Los cinco diablos | Crítica

Un fuego mojado

El elemento paranormal, la hechicería y magia negra, sirven de pretexto genérico para enlazar y conectar los dos tiempos en los que se mueve esta cinta francesa de Léa Mysius (L’île jeune, Ava) que pasó por la Quincena de Realizadores de Cannes, un filme que quiere tocar muchos palos, tal vez demasiados, sin salir apenas del pequeño pueblo en los Alpes donde viven (atrapados) sus protagonistas: una madre que trabaja en una piscina local (Adèle Exarchopoulos), su inquieta hija mestiza, su esposo bombero de origen africano y la hermana de este último que regresa después de varios años de ausencia, causante de un incendio que cambió la vida del lugar.

Los cinco diablos aspira a urdir así un relato sobre los amores (lésbicos) prohibidos en un marco cerrado, el bullying, la presencia de las raíces culturales lejanas en la Francia multicultural y la hostilidad del entorno en uno de esos ejercicios de parábola posmoderna que hace de los elementos primordiales, el fuego, el agua, el olfato y la alquimia, los catalizadores de un relato que no termina de ahondar en esas pasiones reprimidas que mueven a los personajes para dejarlos demasiado sujetos a los designios de la escritura o esos vaivenes temporales que, con o sin pretexto fantástico, parecen funcionar como guía de seguridad para espectadores con tendencia a la confusión.