Córdoba a la luz del gas

Una reciente publicación recoge la historia y la evolución de la presencia de esta fuente energética en la capital

Jesús Cabrera

29 de noviembre 2009 - 01:00

El periodo en que las calles cordobesas estuvieron iluminadas con farolas alimentadas por gas coincide prácticamente con la vida de Julio Romero de Torres. Este dato, aparentemente anecdótico, tiene su reflejo en los lienzos del pintor al plasmar una ciudad de penumbras y sombras vacilantes por las noches. Este sistema de alumbrado, que fue novedoso en su momento, llegó a la ciudad en 1870, aunque la historia comenzó bastante antes.

Hace unos días se presentó el libro La industria del gas en Córdoba (1870-2007) escrito por la profesora de la Universidad de Málaga Mercedes Fernández-Paradas, editado por la fundación Gas Natural, en el que recoge de forma exhaustiva el desarrollo, los nombres, las cifras, las vicisitudes y la tecnología de esta fuente energética en la ciudad.

En las décadas centrales del siglo XIX comenzó a implantarse en diversas ciudades españolas este alumbrado que vino a sustituir otras tecnologías anteriores consistentes en petróleo o aceite, cuyo mantenimiento era mucho más engorroso y caro, además de no dar la luz suficiente. A Córdoba llega con cierto retraso, ya que, como recoge el libro, entre 1852 y 1866 se sucedieron hasta 12 intentos que el Ayuntamiento rechazó. La iniciativa cuajó con retraso, en 1870, cuando en Europa se disfrutaban ya las ventajas de la segunda Revolución Industrial. El gas llega a Córdoba de manos de un apellido que con mayor o menor protagonismo estará presente en la historia de la ciudad hasta mediados del siglo XX.

Los hermanos Gil y Serra, pertenecientes a una familia de empresarios catalanes, fueron los que al fin consiguieron arrancar al Ayuntamiento la concesión tanto para el alumbrado de los espacios públicos como para suministrar gas natural para uso doméstico, industrial o calefacción. En 1870 realizaron una inversión de 300.000 pesetas de la época tanto en la construcción de la fábrica como en las canalizaciones por el casco urbano y en la adquisición del material y utillaje necesario para su funcionamiento.

La primera red contó con más de 12.000 metros de tuberías de hierro colado que cubrían todo el Casco Histórico salvo los barrios de Santa Marina, San Lorenzo y los arrabales extramuros, como el Campo de la Merced, San Antón, Tejares o Campo de la Verdad. El grueso de los clientes se concentraban en las inmediaciones de la plaza de la Corredera, un lugar donde se concentraban algunas industrias, entre las que destacaba la de la conocida familia Sánchez Peña.

La fábrica del gas estuvo activa hasta 1961, momento en que la aparición de otras fuentes energéticas como el butano había reducido el número de clientes a sólo dos industrias. Esta factoría estuvo situada en la Fuensanta y en su momento cumplía los requisitos impuestos por el Ayuntamiento de estar en paraje ventilado, a más de 100 metros del núcleo de población y exenta de cualquier edificación.

Esta industria gasística, que se nutría casi prácticamente del carbón extraído de la cuenca del Guadiato, fue cambiando paulatinamente de nombre conforme se adaptaba a la realidad del momento. Así, finalmente, tras aceptar la generación de energía eléctrica, acabó integrada en la Compañía Sevillana de Electricidad. Precisamente, el edificio de esta sociedad en la calle García Lovera perteneció a la industria de la familia Gil y surgió como un taller céntrico en el que reparar los mecheros o el material que se averiase de su red de alumbrado.

La llegada de nuevas fuentes de energías aceleraron la desaparición de este sistema de alumbrado del que no queda rastro visible en la ciudad, salvo en los faroles de los cuadros que pintó Julio Romero de Torres.

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