"Córdoba es una ciudad muy crítica y esa exigencia me ayuda a crecer"

José manuel belmonte. escultor

Dos exposiciones repasan estos días en la Sala Orive y en la Galería Carlos Bermúdez los últimos trabajos de un escultor que se define como un currante del arte que busca la levedad.

Félix R. Cardador

27 de enero 2013 - 08:08

La magnífica Sala Orive y la Galería Carlos Bermúdez exponen estos días sendas muestras de uno de los artistas más activos de la Córdoba actual: José Manuel Belmonte. Nacido en 1964, llegó al arte por casualidad en su juventud, como él mismo relata, y tras viajar mucho y aprender mucho ha encontrado en su ciudad natal el lugar idóneo para reflejar un mundo profundamente poético y humano. La naturalidad y esa magia que tienen las grandes esculturas de todo tiempo son lo que busca Belmonte en las jornadas maratonianas que dedica a su taller, situado en un polígono periférico de la ciudad, algo que refuerza la imagen de "currante del arte" que él mismo tiene sobre sí. Con la retrospectiva de Orive, en la que se recogen sus más ambiciosos trabajos de los últimos cinco años y que está siendo un éxito de público, Belmonte sabe que cierra una etapa y que ha subido un nuevo peldaño en su proyección tanto interior como exterior.

-Dos exposiciones inauguradas a la vez para comenzar el año. 2013 arranca sin dejarle tomar aliento.

-En realidad no estaba previsto, sino que ha sido una coincidencia. Yo estaba preparando la exposición de bajorrelieves de la Galería Carlos Bermúdez cuando el concejal de Cultura me planteó la posibilidad de realizar una retrospectiva de mi obra en la Sala Orive. Es un espacio fabuloso, y acepté, ya que las obras de la serie El recreo de los ausentes, que expusieron por vez primera en la Diputación, estaban pensadas en verdad para ser expuestas aquí. Hay gente que me ha dicho que inaugurar las dos muestras a la vez quizá no es lo más inteligente, pero yo pienso que está bien. Las dos se complementan y permiten entender lo que pretendo hacer.

-¿Qué piensa cuando pasea entre las obras que le han quitado el sueño durante años?

-Pues eso mismo: que ahí está el trabajo de tantos años, de tantas horas. Me sorprende verlo todo junto, la verdad, aunque en este caso el espacio también contribuye de forma decisiva. El día que pusieron la iluminación yo mismo me quedé sorprendido, pues potencia las obras y permite verlas de un modo distinto a como yo las veo en el taller. Tengo la sensación de que se aprecia la unidad de todas ellas y que transmiten esa levedad, esa espiritualidad, que yo busco en el arte. Ha habido gente que me ha dicho que se ha quedado sobrecogida.

-Da la sensación de que esta retrospectiva supone un cambio de ciclo en su trayectoria.

-Sí, yo creo que esta es de las exposiciones que significan un antes y un después en la carrera de un artista. Y no sólo por lo que me puede suponer de reconocimiento en Córdoba, sino porque me va abrir también puertas fuera de aquí. Ya hay prevista una exposición en la Casa de Vacas de Madrid, en el Parque del Retiro, y también acudiré a la Art Basel Miami Beach, una de las ferias de arte más importantes de Estados Unidos. Se me están abriendo puertas y creo que me estoy consolidando como artista contemporáneo, que me estoy quitando esa etiqueta de clásico que tenía.

-Ese ha sido uno de sus hándicap: optar por la figuración en una época de dominio abstracto. Ir a contracorriente.

-Pero es que ha habido una etapa en la que parecía que sólo la abstracción podía ser contemporánea. Sin embargo, un escultor como Juan Muñoz, figurativo, representaba a España por medio mundo y a nadie se le ocurría decir que no era contemporáneo. O, en el caso de la pintura, Antonio López, otro creador plenamente moderno. Ha habido unos años en los que una serie de artistas oficialistas han impuesto una especie de dictadura de lo abstracto, pero tengo la sensación de que la crisis económica se está llevando todo eso por delante. Si algo bueno tiene la crisis para el arte es precisamente que provoca que lo bueno se quede y que muchas cosas absurdas que estábamos hartos de ver se estén quedando sin hueco porque no hay dinero para financiarlas.

-Al ver sus obras pasado el tiempo, ¿qué grado de satisfacción tiene?

-El 100% de satisfacción nunca, eso es imposible. Piense que aquí hay tres cosas en juego: la cabeza que idea las obras, el corazón que las siente y las manos que las realizan. Que las tres alcancen una buena sintonía es lo que se pretende, pero no es fácil, rara vez ocurre. Hay artistas que tienen buenas ideas pero carecen de la técnica suficiente para realizarlas, mientras que otros tienen técnica pero no buenas ideas o sensibilidad. Yo creo que tengo oficio suficiente para lograr lo que me propongo en líneas generales, aunque soy muy autocrítico y casi ninguna de mis obras me gusta del todo. En la exposición de Orive hay un par de ellas de las que sí estoy muy satisfecho.

-Ha recorrido medio mundo en pos de un objetivo: aprender y aprender, empaparse de unos y de otros. ¿Sin oficio puede haber escultura?

-No, claro que no, es como si un poeta quisiese escribir poemas sin haber aprendido las vocales. En el arte reciente ha ocurrido mucho eso y se ha visto a gente que carecía de técnica, de conocimientos. Yo siempre he tratado de tener una buena base teórica, de formarme bien. Una vez tienes eso, lo que empieza a importar es la sensibilidad de cada cual.

-La labor del escultor lleva aparejadas muchas ocupaciones que podríamos llamar prosaicas. ¿Cómo se mantiene en tales asuntos el aliento poético original que lleva a iniciar la obra?

-Es que yo no lo miro así, sino de forma más simple: una cosa lleva a la otra. Todo en la vida requiere de esfuerzo y la escultura no iba a ser menos. Es cierto que a menudo tengo que hacer tareas propias de un herrero o de un albañil, pero todo va encaminado a buscar un resultado artístico. No me disgusta nada realizar esos trabajos, porque en realidad lo que yo me considero es un currante del arte.

-Ha viajado mucho, pero siempre regresa. ¿Qué encuentra aquí? ¿Qué buscaba fuera?

-Yo siempre digo que Córdoba es el lugar ideal para un artista, por sus paisajes, por su gente, por su patrimonio, por la hermosura de sus mujeres, por el olor mismo de la ciudad. Ahora bien, siempre he creído en que es necesario salir, abrirse al exterior, conocer nuevas cosas. Ver otro tipo de tendencias y lo que se hace en otros sitios. En Córdoba estamos muy influenciados por el barroco, una dependencia que puede resultar dañina. Hay otras alternativas y otros mundos y resulta necesario conocerlos. Siempre he huido de quedarme encorsetado, de caer en eso que a veces ocurre en la provincia de oscilar entre lo barroco y la vanguardia como si no hubiese nada en medio. Los viajes me han ayudado mucho en ese sentido.

-Tengo entendido que su vocación nació de forma fortuita...

-Sí, mi comienzo en el arte fue absolutamente casual. Yo había sido un mal estudiante, un caso casi de fracaso escolar, y comencé a estudiar Formación Profesional en la rama del metal. Lo que ocurrió es que me llegó el momento de cumplir el servicio militar y dejé aparcados esos estudios. Sin embargo, dio la casualidad de que salí excedente de cupo, me libré de la mili, y cuando intenté volverme a matricular en mis estudios me dijeron que ya no quedaban matrículas. Como no quería perder el año, me inscribí en la Escuela de Artes y Oficios. No sabía hacer nada, ni dibujar, era nuevo en todo. Sin embargo, fue allí donde descubrí mi auténtica vocación. Desde entonces mi vida ha girado por completo alrededor del arte.

-¿A quién considera sus maestros?

-En aquella época tuve un profesor, Antonio Gallardo Parra, que resultó decisivo en mi vida. Me enseñó mucho dentro de la Escuela, pero también fuera, pues cuando salíamos nos quedábamos largas horas charlando sobre arte. Viví gracias a él la revelación de mi vocación y un cambio profundo a nivel personal. Yo estaba por entonces embrutecido, algo propio de esa edad, y él me descubrió un mundo de poesía y de sensibilidad. También me enseñó mucho el escultor italiano Rino Giannini, uno de los más grandes escultores en mármol.

-¿Y a quién admira?

-Admiro a muchos escultores. Desde Fidias al cordobés Mateo Inurria pasando por Juan Muñoz, Julio Antonio o Bernardí Roig. También le debo a pintores como Antonio López. El más grande de todos los tiempos, sin embargo, ha sido Miguel Ángel, que logró hacer que el mármol se convirtiese en carne. Cuando uno observa el David o la Piedad se siente completamente minúsculo, casi anulado, impotente. Te sobrecoge. Y conforme más ves sus obras más se intensifica esa sensación de la propia pequeñez. Miguel Ángel es muy grande, el más grande.

-¿Las esculturas de Belmonte tiene algún secreto?

-El único secreto que conozco es el trabajo, que la inspiración me llegue cuando estoy en mi taller. No creo en la figura del artista bohemio, sino en que el camino para mejorar es formarse lo mejor posible, impregnarse de todo, ser serio y echarle muchas horas. Yo me levantó a las siete de la mañana, me voy a la nave donde tengo el taller y normalmente sigo en la tarea hasta la hora de comer. Por la tarde, una pequeña siesta y luego vuelta a trabajar hasta las diez o las once de la noche en muchos casos. De casa al taller y del taller a casa. El arte es una especie matrimonio y hay que serle fiel. Todo debe estar enfocado hacia ello. Incluso cuando estoy en casa comiendo o descansando sigo dándole vueltas a la cabeza y buscando soluciones a los problemas que me van surgiendo. Si trabajo a diario, me van surgiendo cosas, la intuición me va guiando y reconozco que me divierto. Mi gran objetivo es provocar sentimientos en las personas que vean mis esculturas, lograr lo que Carlos Castilla Pino llamaba el no sé qué caracteriza a la verdadera obra de arte y que los flamencos denominan pellizquito. Eso es lo que se busca, pero no es fácil.

-¿Cómo ve a Córdoba tras el fiasco de 2016?

-No se puede negar que la ciudad ha sufrido un fuerte varapalo, pues las ilusiones eran grandes. Lo importante ahora es levantarse de esa decepción y abrirse al exterior, tener una mayor porosidad a lo que se hace fuera y dejar de mirarnos el ombligo o de lamentarnos. Yo echo mucho en falta que haya más exposiciones y más propuestas de arte en la calle, de iniciativas que acerquen el arte y la cultura a la gente. También hay que apoyar a los jóvenes que empiezan.

-Dígame lo que más le gusta de la ciudad y lo que menos.

-Lo que menos me gusta es lo críticos que somos en Córdoba. Lo que más, precisamente, que esa visión tan crítica te resulta exigente y te incita a trabajar duro. Cuando sales fuera te das cuenta de las cosas que has conseguido y lo que se te valora gracias a esa exigencia. En Córdoba, por contra, sabes perfectamente que ese reconocimiento no te lo van a dar. Nunca te lo darán.

-¿Y lo que más y lo que menos le gusta de su propia obra?

-Pues me quedo con esas obras a las que creo haber logrado dotarlas de vida y de naturalidad. Soy muy autocrítico y casi nada de lo que hago me gusta del todo, pero hay algunas obras en las que si creo que me he acercado mucho a eso que busco. Lo que no me gusta de mí es el barroquismo que, como cordobés, parece que tengo implantado en los genes y que lucho por controlar.

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