El bailaor del Zoco de la Judería que compartió lágrimas con La Tomata

Cordobeses en la historia

Rafael Ceular Arjona creció en el barrio de los toreros, conoció la desesperación del hambre y a ella impuso la grandeza de su arte y el trabajo en Suiza para sacar de pobres a los suyos

El bailaor del Zoco de la Judería que compartió lágrimas con La Tomata
El bailaor del Zoco de la Judería que compartió lágrimas con La Tomata
Matilde Cabello

07 de octubre 2012 - 01:00

LOS niños de Santa Marina y las Costanillas corrían descalzos por los patios de vecinos y dormían hacinados en habitaciones de alquiler, mientras otros se descalzaban para bañarse en los campamentos de Trassierra y jugaban a vivir en un chozo durante sus vacaciones de boys scouts. En el entresuelo de Braulio la Portilla 3 se buscaban "señoritas jóvenes y agraciadas para trabajar de camareras"; el Marqués de Boil permanecía arrestado en su domicilio por su implicación con la monarquía, se firmaba el decreto separando definitivamente a Sanjurjo del Ejército, y en Lorca se detenía a todos los frailes de un convento franciscano por posesión de armas y bombas de mano, que arrojaron contra la policía.

Corría el verano de 1932. En la casa de paso de la Lagunilla, un 26 de agosto, Julia Arjona Priego daba a luz a su hijo Rafael. Era el segundo de los nueve que llegaría a tener con Manuel Ceular Luque, hijo de piconeros, amigo de toreros, flamenco por condición y conocido ya en Córdoba con el sobrenombre de El Directo. El hombre había encontrado ya trabajo en los ferrocarriles de Córdoba gracias a la intervención de su amigo Manolete, con quien había jugado desde niño, y Julia ayudaba a la economía como costurera de Angustias Sánchez. Así, Manuel y Rafael, como Antonio, Rosario y José, que nacerían más tarde, fueron cuidando unos de otros mientras los padres se buscaban la vida.

Rafael Ceular Arjona creció deprisa y aprendió desde chiquito a cuidar del puchero; a correr en busca del pecho de la madre cuando los hermanillos, de mantilla, lloraban de hambre; a mirar con ojos de admiración al de Santa Marina para arrancarle un "Rafalito, ven acá y ponte detrás del carretón". Aquel torero serio que tanto alivio dio a su casa.

Los padres de Rafael Ceular pasaron de la casa de la Lagunilla a una vivienda junto al viaducto, gracias al ingreso de Manuel en la Electromecánicas, nuevamente de la mano de Manolete. Pero con la muerte en Linares se acabó la filantropía de los Rodríguez Sánchez, y la desgracia entró doblemente en casa de El Directo con la muerte del hijo más pequeño arrollado por un tren. Los padres no se recuperarían nunca; el hermano mayor se casó a los trece años y Rafael asumió, todavía niño, el peso de la familia. Pero, como toda la saga de los Ceulares, Rafael había nacido tocado por el don del Arte y pronto descubrió la impresión que causaban sus "cuatro zapateáos" entre propios y extraños. Las fiestas en los patios de vecinos fueron su única escuela y las celebraciones populares los primeros escenarios, en donde aparecía con siete u ocho añitos "bailando y dando saltos por las casetas, con mi pantaloncillo corto y mis castañuelas de aluminio para ganarme unas pesetillas", contaba para estas mismas páginas de El Día hace años. Recordaba igualmente su trabajo en los Carruseles de Campos para conseguir paseos que nunca disfrutaba porque los regalaba a sus hermanillos.

En el teatro Duque de Rivas obtuvo sus primeros premios antes de entrar en el Zoco en los tiempos de Blanca del Rey, La Tomata y un Merengue casi niño. Eran dos funciones diarias con fondo de guitarra de Arango y Paco El del Lunar, padre de Juanito Serrano. En los días de Feria había doblete en las casetas, en los cabarés o en los teatros ambulantes. Así conoció y se fraguó su amistad con Manolita Chen, compañera de escenario que, cuando no coincidía con él, le guardaba siempre un lugar en el palco. Al Gran Teatro, el Góngora o el Hotel Palas acudían con frecuencia para bailar con música de orquesta, y fueron muchas las noches en que pusieron el colofón a los espectáculos de Lola Flores, Manolo Caracol y otros grandes.

Con Antonio Mondéjar coincidió en Sevilla en la prueba para obtener el carnet oficial de bailaor. Con esto pudo entrar en el grupo de Coros y Danzas, dirigido por Maruja Cazalla y Fragero, donde las giras nacionales e internacionales fueron tan numerosas como las infinitas anécdotas que generaron. Rafael las contaba con un lenguaje y una gracia naturales imposibles de reproducir.

Dotado de una estética elegante y digna de un galán de cine, aquel bailaor guapo de los 50 pudo gozar del amor de mujeres excepcionales que siempre recordó con infinito cariño; pero la fidelidad a sí mismo, por encima de las costumbres y lo políticamente correcto, prevalecieron. Nunca se casó, pero fue el mejor padre que pudo tener su familia. Por ella abandonó la bohemia; las propuestas del Pasapoga en la Gran Vía madrileña y en el Corral de la Morería; las giras con Pepe Pinto y las posibilidades que el cine de la época ofrecía para los artistas del Sur.

Con 24 años abandonó su carrera profesional y se marchó a Suiza soñando el piso que Julia no pudo disfrutar. Allí permaneció más de dos décadas siempre con la misma empresaria, encantada con aquel trabajador andaluz que "era una prenda, lo mismo te hacía una cama que unas cortinas, o una tortilla de papas", evocaba de su estancia en Suiza.

A su regreso abrió un bar en Santa Rosa que dio trabajo a su familia, acogida ya en el piso de la Huerta de la Reina. Allí vivió los últimos años de su vida, con alguna estancia en su casa del campo, y muchos paseos por la Córdoba que tanto había añorado. La dejó llena de amigos y un poco más triste sin él cuando murió, sin hacer ruido, el 15 de marzo de 2012.

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