Inventor de la manoletina, amante de Sino turbio y esclavo de la Angustia
Cordobeses en la historia
Manuel Laureano Rodríguez Sánchez nació un 4 de julio, como el héroe de Ron Kovic; murió en el ruedo, como Sánchez Mejías, y se eternizó como nadie en la verdad del toreo
EN 1917, la casona de Torres Cabrera marcada con el número 2 aparecía duplicada y señalada con la letra A. Angustias Sánchez Martínez y el torero Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete (o Sagañón) vivían con sus hijas, Ángela y Teresa, y las habidas de un anterior matrimonio de la mujer, Dolores y Angustias. El padre de estas últimas había sido el matador Rafael Molina, Lagartijo el Chico, cuya figura quizá agriara la vida familiar y las copas del sexto Manolete, sobrenombre que heredó el único hijo varón, llevándolo a la más alta cota.
El niño Manuel Laureano Rodríguez Sánchez nació cuando los relojes marcaron la una. Era un sábado 4 de julio caluroso; los 23 grados de la madrugada inspiraban al cronista noches "propias del Senegal" y los taurinos añoraban el tren mixto a Málaga para ver a Gallito y Belmonte. Billete de ida y vuelta en tercera, 7 pesetas, 14 horas de camino y 38 de excursión.
Pronto la familia se trasladó a la calle Pérez Galdós y, después, frente a la casa de paso de La Lagunilla, de donde el chiquillo vio salir al padre muerto, en 1923, a hombros de De la Haba y Mazzantini. La quebradiza salud de Sagañón dejó al único varón de la casa con cinco mujeres y cinco años. La hermana mayor, Dolores, casó con el empresario Federico Soria, mecenas de su ingreso en Los Salesianos, y a quien acompañaría en los portes a las obras urbanas. Pero ya jugaba al toro, hacía la luna y se había impregnado e integrado en el mundo que era también de Angustias. Y fue la propia madre quien le buscó apoderado en el yerno de un torero que, dice Joaquín Pérez Azaústre en La suite de Manolete, encontró a un niño comiendo "bellotas en un campo de encinas, en las afueras de Córdoba"; había llegado "a caballo, espoleándolo, y le recriminó que estuviera cogiendo lo que no le pertenecía. El hombre era Guerrita y, el niño, Manolete".
El 12 de agosto del 33, tras haber participado seriamente en el espectáculo cómico-taurino- musical Los Califas, ser alumno de la escuela de Montilla y Bujalance y becerrista, llegó la corrida nocturna en Los Tejares. Al día siguiente, La Voz, mostraba las colas de críos, viejos y mujeres en el Comedor de la Caridad y un crítico calificaba al niño como "lo mejor que puede haber en Córdoba", una "probable figura del toreo, hijo del malogrado Manolete. Un niño aún…", con serenidad, arte y "solera cara" que entró con acierto a matar. Fue una ovación "de firme", la primera oreja y los chiquillos sacándolo a hombros. Pero echaba de menos "gracia y alegría", lo agrio en el semblante que quizá heredó del carácter o las escenas familiares protagonizadas por Sagañón. Pero los toros eran ya para él "una cosa muy sería" como diría después del 33; el año de Arlés y el que iniciara un camino imparable al coso madrileño de Tetuán de las Victorias, a la provincia, a Los Tejares, al intenso 35 y el incierto 36 en que fue reclutado en Zapadores. Había inventado la manoletina, citaba y toreaba de perfil y sabía que "en el toro que embiste no se debe adelantar la muleta, sino dejar llegar al toro, hasta que los pitones lleguen a una distancia como de una cuarta a la muleta (…) en cambio, cuando no tiene arrancada hay que provocarla" y sólo entonces "está justificado adelantar la mano de la muleta". Y toreó de perfil, con sobrecogedores estatuarios y la verdad de la femoral al desnudo.
El 15 de diciembre del 38, lo encontró El Pipo tendiendo una línea en el frente de Pueblonuevo y le hizo su "ayudante" de hostelería. En el 39. El empresario, ya millonario, confesó a Lapierre y Collins que siguió a su amigo Manolete por los mejores hoteles, restaurantes, clubes nocturnos y "cabarets flamencos del país", incluido quizá El Chicote, donde Pastora Imperio -mujer de toreros- le presentó a quien le devolvió la sonrisa infantil. Antonia Bronchalo Lopesino. Con el "nombre de guerra" Lupe Sino y una belleza arrolladora, había salido de la miseria alternado con políticos y toreros de posguerra. Corría el año 1943; cuatro antes, el 2 de julio del 1939, Manolete había recibido la alternativa en Sevilla, de manos de Chicuelo. La plaza de Murcia señaló para siempre su mejilla izquierda y, en el 47, llevaba ganados "casi doscientos cuarenta millones de pesetas", según aseguró El Pipo a los dos novelistas. "Quería gastarlo en paz". Lupe le había advertido de esa imposibilidad; "su lindo traje de oro" representaba pingües ingresos para muchos; lo matarían antes que dejarle quitárselo. Él dijo a su gran amigo Carlos Arruza saber lo que el público quería y "una de estas tardes, se lo voy a dar". Su malestar lo evidenció Ganga; tras firmar cinco fotos a otras tantas muchachas, preguntó si estaban comprometidas y, ante la sorpresa, se excusó: "lo digo porque serán 5 menos que me chillarán". México se había rendido a él, el Gobierno del exilio lo agasajaba, el franquismo lo mitificaba, los periódicos anunciaban su boda secreta, Angustias apodaba a Lupe Sino La Serpiente o la Bicha y se negaba a conocerla. Los hombres de Córdoba le escupían los "pecados" de sus hermanas y los niños cantaban "Manolete, tú no matas una rata en un retrete (…) si no sabes torear pá que te metes". Dejó de torear en su ciudad y se exilió en el Sayatón de su amada. Aún después de muerto se levantaron bulos, como la exigencia de banderas que nunca lucían en las plazas de México o el haber convertido a los presos rojos en carretón. Pero dicen que fue Islero quien lo mató, cuando agosto del 47 agonizaba.
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