Scream VI | Crítica

Dos virtudes: es lo que es y da lo que sus fans esperan

'Scream VI', la saga continúa.

'Scream VI', la saga continúa. / D. S.

Esta película es lo que es (y sus fans desean que sea). Y da lo que promete (y sus fans esperan). Son dos virtudes que se agradecen. 27 años después del inicio de la franquicia pocas sorpresas puede ofrecer Scream, salvo la que supone que siga viva. Lo que, indudablemente, se debe a que Wes Craven, su creador a partir de un guión de Kevin Williamson, haya dirigido todas las entregas desde la primera en 1996 hasta la cuarta en 2011. No puede olvidarse que Craven era un maestro del terror estilo slasher serie B -solo estilo: en taquilla era serie A- que creó algunos de los títulos y mitos más perdurables de los últimos 50 años del cine de terror, desde su debut con La última casa a la izquierda en 1972 hasta Scream 4, su última película, pasando por Las colinas tienen ojos, La cosa del pantano o Pesadilla en Elm Street.

Tras su fallecimiento en 2015 la franquicia renació en 2022 con Scream -de una parte nuevo comienzo pos Craven y de otra quinta entrega- bajo la dirección conjunta de Matt Bettinelli-Olpin y Tyller Gillet, autores de la mediocre El heredero del diablo y la algo más apañada Noche de bodas que les abrió la puerta de la resurrección pos Craven de la saga, ahora franquicia, con aquella Scream cuyo buen resultado les ha permitido rodar esta Scream VI y, dado que resulta ser lo mejor que este dúo ha rodado y que se sitúa a la altura (o casi) de las dos primeras entregas de Craven, puede darse por seguro que habrá una Scream VII.

El ya mítico Ghostface deja el pueblecito, se traslada a Nueva York (en la tercera entrega ya se fue de excursión a Hollywood) y, supongo que poseído por el vértigo de tantas víctimas potenciales -además del cuarteto de supervivientes de sus ataques que también se han trasladado allí- mata más y con más furia que nunca. La película sustituye el contraste, tan explotado por el terror en todas sus variantes, del pueblo luminoso y feliz en el que no deberían pasar esas cosas horrendas por la gran ciudad como superpoblada selva de cemento y asfalto en la que es lo lógico que pasen cosas horrendas sin que nadie se sorprenda o se moleste en ayudar a las víctimas. Acentúa los juegos autorreferenciales no solo con la propia franquicia, también con otros elementos del universo slasher, dando fuerza a las claves auto paródicas, las auto citas y los homenajes a sí misma y a otras obras. Y en esto halla su fuerza, que no es sino la continuación del hallazgo de Williamson y Craven hace tres décadas, al parecer inagotable por su capacidad de nutrirse de sí misma y de cuanto el género vaya incorporando.

Más violenta, más sanguinaria y más meta-cinematográfica en una ciudad más grande: esta nueva entrega no defrauda por ser lo que es. Los fans lo celebrarán y los apreciadores de Wes Craven lo agradecemos.

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