Formación
  • A sus 70 años, la cordobesa, que tiene una discapacidad auditiva, ha realizado todos los ciclos de artes plásticas en cuero e imnumerables cursos en el centro de la Trinidad

El arte en silencio de Carmen Ruiz en la Escuela Mateo Inurria de Córdoba

Carmen Ruiz trabaja en una de su creaciones en la Escuela Mateo Inurria. Carmen Ruiz trabaja en una de su creaciones en la Escuela Mateo Inurria.

Carmen Ruiz trabaja en una de su creaciones en la Escuela Mateo Inurria. / Miguel Ángel Salas

Escrito por

· Lourdes Chaparro

Redactora

“Las clases me dan tranquilidad y son muy importantes para mí”. Es lo que explica en lengua de signos Carmen Ruiz del Pozo a su intérprete, Rocío Rosas, quien se encarga de traducir cada frase que dice para la entrevista concedida a el Día. Carmen Ruiz del Pozo tiene 70 años y ha sido una de las alumnas más longevas de la Escuela de Arte Mateo Inurria, pero no por que haya repetido cursos, sino porque se los ha hecho casi todos los relacionados con el mundo de la artesanía en cuero en los último años.

Carmen tiene una discapacidad auditiva que no le permite oír desde que nació, pero eso no ha sido obstáculo alguno para que desde bien pequeña descubriese su amor hacia las artes plásticas, algo que ya venía de familia puesto que dos de sus tíos fueron profesores tanto en la Escuela Mateo Inurria como en la  Dionisio Ortiz.

Sin embargo, la formación reglada al respecto la ha recibido ya de bien mayor en este centro de la plaza de la Trinidad, al que llegó allá por 2007 como alumna del ciclo medio Artesanía en Cuero, que ha sido sustituido por el grado superior de Técnicas Escultóricas en piel. Y claro, desde entonces ha necesitado la ayuda de un intérprete de lengua de signos. La última de ellas ha sido Rocío Rosas, quien a pesar de que ha llegado al final de su paso por la Escuela de Arte Mateo Inurria ambas se comportan como si se conociesen de toda la vida. “Si no hay intérpretes, cómo voy a aprender la teoría”, asegura con total rotundidad Carmen.

Su primera incursión en la formación reglada fue el citado ciclo, del que luego hizo el superior. El ciclo del taller de madera y otro superior de cerámica en la Escuela Dionisio Ortiz son solo algunos de los títulos que ha cursado en los últimos años y que ha concluido de la mejor forma posible. “Me encanta aprender y trabajar con la piel, me apasiona. He terminado ya, pero voy a seguir”, asegura Carmen en una de la aulas de trabajo del centro. Durante su paso por la Escuela Mateo Inurria ha intentado ser lo más colaboradora posible y “estoy muy contenta”, añade.

Pero, ¿de dónde viene esa afición por el mundo de las artes? Pues, según recuerda, desde pequeña le gustaba mucho el dibujo y uno de sus tíos estaba en la Escuela Dionisio Ortiz como maestro de taller, pero su madre se negó a que recibiera esas clases. Eso fue allá por la década de los 60 del siglo pasado y Carmen Ruiz no era más que una niña de poco más de diez años, sorda y sin conocer apenas nada de la lengua de signos porque “no me la enseñaron”. Es más, ahora después de toda una vida esta cordobesa recuerda que por entonces las profesoras a niñas como ella las obligan a poner “las manitas atrás” cuando intentaban expresarse de la única forma que podían.

Carmen conversa con su intérprete Rocío Rosas y los profesores Begoña Hidalgo y José Rodríguez. Carmen conversa con su intérprete Rocío Rosas y los profesores Begoña Hidalgo y José Rodríguez.

Carmen conversa con su intérprete Rocío Rosas y los profesores Begoña Hidalgo y José Rodríguez. / Miguel Ángel Salas

Detalla que apenas hablaba y que con su madre todo era a base de señales e indicaciones. Todo, hasta que la mujer de uno de sus tíos, que era profesora, le enseñó la lengua oral a pesar de su sordera. Y lo hizo, según cuenta, gracias a su tesón y su técnica. Y es que le ponía delante de las palabras y los objetos para su identificación. Junto a ello, ponía sus dedos sobre el cuello para identificar las palabras a través de la presión que sentía.

Con ello, consiguió aprender la lengua vocal y, a pesar de las reticencias iniciales de su madre, Carmen la convenció y muchas tardes de su niñez iba hasta el taller de Manuel Mora Valle Morita, que estaba cerca del Museo Arqueológico, para aprender artes y oficios relacionados con la piel.

Tras su paso por el colegio, Carmen continuó con su formación, además de aprender por su cuenta la lengua de signos, se convirtió en peluquera, profesión que ejerció, además de trabajar, como cientos de cordobeses de la época, en la Electromecánicas, donde “escribía los códigos numéricos y salían las grabaciones perforadas; un trabajo antiguo ya”, subraya.

Ahora, que ha acabado su formación reglada recuerda que lleva ya 18 años trabajando con manualidades y haciendo cursos y que se ha puesto el mundo por montera las veces que ha hecho falta para asistir a talleres y seguir aprendiendo. La única dificultad que tiene ahora es que tiene que compaginar esta afición con el cuidado de los dos nietos que tiene y que le reclaman su atención.

Rocío Rosas y Carmen Ruiz en uno de los pasillos de la Escuela de Artes y Oficios Mateo Inurria. Rocío Rosas y Carmen Ruiz en uno de los pasillos de la Escuela de Artes y Oficios Mateo Inurria.

Rocío Rosas y Carmen Ruiz en uno de los pasillos de la Escuela de Artes y Oficios Mateo Inurria. / Miguel Ángel Salas

Lo de su discapacidad auditiva que la acompaña desde que nació no ha supuesto ningún freno a la hora de aprender, si bien, reconoce que la pandemia del coronavirus y la obligatoriedad de llevar mascarilla “ha sido lo peor que hemos podido vivir dentro de la comunidad sorda”. Para intentar solucionar este grave problema, uno de sus profesores, José Rodríguez, que es maestro de taller de la Escuela de Arte Mateo Inurria y con quien ha recibido clases durante estos años, se compró una mascarilla transparente para poder hablar con ella.

Begoña Hidalgo es otra de las profesoras del centro y maestra del taller y sostiene que Carmen “puede con todo”. No en vano, algunos de sus trabajos se pueden ver en la escuela, como un bolso, cajas de decoración, una máscara y su trabajo final, que es la Torre de las Tres Culturas de Córdoba, obra con la que se despide del centro, aunque aún le quedan algunos más que hacer.

La marcha de Carmen de la Escuela Mateo Inurria se va a dejar sentir en sus pasillos y aulas, ya que se ha convertido en un icono, como sostiene Rocío. Su intérprete es quien más va a echarla de menos y confiesa que ha estado en muchos institutos trabajando como intérprete, pero en el centro de la Trinidad “tiene un ambiente que te engancha. Es la primera vez que mesa pasa eso de entrar en un sitio y sentir alegría; no lo he encontrado en ningún sitio y no tiene precio”.

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