Atrezzo dudoso para la niña bonita
cruz conde 12
Análisis. Córdoba brilla como ciudad con enorme legado, pero palidece cuando se la compara con sus urbes próximas en lo que se refiere a adaptación a la cotemporaneidad.
E L periodista Pablo Bujalance escribía hace unos días en el periódico Málagahoy un artículo de fondo titulado Atrezzo de lujo para el patito feo. Reflexionaba allí sobre la Málaga actual y venía a explicar que la capital de la Costa del Sol, a la vista de que su legado patrimonial es menor que el de ciudades como Córdoba, Granada o Sevilla, ha sabido reinventarse con una mayor oferta contemporánea para paliar esa desventaja que supone su Alcazaba, por ejemplo, si se la compara con la Mezquita o con la Alhambra. Recordaba en tal sentido Bujalance una frase del regidor malagueño, Francisco de la Torre, que hace tiempo dijo algo que resume la filosofía de su quehacer: "No podemos inventar un patrimonio que no tenemos, pero sí trabajar para tener una ciudad más atractiva". De esa filosofía del veterano alcalde procede su empeño por convertir a Málaga en la ciudad de los museos que hoy es, con una oferta envidiable que incluye dos museos sobre Picasso, un centro de arte contemporáneo municipal, una sede del Thyssen, otra del Pompidou y otra más del Museo Ruso de San Petersburgo, entre otros atractivos. El periodista, como es lógico, se felicitaba de que Málaga sea hoy "una ciudad deseable, paseable y fácilmente promocionable", aunque mostraba también su temor de que allí se haya asociado "con demasiada facilidad la ausencia de un patrimonio monumental de peso con la inexistencia de un pasado y su memoria". "Digamos que rescatar la Plaza de la Judería para convertirla en un bar no es la mejor manera de equilibrar el vacío monumental que la historia nos ha legado", escribía a modo de conclusión de un artículo argumentado y juicioso.
Leído en Málaga supongo que lo natural sería compartirlo de cabo a rabo, sin dudarlo. Pero leído desde Córdoba lo que más sorprendía era el contraste; o sea, pensar en lo fácil que sería aquí escribir un artículo bajo el título contrario, pasando pues del Atrezzo de lujo al atrezzo dudoso y del patito feo a, por ejemplo, la niña bonita. Porque, mientras que en Málaga se ha producido en la última década una revolución de su infraestructura cultural y turística, aquí se puede decir, salvo honrosas excepciones, que se ha vivido justo lo contrario: una parálisis profunda, dura. Y para eso basta darse un paseo por la ciudad y observar lo que se cuece: un museo de Bellas Artes que se ha quedado viejo y reviejo, un centro de arte contemporáneo cerrado a cal y canto, un Arqueológico cuya eterna reforma nunca acaba por falta de fondos y una palmaria, evidente, dificultad para conseguir presupuesto de las administraciones y para que la ciudad resulte atractiva para que instituciones foráneas decidan instalarse en ella y desarrollar proyectos. El legado patrimonial, eso sí, ahí que está, claro, e incluso siguen existiendo joyas monumentales (y pienso en la bellísimas iglesias fernandinas, en los restos del foro romano o en los yacimientos de Cercadilla y Ategua) que apenas despiertan el interés de los turistas debido a que la oferta patrimonial es tan amplia que hay muchos rincones que se quedan en sombra ante el brillo de la Mezquita y el Alcázar, del entorno de La Calahorra y el Puente Romano, de la Judería y la Sinagoga, de los Patios o, pese a la distancia, de la ciudad palatina de Medina Azahara. Hablamos, al cabo, de un Casco Histórico, el de Córdoba, que es de los más grandes de toda Europa y de la ciudad española que más bienes tiene reconocidos como Patrimonio de la Humanidad. Una niña bonita, muy, muy bonita de hecho, pero con atrezzo dudoso, lo que lleva a pensar sobre hasta qué punto persiste, aunque sea bajo novedosos afeites, esa modorra sesteante en la que vivió la urbe durante siglos bajo la hipnosis de su pasado y que tan bien refleja el grabado romántico de Doré que se reproduce en esta página. La resistencia de Córdoba a la contemporaneidad resulta en cualquier caso evidente.
Podría cerrarse aquí este artículo, mostrando sólo el contraste entre la niña bonita y el patito feo, pero es que mientras escribo estas líneas me sube venas arriba la sangre caliente camino del cabreo y de la cariótida. Y lo hace porque detrás de esta historia late a su modo, como siempre, la eterna competencia entre las urbes andaluzas, que ha sido una de las grandes rémoras del avance andaluz. O sea, que para mí, que he vivido en Córdoba y en Málaga, mi casa son las dos, e igual de a gusto estoy ojeando libros en la librería Luque para luego tomarme una caña en el Bar Correo que ojeando libros en la Librería Luces para luego tomarme un vermut en La Guardia. Córdoba y Málaga maravillosas ambas. E igual que a mí me pasa le ocurre a casi todos de un modo u otro en una Andalucía mestiza en la que el localismo y las guerrillas de taifas y de tierra chica, tan comunes, tan hediondas, no deberían tener ni cabida. Confío por ello en el que eje que se está construyendo ahora entre las principales ciudades sea el principio del fin del catetismo ancestral en una Andalucía que en realidad sí que es la niña bonita, en conjunto, tanto cuando atardece en la Mezquita como cuando lo hace en los Baños del Carmen, en el Puente de Triana, en La Caleta o en el Albaicín. Andalucía total y no parcial.
También te puede interesar
Lo último