Tribuna de opinión

Hacer familia

  • El amor lleva su tiempo, su esfuerzo. Se alimenta de sacrificio, de entrega, de renuncia

Dibujo de una familia.

Dibujo de una familia.

Ayer nos admirábamos ante las dificultades que pasó la familia escogida por Dios para hacerse Hombre. Los jóvenes esposos María y José tienen que hacer un largo viaje para censarse, la burocracia ya estaba presente. Hacen un recorrido de casi 150 kilómetros andando o en lomos de un borrico, y María estaba de nueve meses. Para colmo, no encuentran en Belén un aposento digno para que nazca su hijo, se tienen que conformar con un establo. Con todo fue un acontecimiento feliz, luminoso, cantado por miles de millones de hombres: el nacimiento de Jesús.

Hacer familia es bonito, pero nunca fácil. La fe en la importancia de la empresa, el amor entre los esposos y un poco de imaginación y empeño lo hacen posible. Hoy celebra la Iglesia la Sagrada Familia de Nazaret, ocasión para poner en sus manos todas las familias del orbe, en especial la nuestra. Fecha para valorar la institución madre de la sociedad, para redescubrir la importancia que tiene, para agradecerla, para que todos nos empeñemos en hacer familia.

Pese a su patente deterioro debemos creer en ella. No dejemos de soñar, podemos enriquecer el mundo, darle la vuelta con unos pocos locos que la amen, que les ilusione la tarea de construir una buena familia. Me llena de esperanza constatar que hay jóvenes ilusionados en formar un hogar abierto a la vida, fundado en el amor y la generosidad. Muchos de ellos se apoyan en la fe, en la oración, siguen el modelo que la Iglesia propone y cuentan con su ayuda. Yo personalmente, como sacerdote, tengo muy claro que mi prioridad pastoral es volcarme con las familias, rezar por ellas y dedicarles mi tiempo y energías. Estoy convencido que es un gran servicio a la sociedad.

La grandeza de convivir con alguien es que te saca de ti mismo, te invade y, al hacer la guerra a tu egoísmo, estimula tu paciencia, tu creatividad. Hace que afloren en nuestra vida las virtualidades ocultas; igual que un buen minero remueve las entrañas hasta encontrar los metales preciosos, las gemas. Los otros despiertan nuestra modorra, nos espabilan, nos hacen un gran bien.

Muchos de los “demonios familiares” son obstáculos que hacen meritoria la carrera, que ponen en valor la subida al pódium. El espíritu deportivo, aventurero está presente en el compromiso familiar. Un buen contrincante, que puede ser el cónyuge, hace emocionante la competición. Y las dificultades que presente la convivencia las podemos considerar como las pruebas que el caballero medieval debía superar para conquistar a su dama. Los obstáculos no hacen más que acrisolar el deseo, lo espolean en un corazón grande y enamorado. Lo mismo se puede decir de los hijos, su educación es todo un reto.

Es célebre la frase de un santo actual: "Para ser feliz no se necesita una vida cómoda, sino un corazón enamorado’’. La cultura de la satisfacción instantánea de las tecnologías nos sitúa en un mundo irreal, el digital, que nos aleja de verdadera felicidad. El amor lleva su tiempo, su esfuerzo. Se alimenta de sacrificio, de entrega, de renuncia, precisamente porque su sentido es hacer feliz al amado. La lógica de la vida real está reñida con la de la cultura imperante que, por fomentar el egoísmo y el individualismo, nos deja sin juncos con que tejer el amor. El culto al relativismo priva de su recto sentido a la institución familiar. Ahora familia es cualquier cosa.

Nos dice san Pablo: “Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”. Pregunté a los niños que se preparaban para la primera comunión si les gustaba perdonar, se hizo silencio hasta que uno de ellos levantó la mano y, muy sonriente, dijo que a él sí le gustaba. Nos tiene que encantar disculpar porque sabemos que no somos perfectos y somos conscientes de nuestras debilidades y pecados.

Hacer familia lleva consigo lucha y se logra pacientemente y con esfuerzo. Dice la psiquiatra Marian Rojas-Estapé: “El sufrimiento enriquece la inteligencia ya que nos ayuda a reflexionar, a llegar al fondo de muchas cuestiones que nunca nos habríamos planteado. El dolor cuando aparece, nos traslada a clarificar el sentido de nuestra vida; de nuestras convicciones más profundas. Las máscaras y apariencias se diluyen y surge el yo que de verdad somos”.

El filósofo francés Gustav Thibon decía que “cuando el hombre está enfermo (sufre), si no está esencialmente rebelado, se da cuenta de que, cuando estaba sano, había descuidado muchas cosas esenciales; que había preferido lo accesorio a lo esencial”. Vale la pena sufrir por los que queremos, incluso debemos agradecer que la familia nos cueste, es por su valía. Ya llegará la felicidad.

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