Ariel Abramovich y María Cristina Kiehr | Crítica

Mudarra, sencillez y naturalildad

María Cristina Kiehr y Ariel Abramovich, en su concierto en el Festival de la Guitarra de Córdoba.

María Cristina Kiehr y Ariel Abramovich, en su concierto en el Festival de la Guitarra de Córdoba. / Juan Ayala

Mudarra, sencillez y naturalidad. Estas tres palabras podrían definir el concierto que dieron anoche en el Festival de la Guitarra de Córdoba el vihuelista Ariel Abramovich y la soprano María Cristina Kiehr. Nada más echar un vistazo a la presentación del programa, se intuía un hilo narrativo, un discurso, un porqué. En definitiva, se veía la decisión conjunta, el hecho de tomarse la molestia de pensar en el producto y el sentido de lo que van a interpretar. "El dulce trato hablando: la música de Alonso Mudarra". Y es cierto que llenó de dulzura el Teatro Góngora, pero con un sonido capaz de viajar, tanto en el espacio como en el tiempo.

La voz de María Cristina Kiehr es clara en la técnica, con el vibrato necesario para proyectar en la sala, pero cuidando empastar con el instrumento, convirtiéndose en una voz más de la vihuela. No será casualidad que haya cantado con Jordi Savall. Posee buena proyección en la zona medio-grave, justamente el registro hablado. Una vez más se entiende el significado del título tan enigmático y metafórico que han usado. De una dicción cuidada, nos fue desvelando los textos de Petrarca, Ovidio y Virgilio entre otros.

El vihuelista Ariel Abramovich acompañaba derrochando elegancia. La suavidad que anunciaban en el título del programa se percibía también en el sonido de yema que conseguía en el instrumento. De dirección melódica consistente y buen gusto en las glosas, unió los dúos con interludios del que cabe destacar la Fantasía por el segundo tono. Aunque el público aplaudía dentro de los bloques que habían presentado, se mostraron respetuosos y expectantes respecto a la necesaria afinación de la vihuela.

El trabajo camerístico fluía de forma natural, sin mayores pretensiones que mostrar a Alonso Mudarra -de hecho, entre bloque y bloque, explicaron datos interesantes sobre el instrumento, el compositor, y las elecciones de las obras-, lo que provocó la creación de una atmósfera envolvente, como si estuvieses cerca, pero aún así escuchándolo a lo lejos.

La gracia de Claros y frescos ríos contrastó con una preciosa versión de Recuerde el alma dormida. Los matices estuvieron presentes en todo el concierto, eliminando el tópico sin sentido de que la música antigua es plana y sin dinámica. Es más, María Cristina Kiehr jugó con los colores de su voz, llegando a conseguir un pianísimo mágico.

El Festival de la Guitarra debería tomar nota: son necesarios los conciertos de este tipo, y sobre todo, hay que tomar responsabilidades respecto a insistir en la música de cámara. Este año se aprecia al menos la existencia de formaciones camerísticas de gran interés, y es todo un acierto.

Al final, estas propuestas derriban otros tópicos más propios del mundo guitarrístico y de cómo se percibe: no es un ecosistema cerrado, no todo es Sor y dúos y cuartetos de guitarra. Que no hay nada de malo, ni en el compositor clásico-romántico, ni en los conjuntos de un mismo instrumento, pero la literatura es mucho más amplia. El público que asistió anoche ya conoce la belleza y la sencillez de Mudarra: el público que asistió anoche entiende la dulzura hablada.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios