My mexican bretzel | Festival D'A en Filmin

Celuloide interior

De entre todas las películas que hemos visto hasta ahora en el Festival D’A en Filmin, y ya son unas cuántas, ninguna nos ha fascinado tanto como My mexican bretzel, de Nuria Giménez, curioso artefacto discursivo que se suma a esa gozosa tradición de la manipulación del archivo, aquí el de las películas caseras de sus propios abuelos, un adinerado matrimonio suizo (Frank A. Lorang e Ilse G. Ringier), para reelaborarlo y transfigurarlo en un relato que convierte esas imágenes mudas y repletas de misterios en un fascinante viaje hacia la voz interior de una (otra) mujer pensante y deseante.

El archivo original de My mexican bretzel nos muestra primero unas imágenes en blanco y negro de la II Guerra Mundial, el preámbulo trágico, marcado por un accidente de aviación, de una reconstrucción que estalla en esos colores que sólo existen ya en el viejo analógico de 16mm, a través de las escenas de la vida cotidiana, el ocio glamouroso y los viajes exóticos con amigos de este matrimonio que bien pudiera haber ocupado páginas de papel couché en las revistas de su tiempo.

Giménez aplica sobre ese material de los años 40, 50 y 60 un procedimiento tan sencillo como efectivo. Unos subtítulos, frases extraídas del diario de una supuesta Vivian Barrett, lo puntúan e hilvanan para ofrecer un poderoso contraplano interior, un relato íntimo que se distancia de esa apariencia banal de felicidad burguesa para insuflarle el interrogante, la variación y la duda, la versión no oficial, el cuestionamiento de una vida (a veces de las propias imágenes que la proyectan) que, en el fondo, se sabe algo teatral e impostada.

Emerge así desde el pie de plano el verdadero relato ficticio y sentimental de la película, la elocuente fabulación de una mujer que ve pasar sus días de turismo internacional, la vida de los ganadores neutrales de la guerra en definitiva, desde una particular habitación propia y reflexiva, entre elocuentes citas de autores que son también impostores, y que nos deja ver sus dudas, su amor verdadero, sus temores y supersticiones, su verdadera voz acallada debajo de ese hermoso flujo en color de paisajes alpinos, hoteles, lagos, playas mediterráneas o neones urbanos.

Un uso experimental del sonido y la música ahondan aún más en este sugerente y hermoso ejercicio de reapropiación y reescritura poética de la vida de los otros, incidiendo en el carácter melodramático, a la manera de aquel Sirk de los 50, que articula, hacia su desenlace, una de esas grandes historias (de amor) secretas ocultas entre tantos y tantos rollos de celuloide sin revelar.