Alcaldías , previsiones de Mariano Medina y el 'Hospital de los Locos'

estampas cordobesas

En junio de 1969 la ciudad se paró con la visita del General, mientras cumplíamos con el Servicio Social Obligatorio que, previa recomendación, abría las puertas del mundo laboral

A principios del verano de 1969 la Diputación Provincial hacía los honores a Franco en la inauguración de los hospitales General y Psiquiátrico que colocaban a Córdoba, según Calderón Ostos, en un lugar puntero dentro del panorama nacional. Nacía así un centro en Alcolea (el de las tejas colorás) que, al margen del choteo popular, cubrió las necesidades de asistencia de una población enferma, hoy desasistida, y de una sociedad que, durante un cuarto de siglo, se sintió protegida de las agresiones y muertes provocadas por mentes inestables. Esquizofrénicos y psicóticos de toda índole, ahora durmiendo en cajeros automáticos o atemorizando a vecinos y familiares, tuvieron entonces la asistencia debida.

Ambos centros se llevaron un presupuesto global de 218 millones de pesetas, según la cifra oficial. El Hospital General posiblemente se llevaría también, al decir de alguno de sus técnicos, una buena parte de nuestra memoria prerromana en prospecciones, excavaciones, camiones y furgonetas nocturnas que desaparecían al llegar el día.

Aquel año fue el del nombramiento como Alcalde de Honor de Córdoba del Jefe del Estado, corriendo los primeros días de junio y en acuerdo del Pleno del Ayuntamiento, siendo alcalde Antonio Guzmán Reina; fue el mismo día en que se aprobaba el traslado de la Cruz de los Caídos desde La Malmuerta a San Cayetano. El Delegado de Trabajo, José Luis Sanjurjo, decretaba el horario de comercio especial con motivo de la visita del "Caudillo de España", haciéndolo extensible a la población trabajadora, los empresarios, los técnicos y los obreros en general, para que "puedan sumarse al recibimiento que Córdoba ha de tributar".

La visita debió paralizar la ciudad por las normas dictadas desde la Delegación de Tráfico prohibiendo, desde las 14:00 a las 00:00, el aparcamiento de vehículos y tráfico rodado, desde la carretera de la Arruzafa a Conde de Vallellano; de Medina Azahara a Obispo Pérez Muñoz, pasando por todas y cada una de las avenidas y calles principales de Córdoba.

Eran los años en los que Mariano Medina quizá vistiera de colores, aunque se nos presentara en los tonos grises de la pantalla, con un puntero al que hoy nuestros hijos llamarían cutre. Señalaba solecitos, nubes, rayos y tormentas pintados con tiza sobre una pizarra tan negra como la de la sor Carmen o doña Rosita. Aquel señor, de cara tan ancha como sus gafas, era El tío del tiempo, porque nos iba contando con voz de pito las previsiones para el día siguiente, como mucho, con sabe Dios qué medios. A veces preguntábamos al padre (el miembro de la familia con más autoridad y sapiencia), cómo podía saber si llovería, escamparía, si haría frío o calor. Y él, con su gracejo cordobés respondía: "Muy fácil, tiene a un tío de guardia en cada sierra y les ponen conferencias antes de empezar el parte". Y nosotros lo creíamos a pie juntillas.

Las conferencias de entonces se concertaban previo aviso a la central que, en los pueblos, estaban gestionadas por una o dos señoras de edad, generalmente solteras, de misa y comunión diarias. Todavía no sabíamos del papel de espías del régimen que solían jugar frente a su mesa de cables y clavijas, de donde salían enormes auriculares pegados a sus orejas hasta el fin de la conversación. A veces eran las mismas que, en la Casa de la Cultura de la Sección Femenina, nos adiestraban en los bailes regionales, las labores del hogar, las recetas de cocina y los primores del Servicio Social Obligatorio. Con ellas pasamos horas laborando alfombras, mantelerías o cursilísimos Tú y yo para dos, entre bastidores y canciones nacional-sentimentales. Luego, por abril o mayo, nos colocaban las faldas bordadas sobre pololos o los volantes almidonados y entrábamos a formar parte del colorido típicamente español de las fiestas de primavera. Así abordábamos junio y regalábamos las labores de todo un curso, a cambio del certificado, imprescindible para incorporarse al mundo laboral.

Los anuncios de trabajo del 69 seguían escribiéndose en masculino para jefes y encargados con carné; en femenino para empleadas de comercio, asistentas o chicas de servicio con la advertencia de la buena presencia y, en según qué casos, los "informes" y la recomendación; requisitos que la Constitución del 78 enterró. Al menos, oficialmente.

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