Musa de Modigliani y pintora de paisaje de olivos de Villa del Río
MUJERES SINGULARES de córdoba
Freda Marjorie Clarence Lamb 'Beppo' Aunque nacida en Londres, sintió una gran atracción por Andalucía y por el Alto Guadalquivir, donde pasó gran parte de su vida
Nacida en Londres en 1899, hija de un músico londinense del barrio de Hampstead, heredó de su padre la pasión por la belleza. Estudió Bellas Artes y las tabernas. En 1917, con 18 años, se escapó de Inglaterra para ir a vivir en el París de entreguerras en medio de la bohemia de Montparnasse, la Belle Époque, con su amiga Kiki y toda la panda (El París de Kiki es un libro fundamental en la bibliografía sobre la capital gala de principios del siglo XX). Allí conoció a Modigliani, de quien fue gran amiga, amante y modelo. Posó para el pintor ruso Soutine y, ocasionalmente, para el escultor Brancusi, el pintor Van Dogen o Pascin. Decían había sido amante de Viola (poeta y pintor español superrealista).
En 1917 conoció al príncipe y pintor tunecino Jilani Florens Abdul Wahab, también artista, que había estudiado en Eton, un magnífico acuarelista. Amigo y protector de Modigliani en la etapa en París, se casaron algunos años más tarde. Juntos, en 1932, se trasladaron a España. Vivió en Sevilla fascinada por el flamenco (que conoció en la capital francesa donde lo había llevado Salomón Hurot), se empapó de este arte, rodeada nuevamente de artistas como Antonio Mairena. Con la Guerra Civil tuvo que dejar el país hasta 1939. Abandonó París nuevamente por Sevilla poco antes de la II Guerra Mundial siguiendo los compases de un guitarrista flamenco. El príncipe pintor vino después.
A mediados de los cuarenta llegó a Madrid, donde frecuentó los cafés flamencos, con el codo sobre el mostrador de la taberna Gayango, Los Gabrieles o el Villa Rosa, con la compañía inevitable de un cigarrillo y una copa de tinto, escuchando a Pepe de la Matrona o al cantaor jiennense Rafael El Gallina, dos de los puntales del cante de todos los tiempos. Frecuentó también las tertulias del Café Gijón, siendo una mujer muy entrañable para los que vivían la vida artística y cultural madrileña. Allí, en los años cincuenta, conoció dos de sus grandes amigos, los que fueron la puerta de su amada Andalucía, de Jaén y Córdoba: Rafael Zabaleta y Pedro Bueno. También en Madrid llegaron sus más conocidas exposiciones de acuarelas, en la sala Prisma (1961), en El Coleccionista (1972) y dos en la sala Rojo y Negro (1974 y 1976).
Aquí se quedó viuda Beppo, algo más tarde, y se entregó a su infinita bohemia de musa anticlerical y anarquista, paseando sus soledades por tabernas y cafés, su otra gran pasión heredada. En aquel tiempo, la penuria le obligó a ejercer de profesora de inglés, melancólica y distraída que se ocultaba tras una sonrisa intemporal. Fue una inglesa alta y desgarbada, encorvada, vestida de negro, con medias grises, pañuelo al cuello, boina roja característica y siempre con un cigarro entre los dedos.
La pintora británica conoció Quesada de mano de su amigo Zabaleta y disfrutó de largas temporadas en Beas gracias a Julián Avilés, productor de RTVE con el que coincidió en una entrevista. Fueron grandes amigos hasta su muerte. Le gustaba conversar en tabernas como la de Minuesa o El Mochuelo. Además de hospedarse en casa de Julián, solía quedarse en la fonda de El Murciano o en la Pensión Cristina.
Su cariño a Andalucía y su amistad con el cordobés Pedro Bueno, su valedor y un gran apoyo en los últimos años de su vida, hizo que se enamorara de Córdoba (su gran refugio era en la Judería Casa Pepe), de Montoro, con sus tonos rojizos, pero sobretodo, de Villa del Río.
La pintura de Beppo se centra especialmente en el paisaje, sobre todo en los olivos por los que tanto paseó durante su estancia en Andalucía, pero también retrató a las prostitutas de la calle Feria o Cardenal González con las que hablaba cuando visitaba Córdoba. Entraba sola a las tabernas, lo que escandalizaba en la época. Fue una mujer muy libre. Pintora de los inmensos olivares, exhibió unos paisajes con una belleza y dulzura difícil de definir. El olivo era su tema principal cuando pintaba paisajes de Montoro o Beas de Segura. Vivió entre París, Andalucía y Madrid, donde murió en febrero de 1989.
Sus cenizas fueron esparcidas, como ella dejó escrito, junto a un olivo que le habían regalado en Chiclana de Segura, cerca de Beas, uno de esos olivos que con tanto amor pintó. Pero su obra, todos sus cuadros, y los de su marido Abdul Wahab los dejó al pueblo de Villa del Río, puede que sea la colección más importante del Impresionismo que exista en Córdoba.
El 27 de marzo del 2003, el Ayuntamiento de Villa del Río aceptó por unanimidad la donación de las obras. Juan Calleja Relaño, su depositario, entregó al Ayuntamiento los trescientos cuadros de la pintora, así como de su esposo, el artista tunecino Jilani Florens Abdul Wahab, y dibujos, grabados y bocetos de otros autores, entre los que se encuentran dos dibujos de Modigliani. Creó así una exposición permanente en la sala museística del Centro Cultural Casa de las Cadenas.
Su calidad como dibujante y acuarelista, su característica representación del olivo andaluz, su aire excéntrico y bohemio, con su boina y su cigarro y su pasión por el flamenco y la vida (cifraba toda su ambición en ser feliz con poco entre pocos), hacen de ella una mujer difícil de olvidar.
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