Flores, amoniaco y mariposas en los cementerios de Córdoba por el Día de Todos los Santos
Tradición
Miles de cordobeses vuelven en masa a los cementerios para recordar a quienes ya no están siguiendo la tradición española
Fotogalería: Las imágenes del día de Todos Los Santos en los cementerios de Córdoba
Huele a tierra mojada, aunque no ha llovido. El olor de la rosa, el clavel. El hombre trajeado que recorre el pasillo central apoyado en el brazo del latino que lo mantiene en pie. La pandilla de viudas enlacadas y gafas de carey que forman estructuras florales alrededor de sus difuntos maridos. Bolsas de supermercado, trapos verdes, amarillos, azules, amoniaco, polvo, mariposas, abuelas que se reencarnaron en abeja y sobrevuelan el panteón de la familia, como si fuera Lola Flores.
Pilar mira la lápida donde está enterrada su amiga y se limpia la lágrima negra que le va cayendo por la cara con pena. Era demasiado joven, aunque también Pilar es demasiado joven para visitar amigas que han muerto. De un jarrón de cemento cuelgan las flores de crochet que le llevaron todas en el aniversario. Son perennes, como la amistad eterna. Son detalles a la vista dentro de un cementerio.
En cada persona que pasa se esconde una historia. Imposible destapar todas. Manuel, de 86 años, se viste de traje: pisacorbatas y gemelos de plata. El bigote mal afeitado y un andador insinúan una vida pesada. Visita a sus parientes, a su hijo y a su mujer. "Menos de lo que quisiera", reconoce su "dejadez". "A ciertas edades, muchas de las personas que te acompañaron en la vida las tienes que venir a ver aquí, con una lápida de por medio", recita Manuel como si dictara el Evangelio de la vida.
En uno de los costados del cementerio de la Salud -paradoja que tiene Córdoba- descansan personas que murieron a finales del siglo XIX. Son los nichos sin flores, inundados de polvo, que contrastan con el resto cuando la tradición emerge a finales de octubre. Trabajadores de Cecosam (empresa municipal de cementerios de Córdoba) confirman la cantidad de gente que no recibe visitas porque ya no tienen familiares que los recuerden.
A pesar de lo manido que resulta hablar de epitafios, se ven pocos en los cementerios. Parecen costumbres del pasado, como enterrarse: "Ahora la gente se incinera", resuelve con desparpajo una monja de las Hijas de la Caridad. Contaba Michael Robinson que un humorista británico e hipocondríaco tituló el suyo con un Os dije que me encontraba mal. En esa hilera de tumbas para dentro del siglo XIX hay uno que suena como un suspiro: María, ¡Hija de mi alma!
Miles de cordobeses se agolpan para ver a los muertos este 1 de noviembre en los cementerios de San Rafael y de la Salud. Las mascarillas y las citas previas para esto, tan recientes, han desaparecido. La gente acude de gala, "a primera hora de la mañana la gran mayoría", concreta otro trabajador de Cecosam. Las escaleras, propias y ajenas, se turnan por todas las calles. La gente va preparada.
José Pulido trabaja de mantenimiento para una familia que vive en El Brillante. El 31 de octubre se esforzaba en limpiar dos tumbas por encargo para que estuvieran listas para este martes. "Esto podría ser un negocio", bromea, aunque nada más lejos de la realidad. El día previo a Todos Los Santos se convierte en un zafarrancho de desinfección, adecentación y limpieza, mientras que en el festivo "la gente se viste de guapo", vuelve a resolver con certeza la monja de la Caridad.
En las calles se nota la resaca de Halloween. "Eso son fiestas de mejicanos y de estadounidenses", cita por tercera vez -y con acierto- la monja, que se llama María Teresa Rodríguez. Es cierto que la tradición española no se celebra como una fiesta, no es atractiva ni comercial para la época, pero es honrosa: "Quizás no hemos sabido transmitirla a los jóvenes", reflexiona María Teresa.
En el famoso ensayo de Mariano José de Larra, El día de los difuntos de 1836, donde se critica la parálisis de una sociedad sin exigencia hacia las instituciones, se retratan los arraigos de esta tradición: Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio!
La cultura del entierro y la voluntad religiosa van mermando. Así se reconoce fácilmente, aunque los cementerios se siguen llenando para la fecha. "Antes se venía más, es una lástima", dice María Teresa. "Que venga quien quiera y que no venga quien no quiera; si uno cree en Dios sabe que ellos están contigo", replica otro señor que acude frecuentemente a ver a sus familiares.
Las Hijas de la Caridad, cubo y esponja en mano, limpian las tumbas de sus hermanas fallecidas y luego rezan por todas ellas. María Teresa fue la semana pasado con sus padres de 90 y 91 años a poner flores a su bisabuela, aunque, efectivamente, no la conoció. Ella termina esta crónica asegurando, a ciencia cierta, que "hay muertos que están muy vivos, y vivos que parecen estar muertos".
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