Romanticismo y sueño de las 'pymes'
cruz conde 12
Economía. Desde ciertos sectores ideológicos comienza a idealizarse el mundo de la pequeña empresa mientras se demoniza sin matiz alguno a aquellas que toman dimensión.
L A pequeña y mediana empresa española parece que ha sido indultada en el argumentario creciente, y cada vez más exitoso, de los grupos políticos anticapitalistas españoles. Frente a la gran empresa, a la que se suele demonizar sin matices, las pymes, tan manoseadas las pobres, da la sensación de que se han convertido en el ideal romántico de unos proyectos económicos que a menudo adolecen de escasa praxis y de sumaria idealización. Incluso me temo que si se le pregunta a las buenas gentes de Podemos o de IU sobre el supuesto indulto a las pymes pronto encontraremos que no todas estas pequeñas empresas serán de su agrado. Es decir, que si tres agentes bursátiles se unen para crear una pequeña asesoría dirigida a una clientela de ahorradores seguro que ellos no componen el ideal de la pequeña empresita que por esos ámbitos emociona.
Lo que prima es otra cuestión mucho más romántica, casi idílica. El pequeño artesano, por ejemplo, que desde su taller se esmera. El hortelano de escasa dimensión que vende luego sus productos en la puerta del Mercado de la Mosca. Los dos informáticos que se juntan en un localito de Santa Rosa para lanzar un producto relacionado con el medio ambiente y la sociedad sostenible. Proyectos hermosos, sin duda, y necesarios en una economía diversa y vigorosa, pero por mucho que proliferen serán incapaces de permitir por sí que una sociedad como la cordobesa o una población ingente como la española puedan encontrar una forma de subsistencia adecuada para su totalidad.
Que nadie entienda con esto que lo que aquí se dice es que a las pymes no hay que cuidarlas, pues eso sería una absoluta barbaridad. ¿Cómo olvidarlas en una tierra en la que, por la debilidad de su estructura económica, dan empleo en un torno a un 75% de la población ocupada? Desde luego que hay que cuidar a las pymes, que hay que estimularlas y que hay facilitar la tarea del emprendedor que empieza tanto a la hora de financiarse y formarse como a la de tener segundas oportunidades o a la de enfrentarse a una burocracia que a menudo lastra las iniciativas. Pero no nos confundamos: en un contexto económico y demográfico como el actual un país necesita que existan compañías de gran dimensión, porque está más que demostrado que son un pulmón vital en la creación de empleo y que su productividad resulta mucho más elevada que la de la pequeña y mediana empresa. Lo datos del Eurostat así lo certifican, y de hecho apuntan hacia un hecho esperanzador cuando señalan que las grandes corporaciones españolas tienen una capacidad de eficiencia incluso superior a las alemanas, a las francesas y a las británicas.
Debería ser hora de que a las grandes compañías se les retire el sanbenito en una sociedad en la que a menudo se les mira con desdén y vieja retórica obrera. Lo que necesitamos en realidad son menos prejuicios y más claridad legal. Mejores y más éticos empresarios. Si hay malas prácticas en los negocios lo que se debe hacer es castigar a quienes las cometen, pero no generalizar ni aborrecer. Y tampoco estaría de más que en ese pandemónium que es el sistema jurídico español se aclarase el marco jurídico para que todos los jugadores tuviesen claras de una vez las normas de la partida. O sea, que lo que se precisa no es perderse en romanticismos microproductivos y buenistas, sino crear un entorno laboral y legal que sea entendible, adecuado y facilite las cosas al pequeño y al grande. Luego, cuando alguien incumpla las normas, pues castigo duro, sin mayor clemencia. Y también a esos políticos al uso que en su relación con las empresas se malean y en cierto modo incluso propician con sus prevaricaciones un sistema asqueroso en el que no pocas firmas caen por ambición. Y a esos empresarios que, por su dimensión, se creen los reyes del mundo y condicionan el poder político. Con gestores honrados no sería desde luego tan fácil ni cómoda esa perversión.
En cuanto a las pymes, estimulémoslas, de acuerdo, pero sin olvidar que lo lógico es que a futuro ganen tamaño. Una ley básica es que la empresa que no crece tiene graves riesgos de morir. Cuan necesario sería de hecho que nuestras pequeñas empresas cordobesas pudiesen crecer a base de alianzas o por su propio éxito. Romanticismos, pues, los justos. En la literatura, sí, y en el arte sin duda, pero no sentemos a Lord Byron o a Delacroix en un consejo de administración. El romanticismo en economía es siempre sinónimo de ruina, aunque algunos parece que lo desconocen cuando piensan que a base de microempresas preciosas podrán alimentar a una población de millones de personas. Cabría pensar incluso que si en muchas zonas de España hemos padecido un paro brutal incluso en tiempos benignos quizá haya sido precisamente porque nos faltó dimensión, productividad y buenas ambiciones. Lo pequeño siempre parece más bonito, pero no siempre es lo mejor.
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