Cien años de la muerte del poeta Enrique Redel

Además de varios libros de versos, biografió a Ambrosio de Morales y documentó las devociones a San Rafael y Linares

Cien años de la muerte del poeta Enrique Redel
Cien años de la muerte del poeta Enrique Redel
J. Cabrera

15 de febrero 2009 - 01:00

Enrique Redel es el escritor de su generación cuyo recuerdo ha llegado más vivo a nuestros días, y no es porque tenga una calle dedicada en las inmediaciones del lugar donde nació o una placa en la casa en que falleció hace ahora un siglo. Si se exceptúa a Antonio Fernández Grilo, cuyo poema más popular, el dedicado a las Ermitas, es un plagio del cacereño Antonio Hurtado, este poeta, nacido junto a las Rejas de don Gome en 1872, es el único al que se le ha reeditado parte de su obra recientemente, que es lo más importante que le puede ocurrir a un escritor.

Córdoba se conmovió hace 100 años cuando el poeta fallecía el 13 de enero de 1909 en su casa de la calle Isaac Peral. La ciudad se movilizó para despedir a quien a través de sus versos había hecho vibrar los sentimientos de los cordobeses y con sus libros había rescatado la historia de la ciudad que dormía en los archivos. En ese momento se pensó en un reconocimiento colectivo que perpetuase la memoria del escritor muerto a los 36 años de edad. Ya tenía una calle dedicada en San Francisco, cuya denominación se trasladó posteriormente a la antigua calle de los Álamos. Hubo quien propuso la erección de un monumento, pero todo quedó en la placa de mármol y bronce de Isaac Peral.

Días antes de su muerte había terminado de corregir la que sería su gran obra, la biografía de Ambrosio de Morales que editó la Real Academia Española porque "se contienen noticias nuevas y estimables que conviene no dejar que se pierdan". Ésta es la clave de las publicaciones de Redel, ya que sus obras se cimentaban en la documentación original, dejando al margen las interpretaciones ya conocidas de otros autores, que en muchas ocasiones estaban plagadas de errores.

Junto a esta biografía del cronista de Felipe II, Redel dio a la imprenta dos libros sobre otras tantas e importantes devociones de la capital. Una de ellas está dedicada a San Rafael y hace un riguroso y exaustivo rastreo histórico a esta devoción tan característica de Córdoba. No sólo incluye las noticias recogidas en libros de actas del Ayuntamiento y de la hermandad, sino que incorpora un completo repertorio de las publicaciones y de las obras de arte dedicadas al arcángel.

Parecido esquema utiliza para el libro dedicado a la Virgen de Linares, la devoción mariana más antigua de la capital. En esta ocasión, la obra de Redel sirvió para completar la revitalización de esta advocación iniciada con la restauración de la imagen impulsada por Rafael Romero Barros. Tanto un libro como otro están aún en las librerías y siguen cumpliendo la misión divulgativa por la que Redel los escribió hace más de un siglo.

Frente a esta publicaciones está la producción en verso. En este caso, el autor cordobés fue víctima, al igual que todos los autores decimonónicos, de las vanguardias que en las primeras décadas del siglo XX dejaron anticuado todo aquello que se había escrito sólo unos años antes. Su primera publicación recibió el nombre de Amapolas y vio la luz en 1895. Era una recopilación de los versos publicados en la prensa local en los años precedentes y que tendría su continuación en Predicar en el desierto, Turbas y espectáculos, Lluvia de flores, La prensa o Lira de plata, entre otros, en los que combina el pesimismo con una preocupación social. A esto hay que sumar el libro Algo de letras, donde se recopila una colección de críticas literarias en las que despliega sus extensos conocimientos en la materia.

Ya sea en prosa o en verso, Enrique Redel dejó en sus escritos la huella de una profunda formación intelectual que inició en el Seminario de San Pelagio, donde cursó tres años de Latinidad y dos de Filosofía. Pero las ansias por aprender del poeta no quedaron en esto, sino que también se matriculó en 1888 en la Escuela Provincial de Bellas Artes, situada en la plaza del Potro y dirigida por Rafael Romero Barros. En este centro dio salida a unas inquietudes artísticas que complementaron de forma definitiva su universo artístico.

Muy joven aún, se inició profesionalmente como redactor en el periódico local La Unión, a la vez que alternaba la prosa y el verso en el Diario de Córdoba, rotativo donde se dio a conocer entre sus paisanos. Aunque nunca abandonó la escritura, más tarde pasaría a trabajar en el Monte de Piedad -actual Cajasur-, dándose la circunstancia de que la vivienda en que falleció con la categoría de oficial primero era propiedad -como lo ha sido hasta hace poco- de esta entidad de ahorro. Las inquietudes sociales que plasmó en muchos de sus poemas no quedaban solamente sobre el papel, sino que también las llevó a la práctica. Fue secretario de la Asociación Cordobesa de Caridad, una entidad fundada por el obispo Ceferino González encargada de la atención a las necesidades de la clase trabajadora.

La proyección literaria de Redel no tardó en traspasar las estrechas fronteras locales. Su obra fue conocida en otras provincias y en otros países. Esta circunstancia le hizo mantener fluida correspondencia con importantes literatos, como es el caso de Azorín. De todos estos lugares le llegaron reconocimientos, como su inclusión en el Real Instituto y Sociedad de Geografía de Lisboa o su nombramiento como miembro honorario de la Academia Dante Alighieri de Catania (Italia). Lógicamente, fue miembro de la Real Academia de Córdoba y también formó parte de la de Bellas Letras de Sevilla, en donde ingresó a propuesta de Francisco Rodríguez Marín y Luis Montoto.

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