Entrevista

Rosario Villajos, escritora: "Todavía hay que quitarse muchos corsés"

La escritora cordobesa Rosario Villajos.

La escritora cordobesa Rosario Villajos. / Juan Ayala

Rosario Villajos (Córdoba, 1978) trabajó en las industrias musical, cinematográfica, artística, cultural y hostelera antes de llegar a la literatura. Ahora compagina un "trabajo alimenticio" en Madrid con su pasión, la escritura. Su novela La educación física (Seix Barral, 2023) acaba de recibir el Premio Biblioteca Breve 2023. "No me esperaba ningún reconocimiento, porque no es la primera vez que me presentaba a un concurso de este tipo. Estoy muy contenta, pero al mismo tiempo me da mucho pudor hablar del premio, no me lo termino de creer. El hecho de publicar en Seix Barral ya me parece increíble", dice. 

-El jurado destacó que la obra recoge el sentir de una generación. ¿Se siente la voz de algo?

-No puedo decir que formo parte de una generación concreta. En muchos aspectos me considero más Millennial que de la Generación X. Creo que eso lo debería responder el jurado, aunque me encanta que ellos lo valoren así. Al final lo que hago es escribir una historia de un personaje específico al que le pasan unas cosas muy específicas. No deja de ser una novela de suspense con trasfondo. Aunque si consideran que es la voz de una generación, yo encantada.

-El relato arranca cuando la protagonista, Catalina, una joven de 16 años, se plantea hacer autostop para no llegar tarde a casa y no enfadar a su padre. Suena a muy de los 90...

-Bueno, realmente no va a correr ningún riesgo si llega tarde a casa. El problema es que nosotras estábamos obsesionadas con cumplir las normas de casa. Quizás es que la chica se ha montado una película. Es algo habitual decir, "si no hago esto, me matan". Es una frase hecha, porque en realidad no te van a matar. La cuestión es que tú no quieres decepcionar a tus padres. Además, a esta chica le ha pasado una cosa súper desagradable y lo único que quiere es llegar a casa cuanto antes, no solo antes de la cena.

-¿Cuánto tienen sus historias de autobiografía o de vivencias reales?

-La novela no es autobiográfica, nunca me ha pasado nada así. Aunque considero que en todas las historias hay algo autobiográfico, porque parten de uno mismo. La protagonista, en un momento determinado, se rapa la cabeza, algo que yo también hice en un momento de mi vida, pero por motivos que no tienen nada que ver con los de Catalina. Al final usas sentimientos o cosas que te han contado, o cosas que piensas que podrían haber sucedido. A mí no me ha ocurrido nada parecido a lo que vive Catalina, y ni siquiera tengo tanto en común con ella más allá de que somos de la misma generación. Catalina es una buena chica, y yo no lo era. Repetí primero de BUP, me gustaba demasiado ir al billar... Ni siquiera creo que el género autobiográfico realmente exista, porque la memoria es engañosa. Sí es verdad que me están llegando los primeros feedback de la novela y muchos lectores, incluso chicos, me dicen que creen que la novela habla sobre ellos o que se sienten identificados. En todo caso, la ficción es ficción. No me imagino que al autor de una obra de piratas le pregunten qué hay de autobiográfico...

-La portada del libro es un torso de mujer con una braga faja. Evidentemente, no es casual...

-Presenté el manuscrito con una imagen muy parecida, y Seix Barral se ha encargado de comprar la faja en El Corte Inglés, que a día de hoy aún la venden, y de reproducirla no en una modelo, sino en un cuerpo real. Aparte de que remite a algo que ocurre en el texto con una faja, tiene el simbolismo de representar el corsé emocional de la mujer. En la novela también hay una parte bastante importante de mitología clásica, porque a la protagonista le encanta la mitología clásica. Mientras escribía, me acordé de que en las esculturas griegas y romanas que nos han llegado los genitales masculinos aparecen muy pequeños, pero es que los de la mujer directamente están borrados. Solo les marcaban un triángulo que se parece mucho al de la imagen que sale en la novela. Los genitales femeninos no existen...

-En el mes de marzo se ha celebrado el Día Internacional de la Mujer. ¿Es feminista? ¿Se considera militante?

-Me considero feminista y estuve en la manifestación de Madrid. Me hizo muy feliz ver que había mucha gente en la calle otra vez y me sorprendió que esta vez había muchos más hombres que en ocasiones anteriores. También participé en una jornada sobre feminismo de la Universidad Autónoma de Madrid, donde había muchos chicos, lo que me hizo ser muy optimista respecto al futuro. Pero no sé si milito lo suficiente o si mi libro es feminista, aunque ya lo han catalogado como tal, porque no deja de ser una ficción. Además, ya llevamos suficientes corsés como para para etiquetarnos más. Para escribir no hay que ponerse corsés, sino plasmar lo que te venga en gana.

-¿De qué corsés habría que desprenderse?

-De las cosas que nos hacen perder el tiempo a las mujeres. Cuánto tiempo perdemos en embellecernos o en cuidar por encima de nuestras posibilidades, olvidando cuidarnos a nosotras mismas. Y no solo las mujeres, los hombres también deberían quitarse muchos corsés. El feminismo es para todas y para todos. Hay muchos hombres que no se identifican para nada con la idea del hombre macho que va a la guerra y que se comporta de determinada manera, y me parece fantástico que abandonen ese barco. Hay un montón de corsés de la sociedad: el temple, la perfección... Desde que somos pequeños nos están diciendo nuestros padres lo que tenemos que hacer. Nuestros padres pertenecen a otra generación, igual que yo ahora pertenezco a una generación mayor que la gente joven, y creo que deberíamos pararnos a escucharlos. Siempre me acuerdo de cuando el Brexit, que me pilló en Inglaterra, que salían las jovencitas a protestar en la calle porque ellas no podían votar, pero había gente con 90 años con un pie en la tumba que iba a decidir su futuro. No sabemos el sentir de esa generación, y lo menos que puedes hacer es pararte a a escuchar. También tienen sus corsés.

Rosario Villajos, en la plaza de la Compañía de Córdoba. Rosario Villajos, en la plaza de la Compañía de Córdoba.

Rosario Villajos, en la plaza de la Compañía de Córdoba. / Juan Ayala

-¿Hay algún hecho concreto o algo que le hiciera click y que considere el germen de la novela?

-Sí, mi perimenopausia. Estoy ahora con cambios hormonales, con un montón de complejos físicos que me recuerdan mucho a cuando era jovencita, que te empieza a cambiar el cuerpo y es el momento en que te ves las extremidades muy largas o que el pelo se transforma. Ahora me han salido muchísimas canas. A partir de ahí, he llegado a la reflexión de por qué tanta preocupación por el cuerpo de la manera incorrecta, en lugar de preocuparte por el cuerpo sintiéndolo, aceptándolo... Lo estoy viviendo como una segunda adolescencia también de mucha rebeldía, aunque distinta a cuando era adolescente, porque en esa fase tu cerebro no está terminado de formar y haces muchas locuras. Con mi edad, ya ves la muerte más cerca y dices no aguanto esto, no aguanto aquello... Y voy a hacer esta locura porque tengo que probarlo antes de morirme.

-Ha vivido en Córdoba, en Sevilla, en Granada, de Montpellier, en Barcelona, en Londres y en Madrid, ¿qué le ha aportado cada lugar por el que ha pasado?

-Tres novelas y muchas experiencias. Soy de esas personas que se tiran al barro incluso con cosas que frenarían a mucha gente. Yo me meto en berenjenales a pesar de que se me vaya a criticar. Siempre pienso: de ahí puede salir un buen relato.

-¿Algún berenjenal que pueda desvelar?

-Cuando vivía en Barcelona, fui a ver un espectáculo rarísimo, yo qué sé... Algo saldrá de aquí en algún momento, pensé. Fiestas raras, cosas raras... No voy a desvelar más... [ríe].

-Ha tenido muchos trabajos en diferentes ámbitos. ¿Es imposible vivir de la literatura?

-De momento, no puedo vivir de esto, aunque conozco a gente que sí lo hace impartiendo talleres o escribiendo un libro cada pocos meses, cosa que yo no puedo hacer debido a mi trabajo. De todas maneras, ahora mismo es bastante complicado. Lo guay de tener un trabajo alimenticio como el mío es que te permite escribir sobre lo que te dé la gana. Nada más anunciar el premio, me dijeron en algún medio si no era una oportunista por sacar una novela en la que también se aborda el consentimiento, justo ahora con la que ha caído. Y respondí que yo llevo escribiendo sobre estas mierdas toda la vida. Y tengo un trabajo alimenticio justamente para poder escribir de lo que me dé la gana.

-¿Se vería escribiendo sobre asuntos de moda? Por ejemplo, recreando un periodo histórico cuando se celebra una efeméride. Hay autores que sí lo hacen y les funciona...

-Para mí lo que he hecho es novela histórica, porque hablo de un caso concreto y de una España muy concreta, la de 1994. Y la anterior también es histórica porque trato un momento en el que había una precariedad brutal en España en la que que los jóvenes salían huyendo. Hablé sobre asuntos como la soledad cuando te vas a vivir al extranjero, que es un tema que afecta a mucha gente. Y para mí eso es novela histórica. Ahora mismo, por ejemplo, estoy pensando en que me encantaría escribir algo sobre la Edad Media, ¿por qué no? Al final, yo escribo a través del cuerpo y de las sensaciones corporales que puedan tener mis protagonistas, y eso vale para todas las épocas.

-¿Qué hechos le han marcado de los 90, que es la época en que se desarrolla el libro?

-Pues supongo que lo que nos chupábamos por televisión. Los 90 fueron muy duros... Mónica Lewinsky, las modelos anoréxicas con cuerpos de niña, los asesinatos de Alcàsser, Anabel Segura, un montón de desapariciones y de muertes y de pánico social. También es un momento en que se escuchaba muy buena música. La verdad es que me lo pasé muy bien en aquella época, al contrario que Catalina. A lo mejor yo tenía complejos de otro tipo, como que me gustaría haber caído mejor o ser un poco más social... Pero fui bastante normativa, aunque en la ESO sacaba malas notas. Nunca aprendí a estudiar.

Rosario Villajos, en el centro de Córdoba. Rosario Villajos, en el centro de Córdoba.

Rosario Villajos, en el centro de Córdoba. / Juan Ayala

-Si tuviese la oportunidad de encontrarse a Catalina, ¿qué le diría o qué le aconsejaría?

-Le daría un abrazo primero de todo, aunque ella se asustaría y diría, ¿qué pasa aquí?, ¿por qué me están dando un abrazo? Se asustaría muchísimo y saldría corriendo la pobre. Aunque no creo que se pueda hacer mucho por ella. Ella es la que tiene que descubrir si consigue llegar a su casa y qué hacer con su vida.

-¿Ese abrazo le ha faltado alguna vez en algún momento de su vida?

-Sí, por supuesto, durante mucho tiempo, especialmente cuando vivía en Inglaterra, donde pasé siete años. Y de jovencita también. No es por nada, pero los adolescentes de ahora nos dan 20 millones de vueltas emocionalmente. En aquella época no sabías muy bien a quién acercarte por las reacciones que pudieran tener. Había muchos pánicos y muchos miedos absurdos. Entre las chicas quizás menos, pero la amistad entre los chicos era muy diferente.

-¿Cómo llega a la literatura?

-Pues llego y me voy varias veces, esa es la verdad. He entrado varias veces, pero he visto peligrar mi salud mental y he huido. Empecé a través de la poesía, pero soy una terrible poeta. Luego estuve en el cómic, y mi primera publicación fue una novela gráfica. La definitiva fue cuando aterricé en España. Me apunté a un taller de escritura creativa porque después de tantos años fuera mi español se había vuelto un desastre. Suena a pantomima, pero metía frases en inglés, no me funcionaba el cerebro correctamente... De aquellas clases surgió mi primera novela.

-Aun así conserva el acento andaluz...

-Y a ver quién se atreve a quitármelo.

-¿Cuál es su principal añoranza cuando está fuera de Córdoba?

-Afortunadamente, vengo muchísimo. Se añora cuando no se tiene algo, pero yo siento muy cercanas a mis amigas aunque ellas estén aquí y yo en Madrid. Lo que sí echo de menos es estar como estamos ahora, en una terracita al sol. Es verdad que en Alcobendas también hay sol, pero es que Córdoba es tan bonita... Eso sí que lo echo de menos.

-¿Y ha pensado en regresar?

-¡Es que hace mucho calor! En la Ribera pinté un mural sobre el cambio climático que es como un código de barras gigante. El azul indica el frío, y cuanto más rojo, más oscuro, casi negro, más calor y más peligra el planeta. Y los últimos años son rojo, rojo, rojo. Me da pánico volver por eso, cada vez empieza el verano antes y termina más tarde. La gente normal tiene coche y se va los fines de semana a la playa. Pero yo ni siquiera sé conducir.

-¿Sigue cultivando su faceta como artista y como diseñadora gráfica?

-No, eso lo abandoné hace años porque no soy buena diseñadora. Sí que me gusta el arte. Acabo de participar en una exposición colectiva que se llama Todas las Ítacas en la Fundación Botí con una pieza de videoarte, que es otra forma de narrar y de contar historias. Y seguiré haciendo arte hasta que me muera.

-Habla siempre de que lo suyo es un arte efímero, que no se va a poder restaurar ni recuperar. ¿Por qué? De alguna manera, todos los creadores quieren trascender.

-Creo que el arte es prescindible, igual que mi libro. Hablo desde esa perspectiva. No os preocupéis, que me voy a morir y no va a pasar nada. El mundo va a seguir adelante.

-En su página web tiene una serie titulada Fueron los pelos, que son dibujos hechos con el cabello que queda en la ducha. ¿Ha llegado a venderlos?

-Unos cuantos he vendido, sí, aunque me ha costado mucho sacarlos de la ducha. Utilizaba dos cartulinas a modo de espátula y laca Nelly, de la de toda la vida, para poder despegarlos mejor. Pero ya me he cansado, tampoco lo hago. Es que me canso de todo, menos de escribir.

-Viviendo en Madrid, ¿cómo ve la vida cultural de Córdoba?

-Pues una cosa que echo de menos de Córdoba es lo barata que es la Filmoteca. Cada vez que vengo, intento ir y siempre está llena, me parece muy guay. Cuando vivía aquí, desde luego, el mundo cultural era difícil. En Madrid es diferente, aunque yo donde vivo es en Alcobendas. Pero es que a lo mejor Córdoba no tiene que ser una ciudad cultural, sino otra cosa.

-¿Estaba en Córdoba cuando todo aquello de la Capitalidad Cultural?

-Sí, y me partía de risa. ¡Pero si Córdoba lo más que puede aspirar es a ser la capital donde más calor hace de España! Y ya está. Pero, ¿capital cultural? Es preciosa y todo lo que quieras, pero para ser capital cultural debes tener una agresividad y una competitividad que aquí no existen. Y me encanta que así sea. 

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