John Wick 4 | Crítica

Wick culmina su tetralogía ópera-ballet de la violencia

Keanu Reeves, en 'John Wick 4'.

Keanu Reeves, en 'John Wick 4'. / D. S.

Las películas de John Wick entusiasman o saturan sin posibilidad de término medio. No hay grises. Y son muchos más los primeros que los segundos. Porque esta vuelta de tuerca del tema clásico del asesino a sueldo más letalmente eficaz que pueda imaginarse que regresa de su pacífico retiro tras ser brutalmente agredido por el hijo imbécil del mafioso para el que trabajó (los hijos imbéciles de mafiosos que desatan catástrofes que acabarán con sus padres son un clásico dentro de otro clásico) resulta difícilmente resistible por la inteligente desmesura de sus propuestas formales, tanta exageración asumida por encima de toda verosimilitud, tan buen y espectacular acabado técnico que ha revolucionado la puesta en escena de las secuencias coreográficas de lucha tanto como hicieran las películas de artes marciales y Matrix, tantas fuentes de inspiración hábilmente citadas y homenajeadas -desde Sergio Leone y John Boorman a Melville (esto dice su director: yo nunca lo he visto) a las novelas gráficas, los videojuegos, las hermanas Wachowski o el cine oriental neo noir-, todo con una excelente interpretación del desconcertante Keanu Reeves de singular y desigual carrera en la que parece haberlo apostado todo a sus personajes de Neo y Wick descuidando sus otras elecciones que, en casi todos los casos, resultan ser churros fallidos. Su apuesta, desde luego, es ganadora: por mucho que le resten las malas películas sabe que la primera parte de su carrera como actor juvenil está salvada por Mi Idaho privado y su segunda parte por sus cinco Matrix (1999- 2021) y sus cuatro John Wick (2014-2023).

Más radical aún es el caso del director y antiguo doble de riesgo, coordinador de acrobacias y director de segunda unidad Chad Stahelski, que solo ha dirigido las cuatro entregas de John Wick. Para tratarse de alguien que asumió tardíamente la dirección y solo se ha dedicado a esta serie es verdaderamente notable que haya logrado superar dos barreras: tratándose fundamentalmente de luchas, persecuciones, tiroteos y alardes físicos y/o técnicos ha creado una estética propia definiendo todo un mundo y un estilo en torno al personaje; y tras estirarla durante cuatro entregas ha ido a más en cada una de ellas ofreciendo más y más brillante espectáculo hasta culminar en esta cuarta que adquiere proporciones wagnerianas con toques offenbachianos de can-can infernal de la violencia (por donde culmina) en la desmesura de sus planteamientos, en la coreografía y resolución técnica de las luchas y persecuciones, en la inteligente opción por la desmesura entendida, no como huida hacia adelante para inflar un producto agotado, sino como crecimiento de una propuesta llevada hasta sus últimas consecuencias (un crecimiento que también se refleja en los números de coste de la producción, el metraje y la taquilla de cada una de las entregas).

Practicando un curioso minimalismo del exceso, Stahelski y sus guionistas Michael Finch y Shay Hatten -apartado Derek Kolstad, creador del personaje y guionista de las tres entregas anteriores- reducen diálogos y trama al mínimo. El guión es como una guía de viajes a través de más de medio mundo. Los personajes tienen el exagerado perfil de exacto dibujo de los villanos de comics, y también su poco (e innecesario) fondo: son criaturas definidas por unos cuantos rasgos muy marcados que sus protagonistas, Ian McShane, Lawrence Fishburne, Lance Reddick y la estupenda incorporación de Donnie Yen, interpretan con la convicción de estar vistiendo muy definidos estereotipos.

Es algo entre la ópera y el ballet. ¿Y a quién le importa el argumento de una ópera o ballet?

Esta minimización de la trama y diseño de tebeo de los personajes deja el terreno libre a la apabullante visualidad y los aparatosos enfrentamientos de la película. Al fin y al cabo es algo entre la ópera -aparatosa, ruidosa y pesante banda sonora etno-electro-rock de Tyler Bates y Joel J. Richard, compositores de toda la tetralogía, con evidentes guiños a Morricone- y el ballet, ¿y a quién le importa en el fondo el argumento de una ópera o de un ballet? La música, el divo o la diva, la escenografía, la luz, las piruetas y evoluciones son lo que importa. Y todo esto lo da la cuarta entrega de John Wick con un exceso que no harta. En lo suyo, y me refiero al género (o suma de géneros) además de a la serie, es una gran (además de grande) película.

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