Al menos tres películas conviven en este revival veraniego del repertorio de los Hombres G hecho a la medida de la nostalgia generacional de los mismos cuarentones largos que siguen yendo a los conciertos de la banda de David Summers entre Marbella y Sancti Petri.
La primera ensambla en modo musical y coreográfico sus grandes éxitos de los ochenta con nuevos arreglos (cortesía de Zeltia Montes) y números bailados marca de la casa David Serrano (El otro lado de la cama, Una hora más en Canarias, Hoy no me puedo levantar), a saber, con esa mezcla de profesionalidad disimulada y espontaneidad callejera.
La segunda es una simpática y emotiva comedia costumbrista ambientada también en aquellos días a mayor gloria de un puñado de actores infantiles (Rodrigo Gijaba, ha nacido una estrella) y sus cuitas de colegio, amistad y pillerías de grupo, fiestas en casa de los padres ausentes y primeros amores a los que el guion pone un (obligado) toque anti-bullying y feminista entre los clásicos aromas de recreación de un tiempo feliz, inocente y excitante.
La tercera, más dudosa ya, nos traslada al presente desencantado de aquellos chavales de barrio y provincias (Valladolid como microcosmos de clase media) en la piel de los Arévalo, Rovira, Souza y compañía y a su reencuentro a propósito del regreso de la chica de los sueños, convertida en cineasta de éxito y catalizadora de los recuerdos.
Se diría que Serrano no consigue ensamblar del todo esas tres películas que tan bien fluían en su mente, a las que da incluso una capa auto-reflexiva más, y es así que nos quedamos esperando siempre que pasen pronto los números musicales y las relamidas aventuras adultas, para disfrutar un poco del gracejo entre natural y mecánico de esos niños ochenteros en los que no resulta difícil identificarse e incluso proyectarse.