Sintiéndolo mucho | Crítica

Sabina para los muy 'sabineros'

Joaquín Sabina y Fernando León de Aranoa en una imagen del documental.

Joaquín Sabina y Fernando León de Aranoa en una imagen del documental.

No somos muchos los que nos resistimos al personaje, los encantos líricos, el canalleo urbano, la progresía anarcoide y la voz cascada de Joaquín Sabina, incuestionable estrella del rock en castellano, aquí y en toda Latinoamérica.

No lo hace ni mucho menos Fernando León de Aranoa, que se ha pasado los últimos trece años filmándolo con su consentimiento a salto de mata, entre gira y gira, de los camerinos a la intimidad de su piso madrileño. El resultado puede verse ahora en este documental que, avalado y producido por Sony, cosa no baladí (vienen disco y gira), asienta toda esa mitología sabiniana entre testimonios selectos del propio artista, siempre encantado de conocerse, material de archivo revelador de tiempos más golfos y episodios recientes que, como la visita triunfal a su Úbeda natal (que nos provoca algo de sonrojo) o el regreso junto a los viejos colegas al Teatro Salamanca donde se grabó Sabina y Viceversa, completan el retrato más bien unívoco, monocorde y sabido del autor de canciones tan populares como Calle Melancolía, Y nos dieron las diez, Princesa, Pongamos que hablo de Madrid o 19 días y 500 noches.

Producto pues para sabineros convencidos, que son legión (luego éxito garantizado), Sintiéndolo mucho apenas revela nada previamente no calculado y maquillado u otro traspiés del personaje que no sea el que lo tiró del escenario del WiZink Center en 2020, soñado macguffin dramático que León se atreve a montar en paralelo con la cornada a su amigo José Tomás en Aguas Calientes en un ejercicio que haría removerse a Eisenstein en su tumba moscovita.

De Aranoa también se empeña en aparecer en pantalla al lado del maestro para hacer preguntas insustanciales, jugar al billar o asentir con complacencia a las ocurrencias y anécdotas del ubetense universal, que reconoce sus querencias por la música popular latinoamericana, ya saben, los corridos, las rancheras, el mariachi o el tango, o su pasión políticamente incorrecta por los toros mientras se da baños de masas y se hace selfies con las señoras a las puertas de los teatros.

Para los fans quedan también esos momentos de tensión, arcadas y nerviosismo previos a cada concierto, esas sesiones creativas junto a ‘Benja’ Prado bajo los efectos de la cocaína (ya abandonada, que nadie se asuste), también ese disciplinado ocaso casero, vigilado siempre por su inseparable y servicial Jimena, tras años de calle, farra y poesía de arrabal.