Veedores de hembras en el Mercantil y bibliotecas durante la madrugada

estampas de verano

En 1931 las autoridades aconsejaban no consumir el pescado "de venta en ambulancia" por calles que alcanzaron los 43 grados a la sombra. Ardía la Huerta San Rafael de Machaquito

Matilde Cabello

28 de julio 2013 - 01:00

EEl verano se presentaba anticlerical y caluroso. Tras el asalto de los obreros al convento de San Cayetano se había declarado el estado de guerra. Las fuerzas enviadas desde Madrid se marchaban y el Ayuntamiento anunciaba la creación inminente de nuevas plazas de policía.

Un incendio en la Huerta de San Rafael, de Machaquito, prendió olivares y mieses; duró todo el día y, al caer la noche, pintó un escenario rojizo e infernal en el horizonte del Brillante. Acrecentaba la asfixia de un verano de coches de caballos, automóviles, carrillos de mano, borricos y mulos. Había trenes a Villaharta, Fuencaliente o Lanjarón para las clases medias; a los baños del Carmen, La Victoria, Santa Elisa o Santander para las acomodadas. Camino de la Sierra o del Brillante aguardaban arroyos limpios y albercas con verdina en las huertas.

El río era un recurso para barqueros, areneros y pescadores. Hortelanos y vendedores voceaban desde muy temprano y las autoridades aconsejaban no consumir el pescado "de venta en ambulancia", repartido por unas calles que estrenaban nombre tras el cambio de régimen. En aquellas fechas eran, según el Observatorio Nacional, las más calurosas del país. Se alcanzaron los 43 grados a la sombra; si bien la misma nota decía que en Don Benito (Badajoz) fueron 45, registrándose entre los campesinos múltiples casos de insolación.

Aquí, a cualquier temperatura, se vendían la ropa negra y los mantones junto al Potro. Las más afortunadas los lucían de manila costeados por los veedores de hembras que tomaban café en el Mercantil. En Diego de León, esquina Alfonso XIII, Tirado ofrecía diademas para novias, abanicos y sombrillas; la peluquería Paco, en Alonso de Aguilar, garantizaba ondulaciones permanentes por nueve meses a 15 pesetas, cortes de cabello por 1,5 y a tre con agua. En la Plaza de la República, luego de José Antonio y siempre de Las Tendillas, Padilla limpiaba el viejo sombrero al comprar otro nuevo y cervezas Mezquita, la marca de Córdoba, aseguraba que quien la probaba "ya no querría otra".

Pero lo verdaderamente milagroso parecían ser las pastas para sopa que "en las naciones extranjeras más avanzadas" se consumían contra el ácido úrico y, por extensión, para evitar artritis, arterioesclerosis, lumbago o reumatismo; eso sí, con las garantías de higiene de Ángel Añón, en Doce de Octubre 10.

Y si la salud seguía resentida, estaba ya la firma Bayer y su Cafiaspirina que no afectaba ni a los riñones ni al corazón; "tome dos o tres tabletas y se sentirá aliviado", rezaba su publicidad junto al anuncio de la visita de dos "moros notables" procedentes del Protectorado y recibidos por "el culto arabista Rafael Castejón".

Eran habituales las detenciones por amenazar pistola en mano en plena calle, las agresiones y atentados a empresarios e instituciones religiosas. Empero los sucesos más frecuentes fueron las caídas desgraciadas de los niños, que quedarían lisiados para siempre; las mujeres abrasadas por agua caliente en accidentes domésticos, las primeras muertes también de ellas por ejercer el derecho a ser libres que propugnaba la República y las víctimas del Guadalquivir.

Los niños escapaban de las madres para nadar junto al Molino de Martos. El Río Grande, sin dragar, como ahora, se tintaba de sangre tras los saltos desde el molino; los cuerpos quedaban clavados en los maderos viejos, en el basurero que era entonces. En un atardecer de junio la corriente se llevó a un chiquillo del Alcázar Viejo; a su madre, Joaquina Luque, la reanimaron durante horas en la Casa de Socorro de Campo Santo de los Mártires. Aquella misma noche, en el Paseo de la Victoria, la Banda Municipal interpretaba el pasodoble Cañero, la Granada de Albéniz o La boda de Luis Alonso; había cine en Los Tejares, un taxi permanente en la Confitería Chastang llamando al teléfono 2540, cinco farmacias de guardia y cuatro bibliotecas públicas, también de guardia y permanentes, en horarios que iban desde las 06:00 de la mañana a las 03:00 de la madrugada del día siguiente.

El diario La Voz, que el alcalde Vaquero Cantillo había comprado a Cruz Conde, anunciaba artículos de Julián Besteiro, Ventajas y peligros del optimismo y de Jiménez de Asúa, Los presos políticos en Rusia. Eran lecturas y autores que nunca podríamos llevar en la maleta de verano durante generaciones.

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