Catedrático en Rotterdam y creador del Festival de la Guitarra
Cordobeses en la historia
Paco Peña Pérez acompasó la música de la Fuente del Potro con sus primeros acordes de guitarra, llevó el sello de Córdoba a los cinco continentes e hizo de ella musa y eterno puerto.
ANTONIO Peña Roldán y Rosario Pérez Jurado vinieron desde Cabra con sus hijos Carmela y Antonio; pero llegarían a ser 9 con Loles, Sole, Rosarillo (Illo), Encarni, Mati, Paco y Pili, todos bautizados en San Pedro. Él era jornalero y ella tenía un puesto de frutas en La Corredera, cerca de la casa de vecinos de la calle de Los Lineros 31, donde las notas del cante, la guitarra y el agua competían. Allí nació un 2 de junio de 1942 Paco Peña. Su hermano Antonio pondría en sus manos la primera guitarra y, era tan niño, que apenas podía abarcarla. Alguna foto en sepia quedó para la memoria, como las noches de verano, cuando el vecindario se sentaba a las puertas de la casa y Paquito, en la penumbra del patio, ponía música de fondo a las tertulias, horas y horas. Y así, con 7 u 8 añitos, estrenó su primera guitarra y entró a formar parte de la rondalla de los Salesianos, en donde dejaría un expediente brillante jalonado de sobresalientes y galardones académicos. "Excesivamente formal" -dicen los de entonces-, mientras los juegos de los demás niños provocaban las riñas de Ricardo Molina, su guitarra despertaba el interés del poeta y el de los peñistas de El Limón, Ramón Medina entre ellos, uno de los primeros en descubrir el potencial del chiquillo de 12 años. A los 16, el párroco de San Pedro le encargó la formación y dirección de una rondalla, coincidiendo con sus primeros premios en los festivales de la Plaza de Aguayos y su inclusión en la rondalla de Rafael González.
Con 18 años era primera guitarra de la tuna universitaria del SEU, e inició giras con el Centro Filarmónico y Coros y Danzas, desde donde daría el salto a un tablao de la Costa Brava, antes de marcharse a Londres junto a Manolo Garrido, Carlos Criado y Rafael del Río. Trabajando en la hostelería y lejos del Sur, los patios cordobeses le inspiran la iniciativa de su recuperación y conservación, proyecto que acabaría desarrollando Garrido. Paco Peña se queda en la ciudad del Támesis, triunfando junto al bailaor Cristóbal Reyes en el restaurante Antonio's, y en los ambientes flamencos europeos. Con 22 años decide tocar en solitario, se recluye, y regresa a los 25 ya de concertista y, por la puerta grande, reaparece como artista invitado de La Camboria en el Reino Unido, preámbulo de su debut en el Wigmore Hall; fueron dos horas de concierto que pusieron al teatro en pie. En ese mismo año, comparte escenario con el mítico Jimi Hendrix en el Royal Festival Hall ante más de 4.000 personas. Era el principio de una carrera de éxitos en Europa, Estados Unidos, Sudamérica, los países del Este o asiáticos como Japón, donde llega a congregar a más de 10.000 seguidores. Continúa en esta línea; en uno de sus últimos conciertos en Varsovia, el público ha llegado a permanecer en pie llenando los pasillos y las escaleras.
Ramón Montoya, Sabicas o el Niño Ricardo son sus eternos referentes. A ellos y a John Williams, David Russell, Paco de Lucía, Serranito o Chano Lobato, entre otros muchos amigos, recurrió en 1981 tras adquirir su casa del Potro, germen del mítico Festival Internacional de la Guitarra de Córdoba. Allí, en el Centro Flamenco Paco Peña, inició el evento alojando a los artistas en su casa y en torno a los pucheros de su madre. El mítico Sabicas, que llevaba más de 30 años sin pisar este país, vino porque no podía rechazar la invitación de su amigo Paquito; pero el regreso del genio fue aprovechado y vendido por los medios sevillanos, ante la indiferencia de Córdoba. De los 15 países y 70 alumnos del primer año, hubo más de 30 nacionalidades y 200 muchachos en 1984, cuando el Ayuntamiento, por fin, aportó 75.000 pesetas.
Córdoba es puerto y musa en todas y cada una de sus giras y espectáculos, incontables, desde las primeras actuaciones en las pantallas grises de la España de los 70, al último triunfo en el Town Hall, catalogado en The New York Times el pasado 25 de febrero, como un armonioso conjunto que "se distinguió, sin ningún eslabón débil" y -refiriéndose a Paco Peña- "sólo él estaba en el escenario durante toda la noche, y sin embargo, pocas estrellas son más modestas". Quizá por esa modestia, sólo los más íntimos y la casualidad saben que le emocionó estrechar la mano de Nelson Mandela; que el rey Juan Carlos le sorprendió saludándole públicamente en un escenario de Manchester; que lores, primeros ministros y jefes de estado presumen de su amistad; que ensaya en Madrid y duerme en Córdoba, o cruza el Eurotúnel para pasar unas horas con su nieto Emmanuel Peña. Casado con la holandesa Karin Vaessen, sus dos hijas, Elvira y Elena, mantienen doble lengua y nacionalidad; también dual su casa victoriana y cordobesa de Londres, con la telera congelada para el salmorejo, el vino de Montilla, el aceite de oliva, el jamón de Los Pedroches, el limonero del jardín, las naranjas de Palma del Río o los toldos fabricados en Córdoba. En el corazón y la casa del artista, se guarda la Fiambrera de Plata del Ateneo y el Potro de Oro de las Peñas; galardones populares de las gentes sencillas, como este hombre, catedrático por la universidad de Rotterdam y en posesión de la Cruz de la Orden del Mérito Civil. Pero la gente sigue confundiéndolo con el entrañable radiofonista Paco Peñas (Francisco Ortega), y creyéndolo en el nomenclátor de su ciudad; en donde no está.
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