Lobo feroz | Crítica

El sótano de la infamia

Innecesario remake del thriller israelí Big bad wolves (2013) que tuvo su momento de gloria gracias a los exaltados halagos de Tarantino, Lobo feroz se traslada a la capital gaditana y alrededores (mero decorado, no hay más) para encerrar en el sótano de las conciencias y los (escasos) dilemas morales a un supuesto pederasta asesino junto al agente de Guardia Civil que le sigue los pasos y una madre coraje decidida a vengar la muerte de su hija.

El nuevo guion que firman Fodde y Del Río airea el marco teatral, despeja problemas de conciencia e insiste en mantener el tono de humor negro del original, ya de por sí bastante problemático, dentro de los esquemas del género policiaco, abriendo su trama central a algunos preámbulos explicativos, a la aparición de personajes-muleta como el padre (Dechent) o el abogado (Tejero) y a las pesquisas de otra pareja de agentes (Acosta-Vega) que no hace sino estirar y desviar el foco o el interés sobre ese núcleo de sadismo y ese trasfondo sobre los temores y responsabilidades de la paternidad que se quiere el meollo del esta co-producción que dirige el uruguayo Gustavo Fernández.

El resultado es un filme descompensado, disperso y desconcertante que parece sabotearse a sí mismo entre secuencias innecesarias, músicas-cliché, pelucas postizas y una dirección de actores realmente esquizofrénica en la que cada uno parece estar interpretando el asunto en un registro diferente, del gesto desencajado, el habla impostada y los innumerables tics de Adriana Ugarte a la intensidad casi autoparódica de Javier Gutiérrez.