Bautizar a los niños
Tribuna de opinión
Al pedir el bautismo, los padres se comprometen a dar al niño una adecuada educación
En no pocas familias se está dejando de bautizar a los niños. Los padres fueron bautizados de pequeños, pero quizás no valoran lo que esto supone y dilatan el bautizo de sus hijos.
Hace poco me lo comentaba una chica que se quedó embarazada por un descuido. Ella tenía muy claro que no iba a abortar, sabía que lo que había en sus entrañas era un niño, su hijo pequeño que en pocos meses la cautivaría con su sonrisa.
Tuvo que convencer al padre de la criatura, que no lo quería, y por fin lo aceptó, pero no lo quería bautizar. Argumentaba que, cuando fuera mayor, lo decidiría él. La madre le contestó: “Vale, entonces le llevaremos a la escuela cuando él lo pida”. Ante este argumentó cedió el padre. Es evidente que los padres le dan lo mejor a sus hijos, no esperan a que ellos decidan: los alimentan bien, los llevan al pediatra, los vacunan. Ya desde el siglo II la Iglesia acostumbra a bautizar a los niños.
Hoy conmemoramos el bautismo de Jesús, el domingo siguiente a la fiesta de Reyes. El Evangelio dice: “Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: –Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto–”. Jesús quiso bautizarse, aunque no le hacía falta: estaba libre de pecado y era el Hijo de Dios.
¡Qué bonito es poder escuchar estas palabras de Dios: “eres mi hijo amado, mi predilecto”! Pues es lo que el cielo le dice a esa criatura recién bautizada. Si queremos a nuestros hijos busquemos para ellos la bendición de Dios, su protección. Aunque no acabemos de vivir en cristiano, aunque no tengamos mucha fe, no privemos a esos niños de una gracia tan importante.
Algunos padres no son muy versados en inglés, pero saben lo importante que será para el futuro de sus hijos y los matriculan en academias desde muy pequeños. Pues pueden hacer lo mismo con la formación cristiana, que les ayudará a ser mejores personas, les marcará una vida más plena, más feliz.
Enseña el Catecismo que: “El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el Bautismo”. Es la puerta de los demás sacramentos, sin él no se puede comulgar, ni confirmarse, ni casarse por la Iglesia.
Los sacramentos no son magia, son canales por los que nos llega la gracia, la savia, la fuerza, la vida de Dios. Son un diálogo entre Dios y la criatura, un encuentro mutuo y respetuoso, libre. En parte, los que esperan a que los niños decidan ser cristianos, tienen razón. Para que sea libre el sacramento, hace falta la fe y la voluntad de recibirlo. Pero esperar a que la criatura sea mayor de edad y decida no entra dentro de la lógica de una buena educación, depende de la responsabilidad de los padres.
Estos suplen al hijo tomando decisiones fundamentales para que se desarrollen, adquieran buenos hábitos y costumbres, estén sanos, tengan un porvenir en su vida. Los idiomas son más fáciles de pequeños, así como los deportes y habilidades. Esperar a la madurez es no darles la oportunidad de ser persona, de crecer, de desarrollarse. Los padres o los padrinos suplen la fe de la criatura y al pedir el bautismo se comprometen a darles una adecuada educación. Así esa fe incipiente podrá crecer y madurar, o en su caso, de mayor podrá aceptarla o aparcarla.
Decía Benedicto XVI: “El agua con la que estos niños serán signados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo les sumergirá en la «fuente» de vida que es Dios mismo, que les hará sus verdaderos hijos. Y la semilla de las virtudes teologales infundidas por Dios, la fe, la esperanza y la caridad, semilla que hoy se pone en su corazón por el poder del Espíritu Santo, habrá de ser alimentada siempre por la Palabra de Dios y los Sacramentos, de forma que estas virtudes del cristiano puedan crecer y llegar a plena maduración, hasta hacer de cada uno de ellos un verdadero testigo del Señor”.
La fe les marcará un norte en su vida, les dará la seguridad que el relativismo quita a los niños. No todo da lo mismo. La esperanza les dará motivos de vivir, alegría, ánimos para seguir adelante en la lucha que es la vida en la tierra. La caridad les hará ver que son amados de un modo incondicional por su Padre Dios y les ayudará a querer a los suyos de un modo gratuito. En el fondo la vida desde Dios, en la que nos introduce el bautismo, es mucho más bonita y alegre.
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