25 años de periodismo en el día a Día
Informar no es solo contar lo que ocurre, sino explicar por qué ocurre y quién se beneficia o se perjudica
Celebrar veinticinco años de historia de El Día de Córdoba es, más allá de cualquier elogio, una oportunidad para detenernos a reflexionar sobre el papel insustituible de la prensa local y sobre la fragilidad de un bien común que damos, a menudo, demasiado por sentado: el derecho a estar informados.
No es casualidad que la Constitución Española de 1978 consagre en su artículo 20 la libertad de expresión y el derecho a recibir información veraz. Sin información contrastada y plural, sin periodistas capaces de investigar, contrastar y publicar sin miedo, la democracia se convierte en un cascarón vacío: sin periodismo no hay democracia.
Durante un cuarto de siglo, El Día de Córdoba ha ejercido esa labor de intermediario entre la realidad y la ciudadanía. Lo ha hecho desde una perspectiva cercana, arraigada en la vida de Córdoba, dando espacio a las voces de sus barrios, sus pueblos, sus gentes. Ha estado donde había algo que contar: fiestas y tragedias, logros y fracasos, decisiones políticas que afectaban a la vida cotidiana, proyectos de futuro y problemas enquistados. Y, sobre todo, ha hecho un ejercicio de resistencia frente a las tentaciones más corrosivas del nuevo ecosistema informativo: el clickbait y las fake news.
Hoy, cuando cada uno de nosotros lleva en el bolsillo un dispositivo capaz de difundir cualquier mensaje en segundos, la confusión entre información y opinión, entre dato y ocurrencia, entre noticia y rumor, es más peligrosa que nunca. Los titulares fabricados para arañar clics y viralizarse en redes se imponen muchas veces a la paciencia que exige el rigor. En este contexto, medios como El Día de Córdoba se convierten en diques de contención: recordatorios de que la labor periodística es, por definición, incómoda y necesaria.
Es tentador pensar que la prensa está ahí para entretener, para reforzar prejuicios o para confirmar aquello que uno ya cree. Pero un periódico serio no está para eso. Un periódico serio incomoda, vigila, pregunta. Se hace incómodo para el poder político, que preferiría titulares complacientes; para el poder económico, que muchas veces querría convertir la publicidad en mordaza; e incluso para el lector, que a veces prefiere leer lo que quiere oír. Es en esa incomodidad donde reside la verdadera utilidad del periodismo.
Durante estos veinticinco años, El Día de Córdoba ha sorteado crisis, cambios tecnológicos, transformaciones de hábitos de lectura y la presión de competir en un entorno global dominado por plataformas que no producen información, sino que comercian con nuestra atención. Contra todo pronóstico, sigue ahí: abriendo cada día una ventana a la actualidad cordobesa, asumiendo que informar no es solo contar lo que ocurre, sino explicar por qué ocurre y quién se beneficia o se perjudica. Los periodistas que hacen posible este periódico no viven de las grandes exclusivas de alcance internacional, ni del relumbrón de las tertulias de plató. Su trabajo es menos vistoso, pero no menos esencial: están en el Pleno municipal, en la rueda de prensa del barrio, en la escuela donde faltan recursos o en la historia pequeña que, de tan cercana, se convierte en universal.
Celebrar estos veinticinco años es, por tanto, un motivo de orgullo para Córdoba y también una invitación a la responsabilidad compartida. Porque sin lectores críticos y comprometidos, ningún medio puede sobrevivir. Porque sin periodistas que defiendan el rigor frente a la rentabilidad fácil del titular efectista, ninguna sociedad puede aspirar a ser verdaderamente libre.
Quizá dentro de otros veinticinco años los periódicos no se impriman en papel, o se lean en formatos que hoy ni imaginamos. Pero lo esencial debe permanecer: la voluntad de contar lo que pasa con honestidad y de recordar que, mientras haya un periodista dispuesto a hacer preguntas incómodas, la democracia tendrá quien la defienda. Feliz aniversario, El Día de Córdoba. Que vengan muchos más. Y que sigan contando.