Obertura muy festiva

A diferencia de hoy, en que la música escrita interesa poco a las personas cultas y nada a los políticos, los responsables de la terrible Gran Purga estalinista de los años treinta del pasado siglo sí que se la tomaban en serio. Se pasaban. A Dimitri Shostakovich (1906-1975), por ejemplo, su ópera Lady Macbeth de Mtsensk (1934) le valió una severa reprimenda oficial. El diario Pravda hablaba de que las innovaciones pequeñoburguesas de que hacía gala esa ópera eran un peligro evidente para la música soviética. Aquello era caos en vez de música. Colocado bajo la etiqueta de “enemigo del pueblo”, Shostakovich llegó a temer por su propia vida.

El compositor tenía que rectificar. Su “respuesta creativa de un artista soviético a una crítica justa” (forzado subtítulo de la obra) fue una sinfonía genial en la que el autor, amparado e inspirado por la especial forma de significar de la música (su facilidad para la ambigüedad), logró una impresionante obra de arte un poco en la onda del legendario eppur si muove (y sin embargo se mueve), supuestamente murmurado por Galileo a su perro tras abjurar de la visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición.

Las autoridades, no sin darle algunas vueltas, encontraron en la Sinfonía n. 5 de Shostakovich un sincero reconocimiento de los pecados burgueses del compositor y un sincero propósito de enmienda. Se hizo incluso una exégesis oficial del significado de cada movimiento en concreto, que culminaba con la enorme elevación optimista de las fanfarrias finales que afirman la vida.

No obstante, en el contexto de todo lo que acabamos de oír, cuando llega ese final (los pasajes dramáticos, burlescos, las sátiras sobre los temas más serios de la propia obra), se entiende lo que el propio compositor al parecer dijo (tras su muerte, lo reveló Salomon Volkov): “la alegría es forzada, creada bajo una amenaza. Es como si alguien os golpease con un bastón diciendo que vuestra obligación es la de divertiros.”

Rostropovitch lo dice aún más claro. Para él ese “glorioso” final de la obra “es una tragedia irreparable. Estirada sobre el potro de la Inquisición, la víctima intenta todavía sonreír en su dolor. Quien crea que el final de la sinfonía es alegre es realmente un idiota.”

Dicho esto, se entiende que la interpretación de la sinfonía presenta principalmente el reto de resaltar los numerosos contrastes que la obra alberga manteniendo a la vez la ambigüedad que a veces tienen los mismos. Me pareció que ello se cumplió con creces gracias a la inspirada batuta del director invitado, Álvaro Albiach, a quien vi brillante en todo momento. También habría que resaltar la entrega evidente de todos los músicos de la orquesta, que estuvieron muy afortunados especialmente en esta obra. Me emocionó la muy notable integración de los jóvenes de la Orquesta Joven de Córdoba, que reforzaban para la ocasión a la formación titular dentro de un proyecto formativo digno de todo elogio.

En el concierto había otro plato fuerte. Tuvo como protagonista al excelente clarinetista sevillano Pablo Barragán, que hubo de enfrentarse al dificilísimo Concierto para clarinete de Carl Nielsen (1865-1931). Esta obra es una de las dos que el danés llegó a escribir, de las cinco que tenía previstas, para cada uno de sus amigos del Quinteto de Viento de Copenhague.

La pieza, en sus cuatro secciones dentro de un único movimiento, parece movida por el empeño de mostrar los aspectos más extremos del instrumento. De ahí, la decepción que puede producir a quienes van buscando las sonoridades mozartianas del clarinete; y el enganche y fascinación que produce a quienes, conociendo o no esas esencias clásicas, se sienten atraídos, como el clarinetista dedicatario de la pieza, Aagen Oxenvad, por las aventuras de riesgo del instrumento. Otro ingrediente de la pieza es que, queriendo retratar Nielsen la personalidad bipolar de su amigo Aagen, la obra tiene un carácter como rapsódico, con saltos extremos de pasajes de malabarismo virtuoso a otros de carácter sentimental o lírico.

Todos esos cambios de humor fueron magníficamente resueltos por el joven clarinetista Pablo Barragán, de gran solvencia técnica y musical, que estuvo en todo momento muy bien arropado por la Orquesta de Córdoba. Me parecieron muy buenas las intervenciones dialogadas con la solista de caja, una de las muchas originalidades tímbricas de la obra.

Primer concierto de una temporada que pretende nuevos retos ilusionantes tras las turbulencias (extramusicales, no nos hagamos ilusiones) de la parte final de la anterior, la velada tuvo también un marcado carácter festivo.

No en vano finalizó con la emotiva entrega de un ramo de flores a la estupenda cellista Deborah Jananne Yamak, ayuda de solista de la orquesta desde hace muchos años, que ahora se jubila. Y comenzó con la enérgica y alegre Obertura festiva que compuso Shostakovich en un encargo de última hora (la escribió en tres días) para el XXXVII aniversario de la Revolución de Octubre.

Ojalá el público joven que, seguramente animado por la intervención de la Orquesta Joven de Córdoba, ocupaba bastantes butacas, se consolide como habitual de esta temporada: Enamórate de la clásica es el eslogan. Y ojalá también haya muchas alegrías (como la del viernes) para quienes, tras el enamoramiento inicial, mantienen amor y fidelidad a la gran música.