El PSOE en el diván
Los socialistas abrieron oficialmente ayer un proceso sobre su futuro que está latente en el partido desde hace muchos meses · La acumulación de poder del PP es tal que exige de una oposición organizada y solvente · Terapia o 'electroshock', las dos tendencias de un partido siempre tan poco abierto a la ruptura


EL pistoletazo de salida otorgado ayer por el comité federal del Partido Socialista para la convocatoria de su 38 congreso ha otorgado carta de naturaleza a la pugna de poder por la secretaría general que se desarrollará, al parecer, con varios candidatos. Las intrigas palaciegas, cortesanas, que tienen lugar en torno a la sede social del partido en la calle Ferraz ocuparán las portadas hasta el mes de febrero. La realidad, sin embargo, es que la base del partido lleva muchos meses con un debate crítico abierto (ajeno a los canales oficiales), absorta ante la deriva de los acontecimientos, para la que el último Consejo de Ministros no es sino la descacharrante coda final.
Córdoba nunca ha sido exactamente un banco de pruebas de los socialistas en el resto de España. El partido ocupa el cuarto lugar del Pleno municipal. En la provincia, donde sí es representativo en implantación al resto de Andalucía, ha perdido la Diputación y el favor de buena parte de eso que se llama las ciudades medias -salvo Palma del Río o Puente Genil- cuyas autoridades municipales han cimentado los equilibrios y desequilibrios internos que han gobernado el partido desde los años 80. Los socialistas se arriesgan también a perder la Junta de Andalucía, barridos por la crisis económica, sí, aunque también por no haber entendido nada de lo que ocurría a su alrededor y porque tres décadas en el poder tienen, obligatoriamente, que erosionar de forma grave.
Durante la presidencia de Felipe González, los socialistas no sólo gobernaron. Fueron capaces de tejer una red de seguridades institucionales, políticas, mediáticas, culturales e ideológicas. En Andalucía, el partido y las instituciones quedaron impregnados de forma particularmente perversa producto de un largo periodo de gobierno, ahora amenazado. "La Junta gana las elecciones a pesar del PSOE", se decía en los despachos autonómicos con cínica sorna.
En esa institucionalización del partido, se encuentra una parte de todo lo que ha ocurrido después. El hoy juez Rascón acertó en aquel chat tan difundido y que retrataba tan descarnadamente los males ordinarios -los que rara vez aparecen en los periódicos- del partido por el que era diputado. Muchas personas estiman que el PSOE, hoy, no tiene militantes y dirigentes sino empleados, gente que se busca "el chusco" al amparo del presupuesto público. Una generalización injusta si se aplica a la totalidad de la organización pero que tiene algo de real en lo que se refiere a sus cuadros medios y altos. El propio secretario provincial, Juan Pablo Durán, acertó en el diagnóstico durante su informe del comité provincial celebrado tras las municipales. "El PP es más parecido a la realidad de lo que hoy es el PSOE", dijo el pasado 12 de junio.
Durante estos días, se ha puesto en marcha un movimiento en las redes sociales para incrementar el poder de decisión de las bases. Se ha conocido también un manifiesto para la reorganización interna del partido en Córdoba. El documento de los críticos capitalinos sigue escrito, guardado en un cajón, mientras suceden cosas que huelen, de lejos, a movimientos de desactivación por la vía del divide y vencerás. Se trata de una parte de una movida general, de alcance nacional, destapada por los resultados electorales, influenciada -de lejos- por movimientos asamblearios como el 15M -y por ejemplos como el de las primarias de los socialistas franceses- y por la caraja evidente que muestran los órganos del partido.
La gente que más respeto en el PSOE es muy pesimista sobre todas estas cuestiones, sabiendo como se sabe que tantas operetas similares -tantas veces movidas por control remoto- se han cerrado en reuniones privadas, de acceso reservado. El temor a la participación interna desde las primarias entre Almunia y Borrell ha sido evidente. En 2000, sirva como ejemplo, los socialistas eligieron a sus representantes al congreso federal por un sistema particular de listas abiertas, lo que motivó que los delegados de Córdoba apoyaran a tres candidatos distintos de los cuatro que se presentaban (Zapatero, Bono y Rosa Díez). Actualmente, los estatutos cierran esa posibilidad y obligan a hacerlo por un proceso de candidaturas "completas, cerradas y bloqueadas". En los últimos años, hay declaraciones para llenar una furgoneta de altos cargos del partido -Rafael Velasco las usaba muy a menudo- asegurando que el PSOE no es asambleario. El evidente abandono militante de la lista de Rosa Aguilar, impuesta por Ferraz, es un ejemplo de esa distancia, sideral, entre cúspide y base.
El PSOE es un partido necesario, hoy más que nunca, a pesar del resultado de las elecciones generales y municipales. El PP ha conseguido tal acopio de poder -y lo que te rondaré morena- que es preciso una oposición organizada y solvente, de la que los socialistas constituyen la parte nuclear. La democracia es un delicado ejercicio de contrapesos sin los cuales no hay tal. El PSOE ha vuelto al diván para recibir tratamiento a sus males en un proceso que se prolongará hasta su congreso provincial, pasadas las autonómicas. Mal contexto electoral ése. Hasta febrero se sabrá si se limita a la terapia o habrá que echar mano al electroshock.
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