Córdoba

"En África aprendí a sentarme, escuchar y contar las lágrimas de mi pueblo"

  • El misionero acaba de publicar un libro con sus memorias, 'Solo soy la voz de mi pueblo', en el que narra sus vivencias en Centroáfrica, país al que llegó hace más de tres décadas

LA vida de Juan José Aguirre (Córdoba, 1954) es África y los africanos, a los que predica su fe y donde realiza una importante labor de ayuda humanitaria. Lleva más de 30 años en la República de Centroáfrica, donde llegó como misionero comboniano en los 80. En el año 2000 fue ordenado obispo de la diócesis de Bangassou, desde donde desarrolla una importante labor de atención y promoción social apoyado por la Fundación Bangassou. Ahora ha publicado sus vivencias y recuerdos en un libro, Solo soy la voz de mi pueblo.

-Se fue muy joven de Córdoba para ingresar en la comunidad comboniana, ¿qué recuerda de su vida en esta ciudad?

-Recuerdo mis estudios en La Salle y el Instituto Séneca, las catequesis que iba a dar a la Electromecánica. Un día justamente volvía de las catequesis, un 21 de abril, y llegando a mi casa miré donde mi padre guardaba el Evangelio, lo abrí y me salió un párrafo de Marcos: "En verdad os digo que aquel que elige padre, madre, hermanos y hermanas por amor de mí y del Evangelio le recompensaré cinco por uno en padre, madre, hermanos y hermanas, campos, persecuciones y también la vida eterna". Cerré el Evangelio y dije "esto es para mí". Ahí sentí que quería ser misionero.

-¿Cuándo ingresó en la comunidad religiosa de los combonianos?

-En 1970, y me prepararon durante diez años en Valencia para la vida misionera. Mi padre y maestro me cogió como si fuera un vaso, me tiró en el suelo, me hizo pedazos y luego me reconstruyó diferentemente de como yo era cuando llegué. Eso era necesario para poder ir a África. Decía mi padre y maestro que necesitaba estar preparado a nivel físico para aguantar enfermedades, a nivel intelectual para aprender lenguas, escuchar historias, tener un conocimiento intelectual básico importante, y a nivel psicológico para tener la capacidad de ayudar y trabajar.

-¿Cómo reaccionaron su familia y amigos cuando les comunicó que quería irse a África?

-De diferente manera. Algunos se quedaron perplejos. Por ejemplo, recuerdo que cuando se lo dije a uno de mis amigos fue a la cocina y se tomó un vaso de agua, se sentó en el sillón y se quedó mirando al vacío como diciendo "no me explico lo que vas a hacer". Mi familia lo aceptó bien, me decían "si es el camino que quieres escoger y así vas a ser feliz, ve donde tengas que ir".

-¿Le quedan amigos de su juventud en Córdoba?

-Sí, ahora los he visto. Son amigos con los que iba a jugar al tenis en la Electromecánica, nos íbamos a pasear, nos juntábamos en la plaza Emilio Luque, nos tomábamos el pelo mucho unos a otros, íbamos a un bar a tomar algo…

-¿Qué sensaciones tiene al regresar en sus visitas puntuales?

-Es un encuentro con las raíces. Cuando paseo por Córdoba siento que las mismas piedras que yo pisaba hace 40 años están ahí.

-Se fue muy joven a África, ¿cómo fueron sus primeras semanas allí?

-Desde el principio me puse a estudiar la lengua sango. Un sacerdote holandés me enseñó, iba con los niños a pescar al río y oyendo sus palabras las iba escribiendo en mi libreta para aprender. La segunda parte fue el contacto con la gente. La primera vez que tuve una misa fue en la misión de Obo, que estaba a siete días en coche de un médico y teléfono. Un hermano misionero que había allí me inició y guió. Cuando salí de mi primera misa y me quité las ropas me dijo que todos me querrían saludar porque era el nuevo, que me dejara tocar y que luego fuera al mango que había allí cerca, donde estaban los leprosos. Me dijo "notarás que a muchos las manos le acaban en las muñecas y los pies en los tobillos. Te van a saludar y tú los vas a saludar también con cariño, quieren tocarte para que algo de lo divino que tienes llegue a ellos, deja que te toquen y con el mismo cariño que tú has tocado al Señor en la Eucaristía, tócalos también a ellos porque es al mismo Cristo al que estarás tocando".

-¿Cómo fue ese primer contacto con esa enfermedad?

-Fue de olor, de carne descompuesta, luego sin embargo los miras a los ojos y ves otra realidad que está detrás, hay una persona, un sufrimiento. Y entonces ves que esa persona es como tú, aunque esté atada a una cruz llamada lepra.

-¿Qué panorama encontró cuando llegó a Centroáfrica?

-Fue mejor de lo que hay hoy en día. Es decir, en 34 años he visto ir a Centroáfrica para atrás. Al principio vivía en Obo, en una misión muy alejada pero en la que teníamos lo necesario para vivir y comer. Hoy sin embargo, hemos visto una secuencia interminable de golpes de estado, de amotinamientos, ataques, que han ido sumiendo al país cada vez más en la desgracia. Hoy es el segundo país más pobre del mundo, que necesita ayuda de los demás, por lo que es muy dependiente. Esto no pasaba hace 34 años.

-¿Cómo fue su adaptación?

-Yo era el párroco de las capillas de la selva; aproximadamente 300 kilómetros de selva con muchas capillas que yo hacía en vespino. La gente fue la que me enseñó. Yo quería predicar desde mi intelecto y me dijeron que si quería triunfar entre ellos no los iba a conquistar desde el púlpito, sino sentándome con ellos a escucharlos y entenderlos. Eso fue lo que aprendí, a sentarme, escuchar y contar las lágrimas de mi pueblo, el inmenso libro de lágrimas de mi pueblo.

-¿Cuál ha sido su momento más dulce y el más amargo?

-Dulces hay muchos, sobre todo los baños de multitud en ciertas celebraciones. Por ejemplo, nos acababan de atacar los militares Seleka y habían destruido muchas partes de la misión, la gente estaba muy miedosa, y yo propuse organizar una ordenación sacerdotal para juntarnos todos y demostrar que nos habían intentado machacar y nos habían robado todo menos la fe. La gente reaccionó de forma espectacular, salieron los cantos que venían de la angustia reprimida. También han sido muchas las experiencias duras. Recuerdo una vez que estábamos en una parroquia en Bangui y llegó un grupo de militares. Rodearon a un amigo mío y le dijeron que sacara su arma, pero no llevaba. Lo pusieron de rodillas y sacó un rosario, y entonces uno le disparó a la cabeza. Cuando se fueron fui corriendo y recogí el cuerpo de mi amigo. Luego fueron para la casa de las monjas. Había una que acababa de llegar dos días antes y tenía dentadura. No podía dominar el miedo, le temblaba la boca y la dentadura hacía ruido. Se dieron cuenta del miedo que tenía y empezaron a reírse de ella. Era un espectáculo muy duro de ver, acababan de matar a una persona cinco minutos antes y ya ni se acordaban. En esa experiencia me di cuenta de que eran como robots hechos para matar.

-¿Cómo es su día a día en Bangassou?

-Hay que levantarse muy temprano. Yo me levanto antes de amanecer para rezar y tengo que ir a la iglesia con la linterna. Luego rezamos todos la oración, sin ella nuestra vida no tendría sentido, es lo que nos alimenta y lo que nos da fuerza. Cuando estoy en Bangassou recibo gente continuamente o visito los trabajos. Cuando estoy fuera visito las comunidades y escucho a los diferentes grupos, intentando encontrarme con musulmanes y protestantes para hacer también comunión con ellos.

-Su imagen y labor cercana a la gente es muy diferente de la de los obispos europeos. ¿Debería la Iglesia hacer un replanteamiento?

-La Iglesia tiene que ser ella misma, es como un prisma con muchas caras y todas son necesarias para que sea Iglesia, y todas son bonitas y diferentes. La cara de la vida misionera es muy bonita y muy diferente de la de la curia episcopal. Hay pedazos de este prisma que son preciosos, por ejemplo en Córdoba están los hermanos de la Cruz Blanca o las hermanas de la Caridad, o las personas laicas que se dedican a ayudar a los demás. En las misiones no puedes ir vestido con el hábito porque te manchas, hace mucho calor y no puedes llevar una gran parafernalia porque vas a chocar con el ambiente. Alguna vez he entrado con la mitra a una capilla y los niños se asustan. El obispo misionero tiene una manera de moverse que es completamente diferente. Tampoco tenemos secretarios, ni en muchos casos nadie que nos ayude, ni los medios de desplazamiento que tienen aquí. No digo que la Iglesia tenga que cambiar, sino que tiene que ser ella misma, aunque estoy convencido de que con la llegada del Papa Francisco muchas cosas van a cambiar porque va a imponer un estilo mucho más humilde y sencillo.

-¿Qué evolución ha visto respecto al número de misioneros en África?

-Lo más bonito es que hay muchos misioneros que han nacido en África, que son misioneros en África y salen a otras iglesias para evangelizar. Cada vez hay menos europeos. Es bonito porque África se encarga de evangelizar África. Yo soy obispo desde hace 15 años pero estoy seguro y espero que dentro de muy poco tiempo, cuando deje mi cargo, sea a un africano. No voy a llegar al límite de edad ni mucho menos porque África tiene ya un laicado para ser protagonista. Hay que estar ahí para evitar las desviaciones, evidentemente, pero allí la Iglesia es rica, vitalista, sencilla y al mismo tiempo con una religiosidad enorme. La de África es una Iglesia llena de vida, más que en Europa.

-¿Cuáles son los mayores logros que ha conseguido su diócesis en estos 15 años?

-La Fundación Bangassou me ha ayudado mucho para que la vida misionera sea como una moneda con dos caras; la evangelización y la promoción humana. Tenemos proyectos como el Buen Samaritano, que es para enfermos de sida en fase terminal. Toda una generación de entre 15 y 35 años va a desaparecer tocada por el sida. También tenemos pediatría, centro de vacunaciones, quirófanos a los que van a trabajar médicos de Córdoba y en los que hemos tenido experiencias únicas. Hemos trabajado mucho en las escuelas convencidos de que es la manera de educar en la tolerancia. Hay ahora mismo en África un problema muy grande por la lucha entre musulmanes y no musulmanes. En Bangassou hemos conseguido atajarlo porque todos los niños van juntos a la escuela y aprenden sobre todas las religiones. Nos ha costado mucho trabajo, hemos tenido muchas dificultades y muchas personas nos han hecho la zancadilla, incluso el Gobierno, y sin embargo, a cada dificultad hay que encontrar una solución. Tenemos ahora mismo unos 25 proyectos que van parejos a la evangelización y que van andando poco a poco. Esto se puede hacer gracias a colaboradores y a la Fundación Bangassou, a mis hermanos y hermanas, que trabajan muchísimo, nos hacen campaña y nos envían containers con material que allí sería imposible encontrar. También ayudan mis sobrinos, que se tiraron en paracaídas para protestar por la invasión de los Seleka.

-Hace un año precisamente de esta invasión, ¿cómo está el clima?

-Está muy tenso en todo el país. En Bangassou menos, porque hay un consejo de mediación formado por unas 40 personas, musulmanes, católicos y protestantes. Llevamos cuatro meses en los que no hay derramamiento de sangre porque intentamos apagar cualquier incendio que esté surgiendo. En otras partes hay una violencia de una brutalidad inimaginable. Ahora que los Seleka se están marchando, hay grupos no musulmanes a los que se han unido antiguos militares y delincuentes comunes que están haciendo represalias contra todo aquello que esté etiquetado de musulmán. Una parte del país está incendiada y la otra, que es un 60%, está escondida en las parroquias, refugiándose y llorando por los muertos. Los grupos no musulmanes atacan a los musulmanes como antes los musulmanes atacaron a los católicos y protestantes. Es un ojo por ojo que al final nos dejará a todos ciegos. Es un espíritu de revancha que puede acabar en la autodestrucción. Ahora en las parroquias católicas encontramos también a centenares de musulmanes que huyen de la quema. El imán de la mezquita central de Bangui vive con el arzobispo desde hace tres meses, están los dos comiendo, rezando juntos, van a hacer conferencias de prensa juntos y predican la tolerancia. No se les hace caso, pero ellos siguen.

-¿Cuántas veces ha sentido la muerte?

-Muchas. El contacto con la muerte es usual, por ejemplo al estar con los enfermos de sida en fase terminal, que no quieren abrir los ojos para ver la vida y abandonan. He visto mucha gente muerta por balas, muchos heridos, ametrallados, con el estómago abierto, los intestinos fuera. Los he llevado al hospital pero no había nada que hacer.

-¿Y sobre sí mismo?

-A veces también he sentido violencia sobre mi persona pero nunca ha llegado la sangre al río. Sí he tenido momentos de tensión, de llamadas para acosarme, provocarme y condenarme a muerte, pero nunca las he tenido en cuenta. Las balas siempre me han pasado muy cerca pero el Señor me ha protegido como un escudo protector.

-¿Alguna vez se ha planteado dejar África?

-En algún momento de desconsuelo muy muy grande, pero son tentaciones. Sobre todo en los últimos años, antes no. Dejar África sería abandonar a mi pueblo, a mi primer amor, a la gente que tiene confianza en mí; por eso no me lo planteo.

-Cuando deje de ser obispo, ¿regresará a España?

-Si Dios quiere y encuentro a un obispo que pueda reemplazarme. Me encantaría poder quedarme en una misión como simple misionero. Si un día mis enfermedades me impiden tener una cierta autonomía y soy un peso para los demás preferiría volver aquí, a la casa de los combonianos. Pero me gustaría pasar mis últimos días en África, que me entierren allí, aunque aún no me lo planteo. Llegará cuando Dios lo quiera.

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