Antonio Fernández Díaz 'Fosforito'. cantaor

"El Concurso Nacional debería actualizar su cuantía para suscitar el interés de los jóvenes"

  • Leyenda viva del flamenco, el pontanés ha creado escuela en el cante, siendo maestro de maestros

  • Esta semana ha mantenido un encuentro con artistas en la Posada del Potro

"El Concurso Nacional debería actualizar su cuantía para suscitar el interés de los jóvenes"

"El Concurso Nacional debería actualizar su cuantía para suscitar el interés de los jóvenes"

El cantaor Antonio Fernández Díaz Fosforito (Puente Genil, 1932) es una leyenda viva del flamenco cuya mente prodigiosa es capaz de recordar con todo lujo de detalles anécdotas de toda su trayectoria, que es mucha: cuando iba de gira con la bailaora Manuela Vargas, cuando pasó una temporada cantando en un circo o cuando grabó en tan solo una semana la selección antológica del cante junto a Paco de Lucía. Es una enciclopedia del flamenco, ha rastreado sus raíces, seguido su evolución y se interesa por lo que se hace en la actualidad. Posee la quinta Llave del Cante y, retirado de los escenarios desde hace años, ahora escribe y muestra sus conocimientos en conferencias. Maestro de maestros, incluso lo han considerado el mejor de los cantaores gaditanos debido al dominio que tiene del cante de esa tierra; y de todos los cantes en general. De hecho, también dicen de él que es el cantaor más completo que ha habido. El artista, que reside en Málaga, ha pasado esta semana por la Posada del Potro dentro del ciclo Maestrías para mantener un encuentro con jóvenes flamencos.

-¿Le gusta cómo se está gestionando el Centro Fosforito?

-No vivo aquí pero creo que se hace bien porque lo veo en funcionamiento. Ya el edificio por sí solo es una joya con mucha historia y si encima tiene el aliciente de la programación... Después de tantos avatares lo han dejado precioso.

-¿Le gusta mantener el contacto con los jóvenes artistas?

-El público para mí siempre merece todo el respeto y si son jóvenes mejor porque demuestran un gran interés y refleja que hay continuidad en el flamenco.

-¿A quién escucha ahora en flamenco?

-A todo el mundo, es algo innato en mí, lo llevo en la sangre y no puedo vivir sin esto. No me pongo expresamente a uno o a otro, me interesan todos en general. Naturalmente no me quedo con todos, sino con los que me gustan, y hay cosas que me gustan más que otras, como a todo el mundo. Hay mucha gente que canta muy bien pero no puede señalar a uno. La decantación es personal pero no pública.

-¿Y fuera del flamenco?

-Escucho música clásica, me gusta el jazz... Aunque la música sea moderna, si está bien hecha me gusta.

-¿Hay algún tipo de música que le sorprenda de lo que se hace en la actualidad, como por ejemplo el reguetón?

-No, esas cosas me interesan muy poco. El rap tampoco entra en mis gustos. Tendrán o no calidad pero yo no lo escucho.

-¿Qué opina de lo que ahora se llama nuevo flamenco? En los últimos tiempos han surgido figuras como Rosalía o Niño de Elche que se adscriben a esa corriente.

-Ahí no hay nada de flamenco. Una cosa es que haya un giro o unas cadencias que se asemejen a la cadencia andaluza pero el flamenco como yo lo entiendo no tiene nada que ver. Lo que pasa es que la palabra "flamenco" da un marchamo de calidad y se la ponen a cualquier cosa, sea buena o una tontería. Hay cosas que son buenas pero no son flamenco; llámalo como sea pero no flamenco. Que son aflamencadas, sí, en muchas ocasiones, pero hay otras que solo justifican mamarrachadas.

-¿Cómo aprendió a cantar y quiénes fueron sus maestros?

-Había que buscarse la vida para sobrevivir en un tiempo tan difícil como fue la posguerra. Al principio mis maestros fueron mi familia, mis padres, después aprendí de todo el mundo. El maestro te marca los primeros pasos y después tú te haces solo, es cuestión de repetir lo que te han dicho. A partir de ahí, cuando tienes un conocimiento, se te ocurren cosas propias y empiezas a ser tú mismo. Es bueno tener un maestro porque al principio te enseña a caminar, te coge las manos porque sino te caes, como ocurre con los niños chicos.

-Viviendo en esa España los principios debieron ser muy difíciles.

-Mucho, pero no para mí que era un niño que cantaba por lo que le daban, sino para mucha gente. Habíamos pasado una guerra donde hubo fallecidos y se hicieron barbaridades incontables. Era muy difícil supervivir.

-¿Era el flamenco una salida en esa época?

-Antes no cantaba tanta gente, los que no tenían posibilidades no lo intentaban. Era muy difícil. Yo encontré en el camino a tres o cuatro de mi edad y algunos mayores y nos apoyábamos en ellos. Formábamos parejas; yo iba con Carlos el de El Saucejo, que me llevaba ocho o nueve años. Yo era un chiquillo y me apoyaba en él. Luego había gente mayor que se buscaba la vida desesperadamente como El Niño de Churriana, que cantaba muy bien pero no era figura. Los guitarristas que nos acompañaban por los caminos generalmente eran barberos que tocaban la guitarra. Casi todos los barberos tocaban la guitarra.

-Hasta que llegó el Concurso Nacional de Córdoba y dio el gran salto en 1956.

-Eso fue a escala nacional pero yo ya había actuado en el Teatro Falla en los años 50 y cantaba en tablaos en el Trocadero de Cádiz. Hasta una vez estuve una temporada cantando en el Circo Colombia. Le cantaba a una bailaora que se llamaba Patrocinio y con un guitarrista de Utrera. Luego llegué a mi pueblo derrotado, sin voz, y el Ayuntamiento me compró una guitarra. Me pusieron un maestro que no era profesional sino un aficionado que tocaba clásico y un poquito de flamenco y lo que sabía, me lo transmitía. Después del servicio militar seguí cantando en tablaos, dormía mal, comía cuando me acordaba y de agotamiento cogí una anemia y perdí la voz. En mi pueblo pensaron que el artista que había en mí no debía perderse y por eso creyeron que si no podía ser cantaor, aprendiera a tocar la guitarra. El maestro que me pusieron tenía un bar que cerraba a las tres de la mañana. Él limpiaba los vasos y en un trastero, para no molestar, me ponía algunas cositas para tocar. Pero diez minutos o un cuarto de hora porque a las 03:30 todo el mundo tenía que acostarse. Hay que tener mucha fuerza de voluntad y mucha pasión para ir allí, a lo mejor con el estómago con telarañas, para esperar horas y horas para que te den cinco minutos de clase. Eso lo he hecho yo, además con 21 años. Con el tiempo, por inercia ya tocaba la guitarra y tarareaba. Me fui encontrando mejor para ese Concurso, me presenté y tuve la fortuna de ganar los primeros premios. Llevaba de cantaor desde los años 40 así que tenía un conocimiento, era un cantaor hecho. Tenía 24 años y había vivido mucho.

-¿Qué recuerda de ese Concurso?

-Recuerdo con alegría lo inesperado de mis premios. Jamás pensé que podía ganar en todas las categorías y el premio absoluto. Al día siguiente en un periódico, creo que El Español, apareció la crónica llamándome Fosforito. Fosforito porque ese periodista había escuchado a alguien de mi pueblo decir que yo era el niño de Fosforito. Ese Fosforito cantaor era mi padre, que era de Posadas y cantaba muy bien, sobre todo por soleá. Formé un espectáculo con los segundos premios de ese Concurso y con otros artistas que lo reforzaron. Hicimos una tournée por toda Andalucía y terminamos en Sevilla. Allí me quedé y en un cortijo conocí a Pepe Pinto, a Manuel Vallejo, a Juan Mojama, a Perrate, Miguel de Marchena... Eran cantaores que se buscaban la vida en la Alameda. Luego estuve en Persia, El Cairo, Líbano, Damasco... y volví de nuevo a Madrid. Mi vida es larguísima de contar.

-¿Cómo se sentía el flamenco en esa época en el extranjero?

-El flamenco siempre ha estado muy bien mirado. El nombramiento de la Unesco como Patrimonio Inmaterial le ha dado a las administraciones públicas, en cierto modo, la obligación de responsabilizarse y protegerlo. Hacen lo que pueden pero siempre es insuficiente. La Argentinita, Carmen Amaya o Sarita Montoya eran artistas que actuaron en París, Nueva York... El flamenco daba nombre y valor a España. Las grabaciones históricas de Ramón Montoya, de los años 25 y 30, se hicieron en París. La primera antología flamenca, en la que participaron Pericón y Manolo Vargas, también se hizo en París en los años 40. Es decir, que el flamenco siempre ha estado bien visto fuera.

-¿Cómo se disfrutaba en España?

-En los años 40 y 50 entrabas a un bar y había un cartel que mostraba a un cantaor con un candado en la boca y un bailaor con los pies atados con una cuerda. Estaba prohibidísimo, no se podía cantar, era como un pecado. En esos años había ventas en las afueras donde se actuaba porque en la ciudad era imposible, no lo permitían las autoridades. Los aficionados tenían que desplazarse hasta allí para disfrutar. Había cafés, como el Silverio, que eran tablaos en los extrarradios donde se hacían espectáculos mixtos. Había varieté y también flamenco, que se disfrutaba en los cuartos para los aficionados a los que le gustaba de verdad.

-A pesar de eso, el flamenco se reforzó.

-Esto es cíclico: habrá momentos gloriosos y de decadencia porque la gloria de flamenco la dan los intérpretes; hay tiempos en los que le toca vivir a gente maravillosa y tiempos en los que la cosecha no es tan buena.

-Usted que ha cantado en tablaos, festivales y hasta en un circo, ¿cuál cree que es el mejor escenario para el flamenco?

-El mejor escenario es el teatro porque no hay tablao en el que no haya comidas, y con comidas de por medio es inevitable que la gente hable entre sí. He escuchado cantar muy bien en tablaos y he cantado en muchos tablaos pero no es lo mismo que cuando la gente va expresamente a oír flamenco. No se cuidaba eso pero sí se respetaban los flamencos entre ellos; era un respeto imponente. Cuando había una reunión de flamencos, buenos todos, y uno cantaba por soleá, no salía otro para cantar él. Ahora puede que ocurra pero antes no. Al rato otro cantaba ese cante pero no detrás. Por respeto. Era otra historia.

-Usted ha compuesto muchos de los temas que interpretaba, algo poco habitual ahora.

-Había figuras históricas que componían. Por ejemplo, Enrique el Mellizo hizo una malagueña y él era de Cádiz, Chacón también hizo un puñado de malagueñas inmejorables e irrepetibles. Yo escribía de siempre, tengo montañas de letras flamencas y poesía en prosa.

-¿Qué sería de Fosforito si su carrera estuviera ahora en plenitud?

-Hablar de mí no me gusta pero la historia está ahí. Desde que empecé yo era yo, no imitaba a nadie, me interesaba lo que cantaban, no cómo lo cantaban. El fondo de cualquier artista es cómo suena y yo siempre he tenido mi sonido propio. Era amigo de Antonio Mairena pero no canto nunca nada que tenga que ver con él, ni siquiera una nota. Lo mismo con Juanito Varea o Pepe Pinto. Siempre he sido yo. Escuchaba a mucha gente buena pero no por cómo cantaban sino por lo que cantaban. Hablar de mí me da vergüenza, tienen que hacerlo otros.

-¿Se ha sentido querido en Córdoba?

-Córdoba es una ciudad abierta, acogedora. Yo soy de Puente Genil y vivo en Málaga, de donde son mi mujer, mis hijos y mis nietos; pero me siento muy a gusto en mi capital. Vengo siempre que puedo, igual que a Puente Genil.

-Usted que ha sido jurado del Concurso Nacional en varias ocasiones, ¿cómo cree que está de salud?

-Este Concurso Nacional, al que no vengo desde hace varios años, tiene la máxima categoría. Si lo comparas con los concursos que hay por ahí, el único que merece llamarse "nacional" es el de Córdoba. No porque al principio fuera a imagen y semejanza del de Granada de 1922 -que fue debut y despedida porque luego no se repitió salvo en 1972 por su 50 aniversario- sino porque desde 1956 Córdoba ha mantenido el tipo con categoría. Quizás los premios deberían actualizar su cuantía económica para que suscitara más interés en la gente joven. Se ha hecho una cosa muy importante que es limitar la edad porque se presentaban cantaores con una edad pasadilla que repetían una vez y otra y no venían mejorados. Yo me quito el sombrero por el planteamiento del Concurso, su categoría, el trato que la organización da a los flamencos y al jurado y le auguro larga vida porque es un trampolín para mucha gente que necesita ese marchamo.

-Tiene la Llave del Cante, el Premio Leyenda del Flamenco, la Medalla de Oro al Mérito a las Bellas Artes... ¿Qué le queda por conseguir?

-La primitiva (ríe). Eso me dice un cantaor de Campillos, que tengo todos los premios pero no me ha tocado la lotería. Yo le digo que todo se andará. Es una satisfacción y una gloria que alguien te tenga en cuenta hasta el punto de darte un reconocimiento.

-Siendo el decano de los cantaores, ¿siente la responsabilidad de guardar ese legado?

-Mi casa está siempre abierta a todo el mundo, siempre estoy disponible.

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