"Bretón es frío y cínico, da miedo, pero todavía no es un asesino"
Enrique Garrido. Abogado
El letrado, con 58 años de carrera profesional a sus espaldas, ha asesorado a la acusación particular en el caso por la desaparición de los niños Ruth y José que estos días se juzga
LA Abogacía es un estilo de vida, relata el letrado Enrique Garrido, uno de los de curriculum más abultados de Córdoba tras 58 años en la profesión. Integrante de una saga familiar de letrados -lo fueron su bisabuelo y su abuelo-, entró de pasante en el 54 con su "maestro" José María Montoto. Se colegió al año siguiente: "He vivido el cambio de régimen, de siglo, de milenio, de moneda, de todo", enumera. En los últimos meses, el letrado ha asesorado a la abogada de la acusación particular del caso Bretón, María del Reposo Carrero.
-¿Cómo es vivir en una casa donde impera el Derecho?
-Es un estilo de vida. La sujeción y el respeto a la ley y el estar siempre pendiente de la norma y del bien hacer te marcan.
-¿Cómo recuerda sus primeros años en la profesión?
-Estuve un año con José María Montoto como pasante. Fue mi maestro, nos enseñaba lo que ahora se aprende en la Escuela de Prácticas Jurídicas. Allí hacía escritos, iba a juicios, estudiaba. Hasta el año 55 no vestí la toga. La figura del pasante, afortunada o desgraciadamente, ha desaparecido ya.
-¿Cómo ha cambiado la Justicia desde entonces?
-Como de la noche al día. En la ciudad había sólo dos juzgados de instrucción y primera instancia. Y en la Audiencia sólo una sección. Nos conocíamos todos porque verdaderamente éramos poco más de 120 abogados. Y conocíamos a los funcionarios. Estaban los hermanos Del Moral, que eran dos maravillas. Llevabas un escrito y si no les gustaba te decían cómo hacerlo. Un juez llegaba a la capital después de estar en 20 pueblos, no como ahora. La Audiencia Provincial estaba en Gran Capitán.
-¿Qué significó la apertura del actual palacio de justicia?
-La inauguración fue una gozada, una alegría bastante grande. Pasamos de aquellos pasillos a lo que tenemos ahora. Yo estaba en la junta directiva del colegio de abogados y conseguimos una estancia para los letrados. Antes ni siquiera había salas de vistas porque el procedimiento era diferente. pero ahora el edificio está obsoleto, es un desastre. Tenemos que estar una hora esperando en los pasillos y allí se mezclan los testigos con los procesados… No es agradable.
-Parece que el edificio ha acabado su ciclo y desde hace una década se intenta construir una nueva Ciudad de la Justicia...
-Sí, y no me quiero morir sin haberla visto.
-¿Recuerda su primer caso?
-Sí, fue una muchacha a la que despidieron de la Universidad Laboral porque había tenido una relación con uno de los profesores. Esa señora ha sido muy fiel a mí durante toda mi carrera. Y el último caso al que asistí a un juicio, hace ya un año, fue un desahucio contra esta mujer.
-¿Algún asunto le ha marcado especialmente?
-Sí, uno me afectó porque estuve 29 días en prisión. Fui uno de los que asistieron a Montejurra, cuando estaba de pasante con José María Montoto. Un compañero que era como un hermano mío era un requeté furibundo. Se empeñó en que fuera a Montejurra: yo tocaba la guitarra y él cantaba. Nos procesaron por propaganda ilegal porque aparecieron unas octavillas con unas letrillas. José María Valverde me defendió y no llegamos siquiera a juicio. La Audiencia anuló el auto de procesamiento.
-¿Y alguno en el que haya intervenido como letrado?
-El crimen de la Asomadilla me impactó. Defendí a un chico que era drogadicto y que mató a una pareja que estaba en un coche. Los quiso atracar, pero se opusieron y los mató. Yo tenía tres hijos con su edad, que tenían su novia y su coche. Empecé el juicio diciendo que cualquiera de mis hijos podía haber sido víctima de aquella situación, pero que como abogado no podía hacer otra cosa que defenderlo a capa y espada. Me impactó mucho.
-Durante estos años, ¿han cambiado mucho los tipos de delitos más habituales?
-Cuando yo empezaba había más que nada robos y peleas. Había pocos delincuentes de cuello blanco, quizás porque el régimen era muy estricto y había miedo. Después vino una época en que todos los pleitos eran por arrendamientos urbanos. Y luego llegó el gran boom de la Abogacía con los accidentes de circulación. Había mucho dinero en juego y una regulación malísima. A principio se decidía todo a criterio único de cada juez. Uno de los problemas de la Justicia es que siempre ha ido a retranca de los acontecimientos, nunca se ha anticipado.
-Un tribunal popular está juzgando estos días a José Bretón, acusado de matar a sus dos hijos. ¿Es partidario de los jurados?
-He tenido tres juicios con jurado, aunque no me gusta. Uno de ellos hubo que repetirlo porque gané la apelación en Granada. Uno fue por un asesinato durante una boda en Posadas y otro contra un boxeador que mató a una chica de dos guantazos. Le dio un puñetazo en el bazo y se lo reventó. El ambiente era horroroso, de fulanillas y macarras.
-¿Cómo es defender a una persona que ha matado a otra?
-Tienes que buscar una serie de circunstancias para intentar rebajar la condena. Estos días, respecto a la causa de Bretón, estoy indignado porque oigo ya que lo califican como asesino, y todavía no lo es. He estado presente en muchas sesiones con él, siempre callado como compañero de la abogada de la acusación particular. Lo he visto con una frialdad y un cinismo increíbles, se enfrentaba a todo el mundo. Da miedo, pero no se puede decir todavía que es un asesino.
-¿Se ha puesto alguna vez en la piel de su abogado defensor, José María Sánchez de Puerta?
-He hablado mucho con él y estoy convencido de que él está convencido de que Bretón es inocente. La alegría mayor que me llevaría en mi vida es que de pronto aparecieran los niños en algún lado, sobre todo para desmoronar todo esto que se ha liado, ha sido demasiado. El caso es carnaza para la gente, pero ante todo hay que tener un respeto a la presunción de inocencia.
-¿Su compañero se ha enfadado alguna vez por todo lo que se ha dicho sobre él?
-A él lo han amenazado y ha tenido que salir huyendo de los juzgados por la puerta de atrás escoltado por la Policía. Yo le he dado ánimos, porque sólo está defendiendo un caso. Con verle la cara ya sé lo que me va a contar.
-¿Cuál fue la primera impresión que tuvo al ver a José Bretón?
-Después de tantos años, con verle la cara a una persona ya sé lo que me va a contar. Y la primera impresión de Bretón fue la de un tío frío, frío, frío y cínico. Aquella impresión no se me ha borrado. Se ha enfrentado con el fiscal, con el juez, con todo el mundo.
-¿Había visto antes a algún imputado dirigirse a un juez de esta manera?
-Con ese cinismo y esa prepotencia, nunca. En el 99% de los casos los imputados entran a la sala muertos de miedo. Muchos se santiguan y hasta se arrodillan. Y él hablaba sin alterar la voz.
-¿Durante algún interrogatorio lo vio emocionarse de verdad por la pérdida de sus hijos?
-Durante un interrogatorio Reposo Carrero tuvo un gesto teatral con el que a mí me dio un salto el corazón. Estuvo media hora de declaración y al final le dijo que ella se volvía a Huelva y que no quería saber nada del asunto. "Lo único que quiero es que me respondas a esto", le dijo. Le sacó dos fotografías de los niños y le preguntó que dónde estaban. Y el tío no se inmutó. Después se puso a lloriquear mientras todos estábamos con el corazón en la boca. Es un hombre raro. He visto a tíos caraduras, con descaro o malas palabras, pero a ninguno con el cinismo de José Bretón
-Después de todos estos meses de investigación, ¿qué cree usted que les pudo ocurrir a los niños?
-Estoy hecho un mar de dudas. Aunque todas las pruebas apuntan a que él los mató, clama tanto contra la especie humana que haya podido ocurrir algo así por mucha sed de venganza que tenga. De una persona normal no te lo puedes esperar.
-¿Un jurado popular está capacitado para resolver un caso de esta envergadura?
-Soy totalmente contrario a la Ley del Jurado. Se habla de que la Justicia emana del pueblo y es para el pueblo, pero las carreteras también son para el pueblo y nadie se pone a hacer carreteras, ni a los que las diseñan se los elige por sorteo. Le pueden echar 40 años encima de las costillas y eso tendría que resolverlo un tribunal profesional.
-¿Cree que la sentencia sería diferente dictada por magistrados profesionales?
-Puede ser más grave la de un tribunal profesional de Justicia, porque el jurado puede ser sugestionado por un abogado muy hábil que apele a los sentimientos. En cambio, a un magistrado no lo engañas con cuatro sensiblerías.
-¿Hay mucha sensiblería en este procedimiento?
-Sí, y la influencia mediática es terrible. Es imposible defender que el jurado popular no está contaminado.
-¿Le gustaría formar parte del tribunal que está juzgando a Bretón?
-No, me pasaría muchas horas sin dormir. He sido árbitro en tres ocasiones, una de ellas por una partición de sociedades gananciales y me tiré noches haciendo números. No dormía. Yo no sería nunca juez.
-¿Qué reformas necesita la Justicia?
-Las reformas van bien encaminadas, pero se producen de manera lenta y con falta de recursos. El hecho de que ahora todo esté interconectado debería arrojar buenos resultados, pero no es así. Los gobiernos apuestan poco por ayudar a la Justicia porque no les interesa, ya que hay muchos procedimientos que van contra la administración.
-¿Cómo es el futuro de los letrados que están empezando ahora?
-Lo veo muy mal, porque además de la crisis se ha perdido el respeto entre los compañeros. He estado diez años en la junta de gobierno del Colegio de Abogados y los expedientes disciplinarios eran una excepción. Ahora hay cada vez más casos de faltas de respeto o de falta de ética profesional. No es algo que sólo afecte a la Abogacía, sino que ocurre en todos los ámbitos de la vida. Lo único que ahora quiere la gente es fútbol, sexo y ordinariez. Y se están perdiendo todos los valores. En la vida se nos habría ocurrido antes llamar a un juez de tú. Hoy en día no hay respeto ninguna. Hay letrados que van a los juicios con vaqueros o minifaldas. La compostura y la forma son muy importantes.
-¿Se ve en algún momento fuera del mundo del Derecho?
-Un poco, sí. Hay demasiadas normas, reglamentación… Toda esa diarrea legislativa sólo sirve para confundir a la gente. Ahora modifican la ley cada día y hay que hacer una norma para cada actividad. El resultado es que nos metemos en una burocracia imposible.
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