¡Ay, Carmela! | Crítica de teatro

Esperando a Carmela

Pepón Nieto y María Adánez, en una escena de '¡Ay, Carmela!', en el Gran Teatro de Córdoba.

Pepón Nieto y María Adánez, en una escena de '¡Ay, Carmela!', en el Gran Teatro de Córdoba. / IMAE Gran Teatro

El Gran Teatro agotó sus localidades para recibir la visita espectral que Carmela hace a su querido compañero. Una vez más, ¡Ay, Carmela! sube al escenario. Esta elegía de una guerra civil en dos actos definida por su autor José Sanchis Sinisterra se representa en el lugar donde solo es posible materializarse: el teatro.

Allí, donde realidad y ficción se funden, Paulino se encuentra una y otra vez con Carmela. Juntos de nuevo, revivirán los últimos momentos que compartieron como pareja dentro y fuera del escenario, revelando esa eterna contradicción que les hace inseparables. Paulino el cagón es la cautela de los mansos, dispuesto a evitar cualquier confrontación por tal de sobrevivir. Carmela es la libertad inquebrantable, la voz imposible de apagar que denuncia la injusticia.

La aflicción de Paulino por la muerte de su compañera, el vacío absoluto que sufre en su duelo, le obliga a permanecer aferrado a su presencia aunque ya no se encuentre en este mundo.

Materializar este precioso y necesario texto siempre es un privilegio para cualquier profesional al que se le brinde la oportunidad de llevarlo a escena. Celestino Aranda y Jesús Cimarro, grandes pesos pesados de la producción en nuestro país, acogen el proyecto con enorme responsabilidad y no defraudan.

Para garantizarlo cuentan con la dirección infalible de José Carlos Plaza. Es reconocible su mano en cada uno de los detalles que colman la representación y logra plasmar la obra de Sinisterra con la mayor fidelidad posible.

El equipo artístico cumple de forma sobresaliente el reto de recrear la ambientación idónea que transporte al espectador a la época donde se sitúa la acción. Lo demás corre a cargo de la pareja a la que dan vida los protagonistas.

María Adánez y Pepón Nieto desbordan el escenario con sus presencias. Ambos tejen con precisión sus personajes desde el interior con esa sinceridad que conmueve y es capaz de jugar con nuestras emociones. El público disfrutó a raudales del talento que desplegaron y lo demostró con la ovación extensa que les otorgó al finalizar la obra.

¡Ay, Carmela! vio la luz de la mano de su autor para celebrar el cincuenta aniversario de la Guerra Civil española. Desde entonces, esta lamentación convertida en teatro ha traspasado fronteras y continua siendo pieza de obligada representación.

El motivo, de sobra lo sabemos. La mirada hacia otro lado que en su momento hizo la sociedad española de la transición, abotargada por casi cuatro décadas de dictadura y necesitada de convivencia pacífica, nos recuerda a Paulino. Sin embargo, mientras sigan existiendo personas con nombres y apellidos que fueron silenciadas, represaliadas, asesinadas y enterradas en fosas será muy difícil mantener el corazón apartado de esta infamia. Por eso regresa Carmela y la seguimos esperando.

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