El Palacio Episcopal recupera lo mejor de sus valores estéticos

El edificio se prepara para seguir en uso en el siglo XXI desde el respeto al pasado · Las obras realizadas en los últimos dos años han descubierto una sala que pudo ser oratorio musulmán

J. Cabrera

07 de junio 2009 - 01:00

El Palacio Episcopal, uno de los edificios más importantes y a la vez más desconocidos del patrimonio monumental de la ciudad, inicia una nueva etapa. Esta construcción, que conserva restos de todas las culturas que han pasado por la capital, acaba de recuperar lo mejor de sí mismo tras un profundo proceso de restauración que ha afectado a prácticamente sus 5.000 metros cuadrados útiles y que ha sido financiado en su totalidad por el Cabildo de la Catedral, según proyecto del arquitecto cordobés Francisco Jurado.

Situado en la zona más noble de la ciudad -frente la Mezquita-Catedral y junto al Alcázar de los Reyes Cristianos- es prácticamente un desconocido tanto para los cordobeses como para los turistas. Sus gruesos muros encierran en su interior construcciones de prácticamente todos los estilos y épocas, algo que ahora cobra nueva importancia. Los sucesivos usos que ha tenido este palacio, así como las intervenciones arquitectónicas que se han sucedido periódicamente, han ido modificando paulatinamente la estructura original. Así, la fachada de la calle Torrijos, ciclópea en sus sillares de caliza, contrasta con la construida en el siglo XVIII en Amador de los Ríos. A estos elementos hay que añadir las ventanas el siglo XV que se conservan en Campo Santo de los Mártires con el escudo del obispo Sancho de Rojas, o el salón de actos construido hace poco más de dos décadas.

El proyecto de Francisco Jurado ha conjugado los distintos usos que ha tenido el edificio y los que va a tener en el futuro, eliminando aquellos añadidos que distorsionan la lectura del inmueble y recuperando los elementos que le dan valor. Todo este trabajo, iniciado en septiembre de 2007, se ha llevado a cabo adaptando las dependencias a los nuevos tiempos, con la eliminación de barreras arquitectónicas, instalación de ascensores y climatización del recinto que deja para el recuerdo la estampa del obispo Infantes Florido -el último que lo habitó- con boina y una gruesa rebeca de lana negra para combatir el frío invernal.

Uno de los objetivos que pretenden los trabajos en el Palacio Episcopal es la recuperación de su estructura original. Para una fase posterior se ha dejado la habilitación del acceso principal al edificio, que es a través de la puerta que está junto a la esquina de Amador de los Ríos y a través de un gran patio, actualmente terrizo. Esto recuperará la gran fachada construida por el obispo fray Diego de Mardones y hará que el acceso actual -abierto en una ventana de la calle Torrijos- vuelva a su función original.

Precisamente, los trabajos de restauración en este gran patio han permitido la recuperación de una arcada, que combinaba arcos de medio punto con otros cegados, que se prolongaba sobre la calle Amador de los Ríos y conectaba, hasta los primeros años del siglo XX, este edificio con el Seminario de San Pelagio. Originariamente, la mencionada fachada de Mardones estaba enfrentada a la del Seminario, sin nada en medio, hasta que Ventura Rodríguez construyera en medio un edificio para albergar el archivo y biblioteca de los jesuitas tras su expulsión de España en 1767.

Las necesidades y el funcionamiento del Obispado han cambiado mucho a lo largo del tiempo. Hace siglos, o incluso hace décadas, con unas cuantas oficinas era suficiente. Ahora, todo el perímetro de la segunda planta del patio central son dependencias que se suceden encadenadas en donde los despachos, los ordenadores y los archivadores se suceden en la actividad del día a día con plena y absoluta funcionalidad. En cambio, la primera planta tiene otro aire. Es la planta noble, donde está el despacho del obispo, el salón del Trono, la sala de visitas, los despachos de los vicarios generales y los territoriales. En el pasillo que rodea el patio destaca, por una parte, la recuperación de las columnas calizas que un día estuvieron al aire y, de otro, la colección de cuadros oficiales de papas, reyes y obispos de todos los tiempos. Esta decoración se combina con muebles de época y embocaduras de puertas en madera tallada y dorada que resalta el uso de estas dependencias.

En el Palacio Episcopal se conserva un plano de todo el edificio dibujado en 1920, el último año del pontificado del obispo Ramón Guillamet. En él se aprecia con nitidez la distribución y los usos tradicionales del inmueble. Destacan, por su anacronismo actual, las cuadras, el guadarnés, la vivienda del cochero, el granero o el horno. Además, el edificio llegaba hasta el Campo Santo de los Mártires, donde se ubicaba el jardín por el que paseaban los obispos para hacer algo de ejercicio. En la actualidad, esta parte de terreno es propiedad de la Junta de Andalucía desde hace tres décadas y en buena parte -salvo en la zona ocupada por la Biblioteca Provincial- está demolida y, entre jaramagos, asoman los restos aparecidos en diversas excavaciones arqueológicas. Lo que se ve no tiene nada que ver con la descripción que Luis Maraver hizo en 1862 de la fiesta que en este jardín se ofreció a Isabel II con motivo de su visita a Córdoba.

En cambio, dentro del actual Palacio Episcopal también hay restos califales, además de los ya citados que hay bajo la torre norte. El elemento más singular es una estancia de planta cuadrada en cuyo centro hay cuatro gruesos pilares que ascienden hasta sostener una bóveda con reminiscencia de un oratorio musulmán, como ha intuido el arquitecto Francisco Jurado. Esta sala, una de las de mayor valor arquitectónico en la actualidad, tuvo durante siglos el uso de cocina, por lo que ha sido necesario eliminar gruesas capas de cal, humo y grasa para recuperar la belleza de la construcción original.

La huella de nuestro momento también está presente en la restauración del Palacio Episcopal. En aquellos puntos donde no existía el modelo precedente, Jurado ha aportado el lenguaje actual desde el respeto al entorno. Así, la incorporación más llamativa es una escalera metálica, que está prácticamente flotando en el aire, que sirve de prolongación a la que posiblemente se hiciera en tiempos de Mardones. El edificio se prepara así para el siglo XXI.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último