Orquesta Joven de Andalucía y María Esther Guzmán | Crítica

La Orquesta Joven de Andalucía, sinónimo de pasión

La Orquesta Joven de Andalucía y María Esther Guzmán, en el concierto en el Gran Teatro.

La Orquesta Joven de Andalucía y María Esther Guzmán, en el concierto en el Gran Teatro. / Juan Ayala

Qué emocionante es ver la felicidad y la ilusión entre los componentes de una orquesta joven: las sonrisas, las miradas cómplices, los apoyos silenciosos incluso cuando el concertino está dando un La para comprobar la afinación. Estas sensaciones cargaron anoche de electricidad el Gran Teatro, regalándonos una velada musical de impecable calidad dentro del Festival de la Guitarra.

La entrada de la directora Lucía Marín provocó un estruendoso aplauso, ¡y no es para menos! Tiene un gesto precioso, se esmera en la claridad y lidera con amabilidad y energía, una mezcla peculiar e innegablemente efectiva. Inauguraron el concierto con la obertura de La forza del destino de Verdi.

La pasión de una orquesta joven que sigue con devoción a su directora se ejemplificó en la fuerza y los contrastes conseguidos en esta obra. La cuerda brilló especialmente, con afinación incluso en los pasajes más agudos y rápidos. La coordinación en las escalas y las pausas requeridas atraparon al público.

Después de las reubicaciones de plantilla, apareció la guitarrista María Esther Guzmán para interpretar la Fantasía para un gentilhombre, uno de los conciertos para guitarra y orquesta más conocidos de Joaquín Rodrigo -con el permiso del Concierto de Aranjuez-.

La guitarrista nos ofreció una lectura cuidada, madura y de estabilidad técnica. Su característico timbre metálico imperó durante toda la obra, puesto que en contadas ocasiones cambió su muñeca de lugar u orientación (siempre pegada al puente).

María Esther Guzmán nunca se ha caracterizado por la dulzura en la pulsación, pero aún así hay que reconocer que el micrófono puede modificar estos parámetros. La preciosa melodía de La españoleta requería un sonido hondo y cercano a los armónicos del violonchelo, como se pueden escuchar en las versiones de Andrés Segovia, Javier Riba o Pablo Sáinz Villegas.

En su lugar, María Esther optó por la sonoridad del violín. Este hecho le hizo brillar en la fanfarria, puesto que casaba perfectamente con el estilo, a un tempo muy lucido destacando las famosas disonancias rodriguescas. La sección de viento de la orquesta demostró un alto nivel, en especial el piccolo, realizando con facilidad las respuestas de La danza de las hachas. Tras una más que correcta cadencia y un final muy coordinado, consiguió el aplauso del público.

Surge así una pregunta que sería interesante de plantear: si en la OJA se le da la oportunidad a artistas jóvenes para ganar experiencia y demostrar su talento y sus ganas, ¿por qué no habrán querido apostar por una guitarrista joven que esté empezando su carrera concertística? Sería un acierto conceder la oportunidad de debutar con orquesta a artistas que no tienen todavía la carrera hecha y derecha. Quién sabe, quizás el año que viene podamos revivir la pasión de una orquesta joven unida a la emoción de una guitarrista joven, ¿ocurrirá?

Tras un breve descanso, canalizaron esta energía de pasión en la Sinfonía nº 5 op. 64 de Tchaikovsky, guiados por la elegancia majestuosa de Lucía Marín. Destacar de esta obra el precioso solo de trompa del andante cantabile, sumada a la justa intensidad de los violonchelos. El largo aplauso del público ha sentenciado al concierto: especial, lleno de ilusión, y, por qué no, de pasión.

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