Damien Leone es una especie de auto franquicia. Se gana la vida, supongo que bien, explotando y llevando al extremo un par de ideas no muy originales, herederas de todo lo que el cine slasher y/o gore ha producido, desde sus dos cortometrajes fundacionales –The 9th Circle (2008) y Terrifier (2011)- el primero de los cuales dio posteriormente origen a La víspera de Halloween (2013) mientras el segundo era estirado en Terrifier (2016) y Terrifier 2. A esto, más una reedición de las viejas series B que enfrentaban a unas criaturas con otras (Frankenstein contra la momia, 2015) se reduce su filmografía-.
Pese a tener más medios gracias al sorprendente éxito de la anterior entrega (sorprendente por su poca calidad y su modestísima producción casi artesanal) y a dar la sensación de que querer adornar con personajes y situaciones algo más desarrollados la casquería, Leone sigue confiándolo todo al efectismo truculento visceral hemoglobínico y confiando en un público fiel a estas propuestas. Y no se equivoca: el público le ha respondido con la reacción agradecida de quien se marea o vomita en una atracción de feria: ¿acaso no se compra el billete de la atracción o la entrada del cine para eso?
El payaso sádico y asesino regresa para seguir desgarrando, descuartizando y matando en un festival granguiñolesco (ya casi nadie, y menos los jóvenes aficionados al cine de casquería, sabe a qué remite esta palabra: al antecedente moderno más remoto del slasher, los espectáculos truculentos que desde 1896 ofrecía el parisino Theatre du Grand Guignol) que recurre a lo fantástico para abrirse a nuevos horizontes que permitan la perpetuación de la franquicia. Visto el éxito creciente de las películas de Leone, den por seguro que el payaso volverá.
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