Mari(dos) | Crítica

El arte de acomodarse (2)

Ernesto Alterio y Paco León en una imagen del filme.

Ernesto Alterio y Paco León en una imagen del filme.

Si la semana pasada era Alauda Ruiz de Azúa quien confirmaba con Eres tú su paso de la promesa autorial femenina a la realidad industrial de formato y plataforma, le toca ahora a Lucía Alemany un tránsito parecido desde aquella La inocencia con la que se presentó como nueva representante de esa hornada de jóvenes cineastas debutantes para alegría de suplementos culturales, revistas de cine y reportajes de tendencias.

Su segundo largo, este Mari(dos) co-escrito por Pablo Alén y Breixo Corral (Tres bodas de más) y producido con holgura y rostros populares por papá Telecinco, borra todo atisbo de personalidad tras la cámara al servicio de uno de esos guiones salidos de la coctelera de la observación y la torsión paródica de estos tiempos de mujeres empoderadas, masculinidades desorientadas, diversidad de modelos familiares y otros chascarrillos a costa de la corrección política embutidos en un extraño enredo-duelo en una estación de esquí con guiños al western y al universo Wes Anderson donde dos varones cruzan sus destinos como co-maridos engañados. Una premisa ciertamente loca que apenas se sostiene por las prestaciones complementarias de sus protagonistas, un Paco León en modo catalán estirado salido de un cruce entre Marta Ferrusola y un chiste de los ochenta, y un Ernesto Alterio que sigue haciendo de sus tics y su empanamiento toda una marca de identidad.

El problema es que semejante asunto, contexto y tipología, añadan un hijo trans, otro ruso adoptado, una latente atracción homosexual, unos satisfyers o un médico destroyer (Cimas), piden una puesta en escena, un ritmo y un tratamiento desaforados que Alemany es incapaz de insuflar entre algún gag, drones formularios y confianza ciega en la comicidad de sus criaturas y la barra libre para sus actores.