Paños de cama en la calle Cruz Conde y autobuses a veinte duros
estampas de verano
En 1971 ardía el entorno de La Balanzona en la vía de Almorchón y las carreteras se sembraban de puestos de melones y cañizos con música de fondo del 'Mediterráneo'de Joan Manuel Serrat
EL hombre ponía por cuarta vez el pie en la luna a bordo del Halcón y el profesor Edmond Brun aseguraba que antes de 20 años se llegaría a Marte. Pero en Córdoba, para llegar a Málaga hacían falta cuatro horas de camino en autocar y un billete de 119 pesetas. Era la novedad de la línea de Alsina Graells y Autocares Málaga, inaugurada en agosto del 71.
Los días de playa comenzaban a ser un sueño posible para casi todos, como el utilitario o los nuevos modelos de Dodge y Simca-1000, con la novedad de los frenos de disco, en un periodo vacacional que sólo el primer fin de semana de agosto contabilizaba 52 muertos y 42 heridos, en carreteras eternas que, al llegar al Sur, se sembraban de puestos de melones, sombrajos y cañizo.
Por ellas transitaron las niñas de la Colonia Escolar de El Palo que regresaban sin novedad, desde Málaga hasta la parada de autobuses de República Argentina, frente al Instituto Provincial de Sanidad. Coincidían con la vuelta de los muchachos de la OJE que habían disfrutado del primer año de funcionamiento del Campamento La Victoria, que la Delegación Provincial de Juventudes de Córdoba había instalado en Mallorca. Los más pequeños peregrinaban en número de mil a Santiago de Compostela en Año Santo Jacobeo.
Otros habían abandonado ya su ciudad en los 50, como Rafael Ceular, el bailaor de zambras en el Zoco de la Judería y en las fiestas privadas de cualquier rincón de Córdoba. Eran los que regresaban a su tierra, como luego lo harían los súbditos de Mohamed VI, luciendo sus mejores galas y ocultando sus terribles penurias de emigrados. Rafael volvía aquel verano de Suiza y pisaba el tablao desde el otro ángulo, del que escuchaba ya la guitarra de Merengue y no el zumbido del hambre en la tripa.
Sólo la provincia de Córdoba arrojaba un censo de 724.116 habitantes de hecho con 232.343 en la capital; el índice había bajado "alarmantemente" según las autoridades, fruto principalmente de la emigración. Era la misma emigración que llenaba los pueblos de retornados, las plazas de coches grandes con matrícula extranjera, los trenes de maletas de loneta y los veladores de verano de signos de ostentación, pagados con la privación de todos los inviernos. Aquí las bicicletas comenzaban a ser vehículos de pobres, sustituidas ya por el ciclomotor, el sueño de las niñas avanzadas y de los obreros venidos a más.
Lo último de aquellos veranos eran las motocicletas Torrot: ¡Independiente! -según rezaba la publicidad- o un paseo por las afueras hasta el restaurante Los Pinares, donde había cenas a 165 pesetas cubierto, previa reserva de mesas al teléfono número 1 de Cerro Muriano; el paquete incluía la actuación de Los Maletillas de La Corredera.
Galería Preciados, Pedregosa y Almacenes Los Madrileños rebajaban aún más las saharianas de los padres o los trajes estampados de verano, mientras Rodríguez y Espejo liquidaba mantas y paños de cama en Cruz Conde 1, con temperaturas de entre 33 y 40 grados. Todavía la carta de ajuste cerraba las emisiones, a ciertas horas del día, con su dibujo en blanco y negro que los más progresistas azulaban con papel de celofán pegado en las pantallas. Era cuando el informativo seguía llamándose "el parte" y el teatro llenaba las horas últimas de emisión, dándonos a conocer a los clásicos en competencia con Marcial Lafuente Estefanía.
La plaza de toros de Los Califas reproducía las escenas de verano en las últimas nocturnas, con el espectáculo cómico-taurino-musical El Empastre, a 25 ó 100 pesetas y un sorteo de 7 regalos que iban desde dos cajas de vino a 50.000 pesetas.
Ardía el entorno de La Balanzona, uno de los últimos túneles del tren de Almorchón, y el 12 de agosto se anunciaba la demolición de la histórica plaza de Los Tejares, inaugurada en 1846. El zoológico Juan Barasona era admitido como miembro en la sociedad de zoos privados de Francia y estrenaba animales; una pareja de tigres de bengala y el primer chimpancé, tan triste como las noches de los penúltimos días de agosto, los de las despedidas a la luz de la luna y a la sombra de los parques, con la música de fondo de Mediterráneo de Serrat y Aquellas pequeñas cosas. Era cuando Decir amigo no se hacía extraño y jurábamos amor eterno sin faltar a la verdad.
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