la nota que le permitía el acceso a distintas carreras, salvo a Medicina: "Yo quería Letras. Estaba tan falto…". La intención primera era sencillamente "ir a la Facultad para ver cómo era por dentro", y ya no supo ni quiso salir del viejo edificio de Filosofía y Letras. Allí se encontró con la satisfacción de aprobar el primer curso y terminar Historia en 2005. Para él, el secreto está en la acogida que desde el primer día le dieron los alumnos, con los que ha participado en viajes, cursos y prácticas, dentro y fuera de Europa, incluido un intercambio en Belfast: "Me gustan los jóvenes; nosotros éramos más crueles y duros que ellos. Un disminuido psíquico o físico era el tonto o el tuerto, y la familia se avergonzaba, lo escondía. Ellos no son así hoy. Sienten respeto por los demás".

María Dolores Asquerino, la inolvidable profesora de la Universidad de Córdoba, que le había desvelado la grandeza de la Prehistoria, le animó a matricularse en una segunda carrera, que esta vez fue la de Humanidades. Concluida ésta, cursa desde hace dos años Historia del Arte.

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