Orquesta de Córdoba | Crítica

Verdi ante la muerte

Un momento del espectáculo.

Un momento del espectáculo. / Orquesta de Córdoba

Los compases finales del grandioso Réquiem que compuso Giuseppe Verdi (1813-1901) para el primer aniversario de la muerte de Alessandro Manzoni (1785-1873) dejan una sensación honda.

Todo ese extenso número final (Libera me) es magnífico, pero es a partir de la gran fuga cuando asistimos estremecidos a un condensado magistral del mensaje, más romántico que devoto, de esta singular misa de difuntos.

Si en la gran fuga asistimos, por la magia del principio de simultaneidad de la música, a una superposición prodigiosa de súplica, terror y rebeldía, sentimientos que se han venido sucediendo durante toda la hora anterior, a continuación comienza un apagamiento, un desvanecimiento hacia la nada: la música desaparece entre el susurrante “Libera me” de la soprano, pintando el sentido literal de la palabra réquiem: un descanso que no sabemos bien si es dulce o resignado.

Me pareció magnífica la flexibilidad vocal de Lucía Tavira en todo este número. Sus agudos a veces eran transparentes, como de dulce voz infantil, y otras se llenaban del drama y la carnosidad de una diva romántica. Al igual que sus compañeros del elenco solista, supo encontrar ese punto justo que demandaba el propio autor: “No se debe cantar esta Misa en la forma en que se canta una ópera y, por lo tanto, el fraseo y la dinámica, que pueden estar bien en el teatro, no me satisfacen en absoluto”.

Me gustaron también mucho todas las intervenciones de Laura Vila, especialmente brillante en el Liber scriptus, que recuerda un poco a la escena del juicio del acto IV de Aida. Su musicalidad y sentido dramático venían como anillo al dedo al lenguaje musical del Verdi maduro de esta obra.

Pudimos admirar igualmente el arte expresivo y sutil de Alejandro del Cerro especialmente en el número Ingemisco tamquam reus, otro de los momentos cumbre del Dies irae. Y un bravo entusiasta también para el bajo David Cervera, que bordó todas sus intervenciones solistas e hizo gala de una voz potente y expresiva.

Elogios igualmente para el coro, la orquesta, los trompetistas colaboradores en el Tuba mirum y, muy especialmente, para Alejandro Muñoz, director del Coro de Ópera de Córdoba, miembro de la orquesta y director finalmente de todo el efectivo por indisposición a última hora de Carlos Domínguez-Nieto.

Un orgullo para la ciudad el haber programado esta producción que, maldita forza del destino, fue dedicada al recientemente fallecido Juan Carlos Limia, gestor cultural del Ayuntamiento de Córdoba. Va también por ti este texto, amigo.

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